La banalización del debate público en la era de TikTok

La banalización del debate público en la era de TikTok

La transformación del ecosistema mediático ha trastocado de forma profunda las condiciones en las que se desarrolla el debate público. En particular, el auge de plataformas como TikTok ha modificado no solo la manera en que se produce y consume la información, sino también los códigos de racionalidad que rigen el intercambio de ideas en el espacio democrático. Lo que estamos presenciando no es únicamente una evolución tecnológica, sino un proceso de trivialización del pensamiento crítico.

TikTok, aplicación de origen chino con más de mil millones de usuarios activos mensuales según DataReportal (2024), ha irrumpido como un espacio central para la circulación de contenidos políticos y sociales. Lo hace mediante un formato que privilegia la brevedad, el impacto visual y la emocionalidad. Su algoritmo, diseñado para maximizar el tiempo de permanencia en la plataforma, tiende a priorizar aquellos videos que generan reacciones inmediatas: sorpresa, indignación, risa, miedo. Este mecanismo de selección, aunque aparentemente neutral, tiene un efecto directo sobre la forma en que se presentan y perciben los asuntos públicos.

La lógica algorítmica no favorece la deliberación razonada, sino la polarización emocional. Diversos estudios, como los realizados por el MIT Media Lab (Vosoughi, Roy y Aral, 2018), han demostrado que las noticias falsas se difunden más rápido y con mayor alcance que la información verificada precisamente porque apelan a las emociones. Este fenómeno se ve potenciado en plataformas como TikTok, donde el formato mismo imposibilita el desarrollo de argumentos complejos.

Así, las ideas políticas se convierten en fragmentos descontextualizados, diseñados para ser consumidos en menos de un minuto. Explicar una reforma estructural, una sentencia judicial o una controversia internacional en ese lapso de tiempo suele implicar la eliminación de matices, la simplificación de causas y la caricaturización de actores. El resultado no es divulgación, sino distorsión.

Desde una perspectiva teórica, podríamos remitirnos a la advertencia de Neil Postman en Divertirse hasta morir (1985): cuando los medios de comunicación adoptan el formato del entretenimiento como lenguaje dominante, el contenido político pierde su capacidad formativa. La racionalidad crítica cede ante la lógica del espectáculo. La verdad se convierte en una cuestión de popularidad.

En el ámbito latinoamericano, este proceso adquiere dimensiones preocupantes. Las democracias de la región, caracterizadas por altos niveles de desigualdad y debilidad institucional, requieren de una opinión pública informada para consolidar la participación ciudadana. Sin embargo, el tipo de comunicación política que predomina en redes como TikTok no contribuye a este objetivo. Por el contrario, refuerza estereotipos, reproduce discursos de odio y convierte el disenso en confrontación estéril.

Un ejemplo paradigmático es el uso de TikTok por parte de figuras políticas que reducen sus propuestas a frases virales o gestos performáticos. La campaña se convierte en contenido, y el contenido en marca personal. No hay tiempo para explicar, solo para provocar. Esta forma de comunicación tiende a privilegiar la notoriedad sobre la coherencia, el impacto sobre la responsabilidad.

Esto no implica que las plataformas digitales deban ser abandonadas. Al contrario: son espacios esenciales para la participación contemporánea. Lo que está en juego es el tipo de contenido que se genera y se consume. Se requiere una alfabetización mediática que permita a las audiencias distinguir entre divulgación rigurosa y propaganda disfrazada de opinión. Y se necesita, además, una regulación democrática de los algoritmos que definen el acceso a la información.

Desde el derecho a la información y la libertad de expresión, garantizados en el artículo 6º constitucional en México, se impone la necesidad de discutir la responsabilidad de las plataformas frente al debate público. No se trata de censura, sino de exigir transparencia en los criterios de distribución de contenidos. Como señala el relator especial de la ONU sobre libertad de opinión, David Kaye (2019), los algoritmos deben ser auditables y sujetarse a principios de derechos humanos.

Asimismo, es urgente recuperar los espacios de reflexión pausada. Las columnas de opinión, los foros académicos, los libros, los podcasts extensos, deben ser reivindicados como contrapesos al consumo fragmentario. En estos espacios se puede desarrollar una argumentación con base en datos, teorías y principios, no sólo en impresiones o viralidad.

La educación también tiene un papel fundamental. Incluir la formación en pensamiento crítico y alfabetización digital en los programas escolares es una condición para una ciudadanía activa e informada. Saber contrastar fuentes, detectar falacias, entender el funcionamiento de los algoritmos, es tan importante como conocer la historia constitucional o el sistema electoral.

Finalmente, es indispensable una autocrítica desde los propios espacios de poder. Legisladores, partidos, comunicadores y académicos debemos revisar nuestras formas de comunicar. No podemos aspirar a incidir en la opinión pública si caemos en la misma lógica de la trivialización. La claridad no implica simplismo, y la cercanía no debe confundirse con superficialidad.

La banalización del debate no es un accidente: es el resultado de una estructura que premia la velocidad sobre la calidad, la reacción sobre la reflexión. Frente a ello, defender el pensamiento crítico es una forma de resistencia. Porque sin pensamiento crítico no hay democracia, solo consumo de contenido.

En la era de TikTok, pensar con rigor puede parecer un acto subversivo. Pero es justamente esa subversión la que necesitamos para que el espacio público recupere su función: ser el lugar donde las ideas se confrontan, no donde se vacían de contenido.

Ricardo Femat

Ricardo Alfredo Femat Torres es abogado, investigador y asesor político con amplia experiencia en Derecho Electoral, Constitucional, Parlamentario, Administrativo y Municipal. Ha ocupado cargos en instancias gubernamentales y privadas, desempeñándose actualmente como, director general de Consultoría y Análisis en la Secretaría Técnica de la Oficina del Gobernador del Estado de Hidalgo. Cuenta con una Maestría en Juicio de Amparo y Derechos Fundamentales y diversos diplomados en, Derecho de Amparo, Derecho Ambiental, Derecho Electoral, Corporativo y Anticorrupción. Su trayectoria incluye asesoría en el Congreso de la Unión, Congreso del Estado de México, gobiernos estatales y consultorías especializadas en comunicación política.

Ricardo Femat

Ricardo Alfredo Femat Torres es abogado, investigador y asesor político con amplia experiencia en Derecho Electoral, Constitucional, Parlamentario, Administrativo y Municipal. Ha ocupado cargos en instancias gubernamentales y privadas, desempeñándose actualmente como, director general de Consultoría y Análisis en la Secretaría Técnica de la Oficina del Gobernador del Estado de Hidalgo. Cuenta con una Maestría en Juicio de Amparo y Derechos Fundamentales y diversos diplomados en, Derecho de Amparo, Derecho Ambiental, Derecho Electoral, Corporativo y Anticorrupción. Su trayectoria incluye asesoría en el Congreso de la Unión, Congreso del Estado de México, gobiernos estatales y consultorías especializadas en comunicación política.

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