Lo que se esconde al mirar
Desde temprana edad aprendemos a mostrarnos “correctos”, a ocultar el berrinche, la envidia, la rabia, el deseo.
Con domesticación tan necesaria para la vida comunitaria vamos empujando partes de nosotros hacia un sótano psíquico donde se almacenan fragmentos incómodos de nuestra identidad; a ese territorio oculto que Carl Gustav, médico psiquiatra suizo, llamó el lado reprimido del ser.
Este reverso no es, como muchos creen, una fuerza externa que nos persigue, es una parte nuestra, interna e íntima; es la suma de todo lo que negamos ser, pero somos. Y mientras más nos empeñamos en ignorarlo, mayor es la fuerza que cobra. Porque no desaparece, se transforma: en ansiedad, en sueños violentos, en reacciones desproporcionadas, en proyecciones arrebatadas hacia los demás.
La fotografía de hoy capta, con inusitada precisión en tiempo y espacio, el instante simbólico de una paloma que postrada en una fuente se lanza al agua, hundiendo la cabeza hasta perder la forma. ¿Qué busca? ¿Qué encuentra? Tal vez, como nosotros, intuye que el equilibrio no se halla en la superficie, sino en el valor de mirar muy hacia dentro. De sumergirse. De explorar aquello que duele y asusta, a veces.
Reconocer esa oscuridad interior no significa dejarla gobernar, significa admitir su existencia, integrarla, escuchar lo que tiene que decirnos. Solo al hacerlo, el yo se vuelve completo, verdaderamente libre, porque la luz más auténtica no es la que niega lo oscuro, sino la que aprende a convivir con ello sin dejarse consumir.
Como esa paloma, todos estamos invitados a zambullirnos en las aguas de lo inconsciente para no perdernos, sino para reencontrarnos.
La fotografía la tomé el 19 de diciembre de 2019.
Más allá de la mirada: El lado oculto del ser guarda tanto lo reprimido como el potencial no desarrollado. Integrarlo no solo evita el sufrimiento, también revela talentos dormidos y una creatividad profunda, nacida de lo que habíamos negado.
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