El trauma de la historia mexicana
Pocos son los historiadores que se han atrevido de manera seria a explicar las características centrales del ser histórico mexicano, ya sea desde la historia cultural, de las “mentalidades”, o desde la psicología social. Existen antecedentes desde luego en los estudios “sobre lo mexicano” del filósofo Samuel Ramos, que entre otras cuestiones destacó la idea de que los mexicanos no teníamos una personalidad propia por la “imitación extra lógica” que hacíamos de diferentes culturas e ideas. Quizá era una manera de decir que el país no tenía un proyecto nacional propio, y que más bien copiaba iniciativas desde otras latitudes. Ello dio pauta para que desde el grupo conocido como Hiperión, un grupo de filósofos liderados por el transterrado José Gaos, alumno preferido de Ortega y Gasset, buscara desde la historia de las ideas los ejes centrales del pensamiento latinoamericano. Ahí destacan los estudios de Leopoldo Zea, Luis Villoro, Abelardo Villegas, entre otros, que llevaron a cabo estudios relevantes sobre la gran tradición de pensadores latinoamericanos desafortunadamente ignorados, y que de alguna manera venía a contradecir las ideas de Ramos. Porque frente a la idea de la escasez de pensamiento original, existe al menos desde Eguiara y Eguren en el siglo XVIII la necesidad de mostrar la gran cantidad y calidad de pensadores en la historia mexicana. Quizá más bien el desconocimiento del pensamiento latinoamericano o hispanoamericano habría que explicarlo dentro de la geopolítica del conocimiento, es decir de que se publica y se difunde mucho más dentro de la tradición anglosajona de lo que ocurre en la hispanoamericana, al grado que en muchas ocasiones se persiste en el prejuicio de que no existen pensadores relevantes en nuestros países.
Octavio Paz desde luego entró también a este tipo de reflexiones sobre México con El Laberinto de la Soledad, una obra que ha sido de las más leídas no sólo en nuestro país sino a nivel global, ya que en cualquier curso o reflexión que se tenga para entender “lo mexicano” se suele citar este texto. Esta obra de Paz se ha discutido mucho, sin embargo, introdujo una serie de ideas sobre la historia de los mexicanos que es difícil dejar atrás todavía. Por ejemplo, la idea que a partir de la ilegitimidad de “los hijos de la Malinche” se había conformado la soledad de los mexicanos, ya que a final de cuentas esos hijos ilegítimos eran los “hijos de la chingada” lo que ha sido una suerte de estigma para los mexicanos, una idea por cierto muy socorrida en las Universidades estadounidenses y en varias mexicanas. Cabe señalar que estudios recientes sobre este tema de la ilegitimidad en los bautizos han mostrado que esa idea es francamente errónea sobre todo para los siglos XVII y XVIII novohispanos, como lo he tratado de mostrar en varios trabajos (v. VMGE, Resignificar el mestizaje Tierra Adentro…, UAA, 20218), de tal forma que difícilmente podemos elaborar toda una teoría sobre la soledad de los mexicanos a partir de una condición inexistente históricamente hablando. Este ensayo de Paz al contrastarlo con estudios históricos concretos ha mostrado los límites de la especulación sobre “lo mexicano” desde la teoría con pocos contenidos históricos.
Quizá uno de los ensayos más penetrantes sobre la “mentalidad” de los mexicanos fue el escrito por Edmundo O’Gorman y titulado México: el trauma de su historia (1977), publicado en los años setenta del siglo pasado y que está estrechamente relacionado con las prácticas y representaciones del gobierno de Echeverría. Cosío Villegas había señalado en “el estilo personal de gobernar” las características de un gobierno marcado por la demagogia y la incontinencia verbal. O´Gorman por su parte procuró llevarlo a un terreno más histórico, y reflexionó sobre cómo el pasado mexicano estaba estrechamente relacionado a la idea de que desde la independencia, para evadir sus responsabilidades, los diferentes gobiernos mexicanos habían echado la culpa de sus diferentes fracasos a otros, particularmente a Estados Unidos y las potencias europeas. De hecho, en el siglo XIX el país vivió uno de los siglos más intervencionistas que se hayan dado a nivel mundial (Gastón García Cantú que estudió Las Intervenciones estadounidenses en México reconoció cerca de un centenar de intentos en el siglo XIX, algunos más logrados que otros). Quizá debido a ello y al no asumir las diferentes responsabilidades, había llevado a los políticos mexicanos a buscar a los culpables en otras partes. Y en ello residía precisamente el trauma de la historia mexicana, el de no asumir nuestros compromisos, fragmentar los proyectos entre liberales y conservadores, y culpar a otros de nuestros problemas.
O’Gorman que era un polemista y sabía de las repercusiones que podría tener su ensayo, sobre todo en un gobierno que culpaba a los demás a través de una política tercermundista, en aras de encabezar una organización que en esos momentos se presentaba como opositora a las desigualdades a nivel global. La idea que estaba detrás de esta concepción tercermundista era que los países desarrollados propiciaban el subdesarrollo, y que entre más desarrollo se generaba más subdesarrollo como lo propusieron André Gunder Frank y otros autores de la llamada “teoría de la dependencia”. Una teoría por cierto hoy revivida a partir del llamado “giro decolonial”, el cual lamentablemente ha también retomado más prejuicios que estudios concretos.
El tema es históricamente relevante y requiere mayor reflexión, sin embargo, sin desconocer ni mucho menos negar los diferentes imperialismos y la explotación y saqueo de diferentes regiones a nivel global, lo cierto es que la “gran divergencia” entre países desarrollados y los demás tiene un elemento de explotación de los recursos naturales de otros países en un momento particularmente crítico para la acumulación del capital necesario para la revolución industrial. Pomeranz, uno de los grandes historiadores ingleses de los últimos años, ha mostrado precisamente que las “hectáreas fantasma”, es decir las hectáreas de bosques y de selvas que se apropió el gobierno inglés sobre todo a partir del siglo XVIII fuera de su país, además de la mano de obra esclava o semi esclava, fueron las que hicieron posible la acumulación que propició que los ingleses se concentraran en la producción industrial. No obstante, la sola consideración de los imperialismos no es suficiente para entender, por ejemplo, el caso mexicano. De ahí que habría que repensar nuestra historia más allá de su trauma, tema que abordaremos en los siguientes artículos.