PAGAS, O BAJO

PAGAS, O BAJO

Esta historia puede o no ser cierta. Yo se la escuché a un anciano que pasaba las tardes sentado a la puerta de su casa, a la espera de la noche; de la noche definitiva. Siempre que tuviera quien le escuchara, contaba sus “vivencias”, pero siempre con algunos cambios imperceptibles a golpe de vista, pero que hacían caer la historia por su peso… o quizá sólo era que su memoria ya le jugaba pesadas bromas.

Una de tantas tardes, Juan, mi vecino, me pidió le acompañase a cobrar unos pesos que le adeudaban por algún trabajo de jardinería. Yo entonces gozaba de pocos años, quizá unos diez u once, así que caminar las 4 o 5 cuadras que distaban del deudor de mi vecino, era toda una excursión. Eran los tiempos en que no se requería permiso para alejarse de casa, siempre y cuando se estuviese a la hora de la cena. 

Nos encaminamos a la casa donde Juan cobraría su dinero, una vez que “escondí” tras una crecida mata de zacate mi pelota.

Quiso la suerte que la persona que buscábamos estuviera en el corro que oía embelesados la plática de don Gilberto, que así se llamaba el anciano historiador.

No queriendo interrumpir, hicimos crecer el auditorio y esta fue la historia que contaba aquella vez:

“Este hombre (nunca mencionó su nombre) se apersonó ante el dueño de la cantina y le ofreció sus servicios como el clásico “sacaborrachos”, y ante la incertidumbre del patrón, le explicó su plan, que, le aseguró, no fallaría. 

“Convencido el patrón le contrató.

“El modo de trabajo era sencillo; el hombre de nuestra historia podría describirse más o menos así: tez morena tostada al sol, mal encarado, bigote abigarrado, barba mal rasurada, ojos profundos, pelo abundante, negro y en desorden, todo ello bajo un sombrero viejo, roto y sucio. Y los hombros y el pecho, lo único visible desde el lugar donde estaba, anchos y fuertes; muy fuertes. Verdaderamente lo describía como alguien temible, a quien debía evitarse en lo posible. Pues bien, este hombre totalmente opuesto a la finura, estaba sentado permanentemente en un alto que se había hecho construir para tal efecto, algo así como un palco, desde donde oteaba todo el lugar y podía observar a todos los parroquianos.

“Era muy común en aquella época que ganarse el dinero costara lo suyo (como ahora y como siempre), y no era raro que a la hora que llegaba la cuenta, no faltaba el que pretextando hasta que el hielo estaba frío, o la cerveza sin la suficiente espuma, se negaban a liquidar la cuenta. Ante esta situación, más común de lo deseado, bastaba que la mesera volviera la vista al citado balcón, para que nuestro fiero hombre, que además era dueño de una poderosa como rasposa y profunda voz, les espetara: 

-pagas, o bajo.

“No hace falta decir que la cuenta era liquidada de inmediato.

No vayan a creer ustedes que don Gilberto se limitaba a hablar, no. Sabía hacer dramático el momento con diferentes entonaciones de voz, según el personaje del que hablaba en cada ocasión, y sabía muy bien aprovechar las sombras de la tarde, ya que en aquellos años, en mi barrio no existía todavía el alumbrado público.

Y continuó la historia:

“Todo iba muy bien. El dueño del lugar estaba muy satisfecho con los servicios de este siniestro hombre, y él cobraba feliz cada día su buen dinero. Y así pasaron poco más de dos años, pero todo lo bueno termina.

“Una de aquellas noches, sucedió que alguien no quiso pagar, y siguiendo el procedimiento, la mesera volteó al balconcito aquel y el hombrón espetó, como siempre:

–Pagas, o bajo.

“Y como nunca falta el peleonero busca bullas y valentón, le contestó:

–No, no bajes; yo subo.

“Y subió… Y así terminó el trabajo del hombre aquel. No; no hubo golpes ni pelea. Ni siquiera intercambio de palabras. Fue sólo que entonces todo mundo se enteró que aquel hombre, aquel que durante dos años impuso respeto al lugar… no tenía piernas.

Juan cobró su dinero, y yo me hice asiduo visitante de don Gilberto, hasta que éste murió algunos años después.

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

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