LA COMUNICACIÓN Y SUS PERVERSIONES
A principios de los noventa del siglo pasado, di clases de historia contemporánea en la UAA. Específicamente en el Centro de Artes y Humanidades. Y alguna vez me tocó darle clases a alumnos de Comunicación, que por cierto, el primer día de clases alguno de ellos me cuestionaría, porqué conocer Historia si iban a ser comunicólogos. Le respondí de inmediato que tendría todo el curso para reponerse, pues a partir de ese momento y de esa pregunta, ¡estaba reprobado!
El plan se trastocó y la primera clase fue dedicada a explicar el valor de la historia en general y para los comunicólogos en particular, señalando entre otras cosas que nadie puede interpretar el futuro y explicarse el presente, si no conoce la historia. Y esto era básico para el periodista, cualquiera y en cualquier medio en el que se desenvuelva en su vida profesional.
El segundo tema tratado fue el de la ética, en cualquier profesión, la de comunicólogo no era ni es la excepción. Seguir esta guía corresponde a conducirnos por el camino de la verdad. Alejados de la mentira, de la distorsión o del mal uso de los medios.
El tercer tema fue el de la objetividad, en la cual no creo ni les creo a los periodistas que pregonan como su principio la objetividad, cuando en los hechos no la respetan. Loret de Mola, Ciro Gómez Leyva o Joaquín López Dóriga son objetivos, claro que no y están en su derecho de no serlo y defender su punto de vista. Lo que no se vale es que digan que son objetivos y apartidistas.
El cuarto tema era erradicarles a los alumnos, el mito que todos iban derechos a trabajar en Televisa o una institución similar. Las aulas universitarias no les iban a cumplir ese deseo, cuando como toda actividad laboral, estaba marcada por la lógica del mercado, en un mundo capitalista, donde prevalecía el criterio de úsese y tírese. Les señalé que cualquier ubicación en el campo de la comunicación era buena siguiendo los criterios arriba señalados y hacerlo con dignidad y profesionalismo.
Semanas después invité a la UAA a dos amigos, impulsores de una revista iconoclasta, pero de enorme influencia entre los jóvenes sobre todo capitalinos. La revista se llamaba La Guillotina y ellos eran Leroux y El Ocho. Al parecer de ese grupo venía Jesús Ramírez, actual vocero presidencial de López Obrador. La plática causó enorme impacto entre los alumnos, aunque se que el conservadurismo de algunos se mantuvo por entonces soterrado. De aquellos años recuerdo como alumnos a Margarita Guillé, Fabián Muñoz, Peña Jiménez y Ricarday, que poco después entraría a trabajar en RyTA.
Por entonces yo no era comunicólogo, había estudiado Medicina en la UNAM. Ahora si lo soy. Después de cuarenta años en los medios, comerciales y partidistas, pude titularme el año pasado como licenciado en Ciencias de la Comunicación y sigo pensando igual cuando me dirigía a mis alumnos a principios de los noventa.
Anoche me encontré a un amigo en la Central del Norte. Ambos veníamos a Aguascalientes. En la espera le pregunté que si sabía quién era el autor del video negro (que comenté en mi colaboración anterior), donde el pasajero terminaba matando al chofer después de una conversación de temas electorales. Me respondió como conjetura que posiblemente había sido una militante del PAN, periodista y que iba a ser diputada local. Y para más señas y por los tiempos, posiblemente había sido mi alumna. Me dijo el nombre, que afortunadamente olvidé.
No recuerdo una alumna mía con ese nombre, pero no dejó de causarme malestar, pues está claro que de ser cierto, no aprendió nada y siguió el camino de convertirse en una Loret de Mola.