Entrevista a la Hermana Tere de Loera Un compromiso religioso y social reconocido Maestras Católicas del Sagrado Corazón de Jesús
Yolanda Padilla Rangel y Salvador Camacho Sandoval.
Supimos que la Hermana Tere de Loera, de la congregación de las Maestras Católicas del Sagrado Corazón de Jesús (MCSCJ), había recibido un doctorado honoris causa por parte de la destacada universidad estadounidense Boston College, luego de haber realizado allí una maestría. La noticia nos alegró y nos pareció digna de comunicarla. ¿Por qué? Primero, nos alegró porque sabemos de las dificultades y esfuerzos que implica realizar estudios de posgrado en otro país, entre otras cosas por el idioma y las diferencias culturales. Segundo, porque sabemos de lo poco frecuente que es que alguien reciba un doctorado honoris causa, mucho más si es una mujer y, además, religiosa. Sabemos que, históricamente, el acceso de las mujeres a la educación superior fue tardío y que muchas veces las mujeres que acceden a posgrados tienen que hacer doble esfuerzo para destacar en el medio académico.
Hay que recordar que las Maestras Católicas pertenecen a una congregación de origen local, fundada en 1926 (recibiendo la aprobación canónica en 1932) por el segundo obispo de la diócesis José de Jesús López y González. Fue fundada para extender el Reino de Dios, con el modelo del Sagrado Corazón de Jesús y para una labor apostólica variada, pero especialmente para el servicio educativo a los niños más pobres. Actualmente la congregación tiene 29 casas, 25 en México, cuatro en Perú (hasta hace poco tenía una en Venezuela), así como muchos colegios.
Sus virtudes son la fe, la humildad, la obediencia, la caridad y la pobreza. Nosotros las conocemos, no sólo por ser nuestras vecinas sino porque, como académicos, las apoyamos un poco en dos libros que versan sobre su historia. Uno fue una tesis de maestría en la UAA (2019), de María Angélica Suárez Hernández, que se publicó con el título “Estrategias de resistencia y adaptación de las religiosas Maestras Católicas frente al laicismo en Aguascalientes, 1925-1946”, siendo tutor de esta tesis Salvador Camacho. El otro libro se llama: “Ellas dijeron sí. Vida de treinta hermanas Maestras Católicas del Sagrado Corazón de Jesús. Años 1925-1987”, que fue publicado por la editorial Inhalt en 2020, cuyas autoras son las mismas Maestras Católicas, y que fue asesorado en parte por Yolanda Padilla.
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Todavía no llegaban las lluvias a La Panadera, municipio de Calvillo, Aguascalientes, aunque, afortunadamente, ya se anunciaban esperanzadoras. Eran los primeros días de julio y decidimos tomar el carro para visitar por primera vez a la Hermana María Teresa de Loera López, pues supimos que allí estaba viviendo temporalmente, al cuidado de su mamá. A raíz del reconocimiento recibido, quisimos conocer de viva voz su testimonio, así que decidimos entrevistarla, sobre todo después de que nos dimos cuenta de que en el medio eclesial no se le había dado mucha importancia, aunque sí en su congregación y en algunos medios católicos nacionales. En la entrevista rastreamos sus orígenes familiares, los inicios y trayectoria de su vocación religiosa, así como su experiencia educativa en Boston College y las razones de la distinción que dicha universidad le otorgó.
La hermana Tere nació en la comunidad La Panadera, Calvillo, Aguascalientes, el 15 de mayo de 1965. Nos cuenta que creció dentro de una familia muy grande, pues tuvo diez hermanos. De su infancia recuerda que vivió “en la sencillez, la inocencia y la alegría del campo, jugando al aire libre”. Sus padres educaron a sus hijos e hijas en la fe católica, les enseñaron a relacionarse con Dios y con los demás, a disfrutar y agradecer la naturaleza, la verdad, el perdón, el respeto y el cariño, a ser trabajadores y a prestar servicios sin esperar recompensas.
¿Cómo ha sido tu trayectoria educativa?
Hermana Tere de Loera (TL): Estudié media primaria en La Panadera, luego en Calvillo. En la Escuela Independencia terminé primaria y secundaria. Ya como hermana MCSCJ hice el Bachillerato en el Colegio Guadalupe Victoria, luego Trabajo Social a nivel técnico en Comala, Colima, en la Escuela Vasco de Quiroga. Después la Licenciatura en Trabajo Social en la Universidad de Guadalajara y en Estados Unidos la Maestría en Ciencia de Liderazgo Aplicado, en Boston College. Ahí mismo me otorgaron la Distinción de Doctorado Honorario.
¿Cómo ingresaste a la Congregación de MCSCJ?
