Janitzio: El umbral del mito

Janitzio emerge de las aguas del lago de Pátzcuaro como una vigía solitaria, una fracción de tierra suspendida entre el cielo y el abismo. La silueta recortada contra la luz crepuscular recuerda que toda isla es un enigma, un territorio aislado que, pese a su aparente separación, sigue perteneciendo a un todo mayor.
Desde la lejanía su perfil parece inalcanzable como esos sueños que se desdibujan con el alba; sin embargo, al igual que en las narraciones antiguas, el viajero que osa cruzar sus aguas descubre que el aislamiento es solo una ilusión óptica.
Cada paso sobre sus empedradas calles sugiere una travesía iniciática. Sus habitantes, guardianes de una cultura milenaria, entrelazan lo terrenal con lo sagrado. La brisa que recorre las laderas lleva consigo ecos de antiguas leyendas, donde muertos regresan una vez al año para compartir con los vivos. No es solo un refugio físico, sino también un umbral entre dimensiones, un puente entre lo efímero y lo eterno.
Las islas han sido desde tiempos remotos escenarios de grandes epopeyas, donde, los héroes deben vencer pruebas imposibles, sortear trampas, enfrentarse a la soledad y a las sombras que proyecta su propia alma.
Janitzio con su misticismo y su aura de secreto es diferente. Llegar a la tierra prometida implica adentrarse en un universo paralelo, un territorio que encierra sus propias reglas, donde los reflejos del agua deforman la realidad y la muerte no es más que otra forma de existencia.
En la cima, el monumento a Morelos observa en silencio. Desde sus alturas, la mirada abarca el horizonte, recordándonos que ningún aislamiento es absoluto. Toda isla, por lejana que parezca, sigue conectada a la esencia del mundo. Así como el ser humano, que, atrapado en la encrucijada de su destino, debe cruzar aguas inciertas para hallar su verdadero tesoro: el conocimiento de sí mismo. La fotografía la tomé el 1 de noviembre de 2022.

Más allá de la mirada: El lago de Pátzcuaro es uno de los cuerpos de agua más antiguos de México, con una historia que se remonta a más de 30 mil años. Su ecosistema alberga especies endémicas como el achoque (Ambystoma dumerilii), un pariente de los ajolotes que poseen una notable capacidad de regeneración. Debido a la contaminación y la sobreexplotación, su población ha disminuido drásticamente, convirtiéndolo en una especie en peligro de extinción.
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