El ratoncito de los dientes

El ratoncito de los dientes

Punto número uno: Reynaldo vivía solo en aquella casa, que si bien no era antigua, distaba de la modernidad. No había antecedentes fantasmales.

Punto número dos: Reynaldo era muy escéptico y poco influenciable, pero aquello…

Punto número tres: El billete de quinientos pesos que revisaba minuciosamente por enésima vez, era real.

Punto número cuatro: la noche anterior había puesto su derrotado diente bajo la almohada y éste, se había trocado en aquel billete de tinta azul; nuevo por añadidura.

Luego que hubo despejado un poco su confusa mente, decidió que era un sapo enorme para tragárselo solo, así que de inmediato fue a la casa de su amigo Patricio que vivía a unas casas de distancia, para enterarse que éste había salido muy temprano al aeropuerto para un viaje de varios días.

Si ya era un manojo de nervios, ahora estaba casi a punto del colapso.

Como es natural en estos casos, Reynaldo empezó a dudar de su cordura.

Recapitulando sus actividades del día anterior, recordó cómo a la hora del desayuno, uno de sus dientes cedió ante la firmeza de un pedazo de chicharrón y tomó la decisión de guardarlo, aunque no se explicaba la razón.

Luego tuvo un día de ajetreo más o menos cotidiano sin mayores incidentes, salvo por aquella molestia del hueco fresco en su encía que le recordaba con terca insistencia, que contaba con un diente menos.

Por la tarde se encontró con su amigo Patricio en el bar de costumbre, a la hora de siempre; platicaron las nimiedades consabidas, teniendo como única novedad la noticia del diente caído y éste dio pie a los recuerdos de la infancia: los dientes de leche y las monedas que solía dejar el Ratoncito Pérez a cambio de las piezas dentales puestas bajo la almohada. Rememoraron algunas de las peripecias que rodeaba a la pérdida dental de algunas de aquellas piezas bucales, como la vez en que además del diente, hubo que lamentar la bicicleta que, delicada ella, no aguantó el beso del duro pavimento.

A Patricio no le había sido demasiada próspera su relación con el dichoso ratón; apenas una humilde moneda algunas veces.

Dejaron muy en claro que apenas empezó a naufragar su infantil inocencia, aprendieron que todas aquellas fantasías festivas que implicaban regalos o dinero, eran cuentos y patrañas; meras tradiciones de “los papás”.

Cambiaron de tema tantas veces, que no venían a su memoria sino chispazos; frases aisladas; nada en concreto. Se había hablado de política, de cine, de finanzas, del clima, de tantas y tantas cosas, que no venían al caso.

Por cierto, Patricio no mencionó nada de un viaje y menos de varios días. Recordó Reynaldo que de camino a sus casas, su amigo le aconsejó que para sentirse “el niño de ayer”, pusiera su diente bajo la almohada.

Con una sonora carcajada, Reynaldo prometió hacerlo, como, en efecto, lo hizo al momento de irse a dormir.

El caso es que hoy, al despertar su diente se había trocado en un flamante billete de quinientos pesos.

¿El ratoncito? ¡Imposible!

¿Mis padres o abuelos como antes? ¡Nadie vuelve del más allá a cambiar un diente y hasta dónde yo sé, los fantasmas no cargan dinero!

Reynaldo estaba seguro de no ser sonámbulo, así que él mismo no habría realizado el trueque.

¿Algún ladrón en la casa? Difícilmente. Ninguna cerradura había sido violada y sería impensable un ladrón que sólo entra a los domicilios a comprar dientes.

Porque en realidad eso había pasado: al viejo estilo de la infancia, lo que tuvo lugar fue una compra-venta: un diente a cambio de quinientos pesos.

Han pasado cinco días en los que Reynaldo está a unas horas de volverse loco; de no ser por la fuerte medicación que lo mantiene aturdido y casi ausente de su entorno, habría tenido la necesidad de una camisa de fuerza.

El siquiatra que consultó nunca empleó la palabra ’locura’, pero le habló de fantasías, deseos reprimidos, traumas infantiles; hasta Edipo entró en la ecuación. Psicotrópicos, fuertes calmantes y “consulta el próximo mes”.

El sacerdote, que apenas pudo contener la risa y se declaró incompetente, recomendó “encomendarse a Dios” (cosa que no fue de ayuda en este caso), ayuno y mucha oración.

Ni siquiera el médium del barrio, que acaso necesitaba el manicomio más que nadie, le habían vuelto ni la calma ni la cordura que nuestro hombre dejaba escapar a pasos agigantados., aunque lo liberó, eso sí, de cuatro de los billetes compañeros del que el roedorcito Pérez le había dejado.

La idea en sí, por más que daba vueltas y vueltas en su cabeza, no tenía una explicación razonablemente adecuada.

Reynaldo ya se adivinaba en un manicomio. Hasta pensó en vender su historia al Reader’s Diges’t.

¿¡Cómo carajos pudo pasar esto?!

De pronto cruza Patricio la puerta de la habitación y con una sonrisa de oreja a oreja, girando divertidamente en sus manos la argolla del llavero que, “por lo que pudiera ofrecerse”, el mismo Reynaldo le había dado años atrás con un duplicado de las tres llaves de la casa, soltándole a bocajarro:

––¿Cómo te fue con el ratón?

La Cofradía

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

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