TL: Sentí la inquietud por esa vocación desde los 10-11 años, a través de dos cosas: una, ver a las hermanas en el colegio, pues me llamaba la atención cómo eran y que entre ellas se relacionaran con cariño, como muy buenas amigas; dos, la lectura de revistas sobre misiones, “Aguiluchos” y “Esquila misional”. Cada vez que leía alguna anécdota sobre un o una misionera, el corazón me palpitaba y sentía que me gustaría ese estilo de vida. Cuando tenía 12 años, le dije a mi papá que quería continuar con la secundaria ahí mismo en la Escuela Independencia; al principio, él me respondió que para qué, que yo tal vez lo que quería era andar de “volada” con los chicos. Le contesté con decisión: “No quiero andar de volada, yo quiero estudiar”. Él me miró fijamente, con cariño, y me dijo: “Está bien, te voy a apoyar, pero entonces no andes de volada, yo te voy a dejar tener novio a los 16 años, y que platiques aquí en la puerta para que no te andes escondiendo”. Sonreí y le di las gracias.
Internamente, hice un plan: “Estudio la Secundaria, luego algo más que se pueda, cumplo 16, tengo novio, veo que se siente y entonces veo qué quiere Dios de mí, que me case o que le siga como religiosa”. Y así le hice… de los 16 a los 19 tuve noviecitos, de esos de antes, con los que tímidamente no pasabas de darte la mano. Luego, a los 18 años yo sentía que necesitaba saber qué quería hacer de mi vida y fui con las hermanas MCSCJ. Me atendió la hermana Emma Jáquez, quien me ofreció un acompañamiento de un año para hacer un discernimiento vocacional. “Pero yo tengo novio, le dije, ¿tengo que decirle que ya no?” Ella me contestó: “No, tú sigue con tu vida normal y, en lo que vayas viviendo, Dios te va ir mostrando su voluntad. Cada vez que comulgues pregúntale a Jesús: ¿qué quieres de mí? muéstrame tu camino”. Y así le hice.
Tomé la decisión de ser Maestra Católica al sentirme llamada y al sentirme invitada por el Sr. José de Jesús López y González, con dos frases de él que han sido para mí una guía para el camino: “Esta Congregación es pobre, de pobres y para pobres”. Yo dije: “Sí, sí, de aquí soy”. Y la otra: “Ustedes tienen que descender hasta donde pocos descienden”, y yo dije: “Sí, sí, yo quiero ir allá precisamente”. Y así fue como ingresé a la Congregación MCSCJ un día 26 de agosto de 1984, a los 19 años. Mis primeros votos fueron el 14 de agosto de 1987 y los definitivos el 27 de noviembre de 1993.
¿Cuál ha sido tu trayectoria en esta congregación?
TL: En primer lugar, las etapas de formación estipuladas en nuestras Constituciones: Postulantado, Noviciado, Juniorado. Siendo Juniora, apoyé como maestra de inglés de primaria en la Escuela Santa Teresita y estuve cinco años en Cáritas Diocesana, luego colaboré en el equipo de Apostolado, realizando estudios socioeconómicos en nuestras escuelas. De ahí me enviaron a Perú, en 1997, a la fundación del Colegio Fe y Alegría 49, en la ciudad de Piura, donde iniciamos en un terreno que era un basurero. Luego, estuve dos años en Lima, en el equipo de formación de hermanas postulantes y novicias. Después en Chuquibamba, Arequipa, un año. En esos últimos tres años fui miembro del Equipo Congregacional Regional del Perú.
De ahí nos invitaron a Venezuela, en 2003, en un barrio en Ciudad Guayana, Estado Bolívar, colaborando en la promoción humana y espiritual de las familias desde la Pastoral parroquial, en el modo de Vicaría. Además, colaboré como Orientadora en el Centro Juvenil “Don Bosco” con las hermanas Salesianas. Regresé a Aguascalientes en 2010, como consejera del Equipo de Gobierno de la Congregación, por un quinquenio, colaborando como encargada también de la Pastoral Vocacional.
En 2015, a través del Programa de Hermanas Latinas en los Estados Unidos, dirigido por la organización Catholic Extension, fui enviada al ministerio pastoral en la Diócesis de Little Rock, Arkansas, donde colaboré en programas formativos para adultos, como Formación en la fe, Ministerio de Mujeres y Formación a Padres, en la parroquia San Juan Bautista, en el pueblo de Russellville. Al finalizar el programa, Catholic Extension pidió a mis superiores mi permanencia por un año más para trabajar con ellos haciendo de puente entre el grupo de hermanas que regresaba a sus países y el nuevo grupo que llegaba por otros cinco años. En este tiempo estuve trabajando desde San Antonio, Texas, en el Mexican American Catholic College.
