La memoria del silencio

Tzintzuntzan no se alza con la altivez de otras ciudades antiguas; no busca impresionar con la altura de sus templos ni con el peso de sus dioses. Se impone de otro modo, a través del silencio que resiste al tiempo, de sus yácatas que se funden con la tierra como si nacieran de ella. Aquí, en este rincón de Michoacán, no solo observa ruinas, sino la persistencia de un espíritu.
Las estructuras que vemos no fueron hechas al azar. En ellas se cifra una cosmovisión tarasca que resistió incluso a los intentos mexicas por doblegarla. El esfuerzo hizo a un lado la verticalidad para centrarse en la conexión con el entorno, con el lago, con el viento, con los cerros. Esa arquitectura nos habla de una forma distinta de entender el mundo: no desde la conquista, sino desde la comunión.
Y sin embargo, ¿cuántas veces al caminar entre estas piedras no sentimos un eco interno que nos enfrenta a nuestra propia impermanencia? Los sitios arqueológicos tienen esa cualidad: no solo revelan lo que fue, sino lo que somos. Nos confrontan con la ansiedad moderna por perdurar, por destacar, por ser vistos. Nos recuerdan que el olvido es parte de la existencia, y que no todo debe dejar huella para tener sentido.
Los psicólogos hablan del “yo histórico”, de esa parte de nuestra identidad construida con recuerdos, con restos, con silencios, con ruinas internas que se niegan a ser reconstruidas.
Tzintzuntzan es, en muchos sentidos, una metáfora de ese yo. No necesita estar completo para ser valioso. No busca explicarse del todo para ser comprendido.
Quizá lo más humano de estas piedras es su fragilidad aceptada. Su forma de decir “aquí estuvimos”, sin gritarlo. Su manera de enseñarnos que hay dignidad incluso en el derrumbe, y que el alma también puede ser un lugar arqueológico. La fotografía la tomé el 3 de noviembre de 2022.

Más allá de la mirada: El nombre “Tzintzuntzan” proviene del purépecha y significa “lugar de colibríes”. Para esta cultura, el colibrí no solo representaba belleza, sino también el alma que migra y regresa, como si danzara entre mundos.
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