Fatídico martes 13: descansa en paz el “Gobernador”

Me gustan. Los disfruto. Son parte mi convivencia.
A mis queridos padres debo el acendrado amor al planeta animal. Bien pude ocupar, en la reedición posmoderna de los capítulos 6 al 9 del libro del Génesis, el papel protagónico en el Arca de Noé, aunque en mi calidad de prepotente cadenero de antro les impediría la entrada a los especimenes que dañan el universo político y a las ratas de dos patas que trabajando en el gobierno se roban el dinero del sufrido contribuyente.
En mi niñez llegó el feliz encuentro con los perritos de cuatro patas. Una preciosa hembra dálmata y un majestuoso macho pastor alemán. Ella se llamaba Careta, que se salvó de las perversas intenciones de Cruella de Vil. Él respondía al nombre de Zorba, sin ser griego.
Cada semana, frente al televisor, estaba más puesto que un calcetín para ver en el Canal 5, de Televisa, el programa de Pepe Rojo de la Vega. Cuando me fui a estudiar a la UNAM, una de las primeras decisiones que tomé fue la de conocer al afamado veterinario en su establecimiento de la avenida Insurgentes sur esquina con Xola, a una cuadra de donde vivíamos mis hermanos y yo, todos estudiantes. Me impresionó la sencillez del galeno. La visita fue algo así como el reencuentro con mi dorada niñez.
Pasadas algunas décadas arribó a casa el colibrí, el incansable Gigante Pequeño —no confundir con el Pequeño Gigante lozanista o el Gigante de México teresiano— de las mil quinientas plumas, al que diariamente rindo pleitesía. Admiro su sabiduría y entereza para preservar la sagrada libertad. Reconozco su destreza, armonía y amor a la naturaleza. “Las verdades esenciales caben en las alas de un colibrí”, diría el apóstol cubano José Martí.
Alternan con los colibríes la manada pug liderada por el Gober, al que le juraron fidelidad Luna, Houdini y Cookie. Los peludos en nada se parecen a los políticos, muy dados a independizarse, cambiar de partido político o brincar como chapulines por los diversos cargos burocráticos, como es el caso de los panistas Quique Galo y Moni Becerra, diputados federales con licencia.
Los dos machos y las dos hembras son algo más que leales amigos; son agradecidos. Cariñosos. Generosos. Me recuerdan a Hachiko, el más famoso perrito japonés, el mejor ejemplo de la inquebrantable nobleza y la acendrada devoción canina al amo y amigo.
La mañana del sábado el 30 de julio de 2022, a la edad de 11 años y seis meses, murió Luna. Un despiadado virus atacó su corazón —sentenció la generosa veterinaria que la cuidó desde sus primeros tres meses—, para infortunio del Góber, su única pareja, Houdini, el fruto de su eterno amor con Luna, Houdini, Cookie y nosotros.
El fatídico martes 13 de este mes, en la casa volvió a caer la desgracia al fallecer el Góber. Los casi 15 años y las irremediables enfermedades, propias de la avanzada edad y el kilometraje recorrido, dañaron la salud de la querida mascota.
Con la revisión profesional y el diagnóstico de la veterinaria, se tomó la decisión de sedarlo para después dormirlo. En ese instante se terminó el sufrimiento prolongado de un animal estoico, más valiente que los humanos cuando se trata de soportar el dolor.
Por los felices días que nos regaló optamos por darle a Góber el mejor regalo, el merecido obsequio, en el campo santo donde descansan los buenos y los mejores.
En el reportaje Cómo saber cuándo es momento de decirle adiós a tu mascota, publicado por The New York Times el 20 de marzo de 2019, Alice Villalobos, una veterinaria proveniente de Hermosa Beach, California, especializada en oncología, dijo que muchos dueños de mascotas idealizan una muerte “natural” sin pensar en lo que realmente significa. Un animal frágil, señaló, no dura mucho en la naturaleza.
“Cuando los animales fueron domesticados renunciaron a la libertad de ponerse bajo un arbusto para esperar a morir”, dijo Villalobos. “Muy pronto se vuelven parte del plan maestro de la madre naturaleza a causa de los depredadores o el clima. Sin embargo, en nuestras casas los protegemos de todo, por lo que pueden vivir mucho tiempo, a veces demasiado”.
Difíciles momentos se vivieron. Dolorosa fue la decisión. También justa. Desprovista del egoísmo humano. Para dejarlo ir. Hasta siempre, querido Góber.
Porque alguien tiene que escribirlo: Para la navideña foto del recuerdo posó el Góber, héroe de mil batallas.

marigra1954@gmail.com