El pueblo, la democracia y la representación
En los últimos años, la idea de una democracia representativa se ha identificado sólo a partir de las elecciones y la emisión de votos, a través de los cuales se eligen a los representantes “populares”. Ciertamente el gran logro de que en el país los votos contaran ha sido una larga historia que sólo a partir de fines del siglo pasado comenzó a concretarse, de ahí la importancia que el IFE/INE ha tenido en la organización ciudadana para las elecciones. Lamentablemente los jóvenes no alcanzan a dimensionar este cambio sustancial ya que para ellos todos los gobiernos son iguales (de corruptos y mentirosos no los bajan), por lo que es necesario mostrar la relevancia de la participación ciudadana en general, pero también un esfuerzo de deslinde de ideas sobre la democracia y la representación dada la gran confusión que prevalece.
Existe una vieja polémica sobre el sentido de la representación. Ya en anteriores artículos había comentado la necesidad de entender la democracia no sólo a partir del “gobierno de las mayorías”, sino también a partir del respeto a las minorías que en un momento pueden llegar a ser mayorías, lo que garantiza una mayor representación de la diversidad del “pueblo”. Por ello la necesidad de las diputaciones plurinominales que, pese a sus fallas que son corregibles, permiten precisamente una mayor representación popular. La “confusión” o el sesgo en este sentido es pensar que sólo los representantes mayoritarios de un partido son el pueblo. Vale la pena por ello repensar la idea del pueblo, la democracia y la representación a partir de autores clásicos para deslindar algunas concepciones.
La idea del “pueblo” como soberano tiene en Jan-Jaques Rousseau uno de sus principales exponentes, pero muchas veces se le ha interpretado como si la “soberanía popular” fuera el antecedente de los gobiernos tiránicos. Como veremos, la idea de Rousseau de “soberanía popular” implica un Estado democrático y no gobiernos despóticos, los cuales claramente cuestionó.
Al menos desde Maquiavelo, se había observado que en momentos críticos era fundamental la “razón de estado” para garantizar un orden político, lo que llevó desafortunadamente a visiones absolutistas en el mundo moderno con el fin de buscar la unidad de un pueblo. A diferencia de Maquiavelo, y dos siglos y medio de diferencia, Rousseau propuso frente a la crisis de la sociedad moderna dos principales reformas en sus escritos tardíos: la educativa (Emilio) y la política (El contrato social). A Rousseau le preocupaba en especial que el despotismo, que era el desinterés de los gobernantes por sus gobernados, predominara en una sociedad dividida por la desigualdad y por la acción de los gobernantes. Para proponer una solución a la crisis, Rousseau cuestionó el despotismo dado que reconocía que era la libertad, ser “agentes libres” para no ser dominados por la voluntad de otro, lo que distinguía a los seres humanos de los animales. Y para garantizar esta libertad era indispensable un Estado de derecho basado en la soberanía popular, para evitar a gobernantes que ejercieran el poder de manera arbitraria o despótica.
Ante la idea de que el pueblo enajena su libertad haciéndose súbdito y así tener una mayor seguridad, Rousseau se preguntó abiertamente “¿por qué el pueblo se vende?” Para Hobbes y el pensamiento autoritario, el pueblo cede su libertad por tiempo indefinido para establecer la autoridad y evitar el estado de guerra permanente, y para garantizar la libertad de los propietarios y de los mercados. Para Rousseau como hemos visto la libertad es irrenunciable por lo que enajenar la libertad al soberano es caer en el despotismo. El despotismo no permite la construcción del “pueblo” como “cuerpo político”, como sujeto colectivo, de ahí la otra confusión de pensar al “pueblo” como desagregado, como manipulable ya que en el sentido roussoniano este tipo de “pueblo” no existe o no debiera existir. El “pueblo” existe como sujeto colectivo cuando lleva a cabo un contrato social que no lo perjudique, que no le impida ejercer su libertad. Contrario a la idea común de que la soberanía popular impide el derecho individual, Rousseau reconoce la importancia de los derechos individuales, de tal manera que a diferencia del pacto de sumisión de Hobbes que produce un Estado autoritario, en Rousseau la idea de “voluntad general” recupera la idea de “persona pública”, de ciudad, de República o de “Pueblo” (con mayúscula) en donde la unión de las voluntades permite llevar a cabo un Estado democrático. Para lograrlo es fundamental una reforma educativa (Emilio), una cultura democrática que privilegie el bien común. En esta concepción no hay la idea de un líder que conduzca al “pueblo”, tampoco unanimidad, por el contrario, es la idea de una República en donde la soberanía recae en la ley, en el poder de legislar, de ahí la importancia de la representación.
De acuerdo a las anteriores reflexiones, la idea del “pueblo” no existe como sumisión a un líder por más carismático y bien intencionado que sea, el “Pueblo” (con mayúscula) existe como un sujeto colectivo cuando se garantiza que la libertad es posible ejercerla frente a la dominación. Porque la libertad es inalienable y en todo caso se construye gracias a la voluntad colectiva de defenderla.
A partir de lo anterior, es necesaria repensar las formas de la representación, ya que la idea de que los representantes “populares” electos son representantes de partido y no necesariamente de toda la población, es una de las deformaciones de nuestra democracia. Lo que hemos visto en los últimos años ha sido la construcción de una sociedad fragmentada, partidizada y por lo tanto a que los representantes “populares” sean más bien personajes que sólo siguen las directrices de su partido y no el bienestar popular. Por ello la crítica a la representación partidista que a final de cuentas niega la posibilidad de una más amplia representación popular. Porque cuando un diputado o senador, más aún un alcalde, gobernador o presidente son electos de manera popular, teóricamente dejan de ser representantes de partido, de una fracción de la sociedad, para hacer posible la representación del “pueblo” como sujeto colectivo.
¿Cómo hacer posible esta efectiva representación popular? Se requieren reformas sin duda, pero no en el sentido de profundizar la representación partidista fragmentada, al ampliarla prácticamente a todos los órganos de poder en el Estado. El partidizar todo es una negación de la política y de la posibilidad de la soberanía popular. Se requiere garantizar que los gobiernos sean representativos de toda la sociedad, para lo cual habría que limitar a la partidocracia sobre todo al momento en que los representantes son gobierno. Un gobierno debe estar conformado por mujeres y hombres que conozcan las problemáticas sociales y busquen el bien común, no por personajes que sólo quieran medrar en provecho de sus partidos y sus personas. Así, una democracia realmente representativa requiere que los gobernantes actúen a favor del bien común, no en función de las consignas partidistas. De ahí la gran decepción de los últimos años, cuando un Presidente tuvo todo el capital político y no supo ser jefe de Estado, Presidente de la República, y se mantuvo como jefe de partido.