El eco del organillo

En el corazón de la metrópoli, entre el bullicio de los automóviles, el ir y venir de los transeúntes, resuena una nostálgica melodía. Una mujer sostiene con orgullo el instrumento. Su cálida sonrisa refleja la pasión por un oficio que se resiste a desaparecer con el paso de los años. Junto a ella, en la faena diaria, un pequeño mono de peluche, ataviado con una gorra de época, parece acompañarla con complicidad en la escena captada en la zona dorada de la ciudad de Aguascalientes.
Originarios de Alemania, los organillos llegaron al país a finales del siglo XIX y pronto se convirtieron en un símbolo inconfundible de las calles del centro histórico, en especial de la Ciudad de México.
La vestimenta distintiva —visera y uniforme beige— es un homenaje a los primeros músicos callejeros, quienes con esfuerzo y dedicación han mantenido vivo este legado.
Más que un sencillo espectáculo, la labor del organillero es un acto de resistencia cultural en una era dominada por el ruido digital y la inmediatez. Su música nos recuerda la belleza de lo simple y la importancia de preservar la memoria sonora de nuestras ciudades. Es un testimonio de la lucha por el sustento diario, donde cada partitura interpretada es una invitación a detenerse, escuchar y valorar las raíces de nuestra identidad a cambio de unas cuantas monedas.
La fotografía de hoy, tomada el 16 de febrero de 2025 en la ciudad capital, captura la esencia del folclore urbanístico: la entrega de quienes, día a día, se convierten en guardianes de una tradición centenaria. Así, el organillo sigue sonando. Su eco viaja entre edificios y plazas, recordándonos que, aunque el tiempo avance, hay tonadas que jamás dejan de tocarse.

Más allá de la mirada: Recordando el 8 de mayo de 2006, mi padre, Mario Granados Roldán, escribió en su Vale al Paraíso para El Heraldo de Aguascalientes: “Las canciones de siempre, las inmortales ahí están. Corresponde a las y los organilleros darles ritmo y cadencia con la valiosa manivela, porque de lo contrario, las canciones sonarían distorsionadas…Hoy, la caja de los recuerdos es tradición que obliga. Hagamos un esfuerzo por conservarla”. Está en lo cierto.
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