En 2021 me encomendaron la coordinación del Departamento de Catequesis Infantil en la Arquidiócesis de Chihuahua, atendiendo a 60 parroquias en 12 decanatos. Con un equipo de tres hermanas MCSCJ y ocho laicas, nos encargamos del acompañamiento y formación de catequistas, lo que implicó recorrer largas distancias entre caminos suntuosos y peligrosos, bajo el dominio de los cárteles. Siempre llevando la luz de Cristo y el amor de su Corazón a los más pobres.
Mis mejores experiencias han sido las más desafiantes, pues he constatado que la luz no brilla sin la sombra, nombro algunas como: el empezar una escuela para los más pobres, en medio de la nada, en un basurero en Piura, Perú. También el comenzar a formar líderes en un barrio en el que los malandros andaban como en su casa; la pobreza y la insalubridad reinaban y las personas de buena fe se confundían con la variedad de ofertas religiosas de las sectas, en Venezuela. Ahí tuve que lidiar con los malandros de los sindicatos, que amedrentaban a los trabajadores del barrio, cuando la construcción del templo. También fue retador el hecho de invertir tanto tiempo, esfuerzo y vida en la pastoral Vocacional. Otra experiencia relevante fue la de Chihuahua, en donde hay secuestros y las desapariciones son constantes, reinando la inquietud y el miedo. Dios me ha acompañado en esos andares, en la voz y cuidado de los catequistas, siempre al pendiente de cómo iba en el camino, su hospitalidad y su generosidad.
¿Cómo accediste a la experiencia de posgrado en Boston College?
TL: A través de la organización Catholic Extension, cuando invitó a la Congregación para participar en la primera generación del programa de Hermanas Latinoamericanas en los Estados Unidos. La congregación se comprometió en esta misión con tres hermanas, una de las cuales fui yo. Éste fue un nuevo desafío en mi vida y yo estuve dispuesta a correr todos los riesgos por amor al Corazón de Jesús. Acceder a estudios de Maestría era un sueño no tan alcanzable para mí, tanto por el costo económico como por mi edad (50 años). Fue una sorpresa cuando Catholic Extension nos ofreció esta oportunidad en Boston College, y yo acepté encantada.
¿Qué obstáculos enfrentaste?
TL: La cuestión del tiempo, ya que estudiamos y, a la vez, llevábamos adelante el compromiso apostólico en la parroquia, lo cual implicó muchos desvelos para entregar trabajos en tiempo y forma; esto implicó ausencias de la parroquia delegando actividades programadas para las clases presenciales.
¿Dónde y cuándo aprendiste inglés y cuáles logros sientes que tuviste?
TL: Desde pequeña me llamó la atención este idioma, al escuchar a unas primitas que lo hablaban cuando venían de EU. En mi etapa de juniorado comencé a realizar los cursos básicos en Aguascalientes; luego, cuando viví en el Perú, retomé cursos de inglés y también me apoyé en el internet, aún lo hago. El inglés fue el canal para ser puente entre dos culturas, los hispanos y los anglos, cuando realicé mi apostolado en la parroquia.
En cuanto a mis estudios en Boston College, la experiencia me permitió comprender y responder a las necesidades de mi comunidad, con herramientas que adquirí a través de mi educación. Los cursos me brindaron oportunidades para mejorar en mi propia persona, en mi ser de hermana y apóstol de los pobres. Me dieron las herramientas para realizar mi apostolado con mayor impacto, abordando el bienestar espiritual, psicológico y físico de las personas a las que serví en Little Rock. Cada experiencia educativa me ayudó a ejercer mi misión con mayor espiritualidad y profesionalismo.
¿Por qué te dieron el doctorado honoris causa y qué significado tienen para ti y para la Congregación MCSCJ tus estudios en Boston College y esta distinción?
TL: En lo personal un gran honor, el cual agradezco de corazón. Ellos dijeron que me lo otorgaban: “Por su valentía, devoción a su vocación y compromiso con la educación religiosa”. Esta distinción honorífica significa para mí un nuevo desafío, el compromiso de ser proactiva y creativa. Es un recordatorio de que vale la pena recorrer esos caminos difíciles, donde el sol da en la cara y donde se encuentra la luz de Dios, por muy oscuro que parezca. Me doy cuenta de que vale la pena seguir sembrando la semilla de la fe, seguir siendo puente para que la sociedad se transforme desde el amor de Dios en el corazón de los niños y sus familias.
Como integrante de una familia religiosa sé que, al recibir esta distinción, mi persona representa a cada una de mis queridas hermanas, quienes con su vida y a través de su apostolado, se comprometen desde el “descender con amor”, como fue el sueño de Nuestro Padre Fundador José de Jesús López y González.
En mí está cada una de las hermanas MCSCJ.