ZAPATA: SU RECONFIGURACIÓN EN LA HISTORIA
Esta semana leía en La Jornada, un artículo del historiador Felipe Ávila, sobre Emiliano Zapata, que iniciaba planteando que, “todas las revoluciones han creado mitos para fortalecer su legitimidad”, para lograr “un consenso ideológico a partir de una historia oficial”. Poco a poco, la historia ha ido ubicando al libertador del sur en el lugar que realmente le corresponde.
Lo anterior me hizo recordar un pequeño libro que elaboré en 2022 sobre Emiliano Zapata en la Mixteca poblana, en la tierra donde los “pipopes” no bajaban al revolucionarios como un personaje que se asemejaba a Átila, no así era el caso de los poblanos de la zona oriente de dicha entidad, donde el zapatismo aún se encuentra arraigado en la gente.
Mediante la intensidad de nuestros íres y veníres por la Mixteca poblana, fuimos entendiendo la querencia y arraigo por la tierra, el enorme valor de la lucha de hombres y mujeres por algo resguardado con celo por centurias. Hasta entonces entendimos la enorme trascendencia de ese acto donde los ancianos de Ayala entregan a Miliano los documentos de la comunidad y éste, años después hace lo mismo con Chico Franco, su primo de todas las confianzas.
No podemos sin dejar asentado que en los recorridos por la Mixteca, pudimos palpar que el aún avanzado siglo XXI, el zapatismo sigue vivo entre los poblanos de esa región y que, por lo tanto, es parte indisoluble de su cultura, así como de su vocación y decisión para luchar por lo que es suyo.
Es una historia singular por estas circunstancias, de ahí el arraigo que encontramos aun cuando ha transcurrido más de un siglo. Quizá devenires similares se dieron en otras latitudes, pero la herencia y continuidad en las generaciones actuales no la encontramos como en este territorio de la Mixteca, en zona caliente no solo por el clima, sino por la sangre de sus hombres y mujeres.
Cuando alguien se refiere al zapatismo, prácticamente todos se dirigen de inmediato al Estado de Morelos, por ser cuna del mismo, de su dirigente principal, centro del cuartel más importante de Zapata (Tlaltizapan) y en mucho, centro de operaciones. De ahí fue irradiando su influencia, al grado que como dijera Octavio Paz Solórzano, “en el sur, hasta las piedras eran zapatistas”. (Paz, 1986: 1)
Zapata se convirtió en mito al estilo Espartaco, que nunca aparecería después de la batalla donde supuestamente había muerto o del Mío Cid, Don Rodrigo Díaz de Vivar, que incluso muerto ganó batallas contra los musulmanes, en este caso contra las fuerzas federales carrancistas.
Zapata como mito, también privó su hechura de mártir, que ofrendó su vida en bien de los explotados de la tierra (al estilo de Franz Fanon), dotándoles de la capacidad para ver a sus adversarios, a los ricos y hacendados como iguales, verlos cara a cara, directamente a los ojos, sin temor ni complejos de inferioridad.
Mito, leyenda, martiroloquio, todo ello se pudo haber reunido en Emiliano Zapata, pero también le ha permitido trascender en generaciones, en fronteras y culturas, hasta universalizar su figura y aportes programáticos, que en mucho, le han querido disputar a través de la historia oficial mexicana que ha ensalzado a personajes como Venustiano Carranza y Álvaro Obregón.
Pero Zapata hoy está por encima de los anteriores, reconfigurándose en el papel que realmente tuvo en nuestra historia. Vale este reconocimiento en un aniversario más de su asesinato.
