El estudio del poder desde la historia de las familias y de los hombres ricos y poderosos.
La semana pasada, los días 25-27 de octubre, se llevó a cabo el 8º Coloquio de Historia social y de las familias. Fue realizado gracias al apoyo del Centro de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, a través del Cuerpo académico de “Historia social, cultural y de las instituciones de México” del Departamento de Historia, bajo la coordinación general de quien esto escribe. Fueron tres días en donde se presentaron 38 ponencias con cerca de 50 expositores, más la Conferencia magistral de David Robichoux, en el auditorio del Centro de Idiomas de la misma Universidad gracias a la generosidad del Departamento de Idiomas. Como se puede apreciar, fue un trabajo de grupo por lo que se pudo llevar a cabo un Coloquio que cada vez más adquiere relevancia a nivel nacional y me atrevería a decir internacional, por la participación de ponentes de Colombia, España e incluso de Turquía.
En esta ocasión el Coloquio tuvo un cambio conceptual importante. En las anteriores ediciones su nombre fue Coloquio de Genealogía e Historia de la familia, sin embargo, después de reflexionarlo en el Cuerpo académico decidimos que era importante cambiar el nombre a Historia social y de las familias, con el propósito de ampliar la convocatoria a otras diciplinas como la historia de género por la posibilidad que ofrece para repensar la historia de la familia a las familias, en plural, ya que no existe en la historia una sola expresión de la familia aún en tiempos en que la iglesia católica planteaba una sola manera de representarla a partir de la familia nuclear, heterosexual y monogámica. De esa manera recibimos ponencias por ejemplo sobre la crítica a la concepción de que la “monogamia” es la manera “natural” de relacionarnos en pareja, por parte de Cristina Ferrer, y que por el contrario era “un constructo” que fue armándose a partir de una visión patriarcal de las relaciones familiares. O bien el trabajo de Oscar Rodríguez sobre cómo se daban los cánones masculino y femenino en el siglo XVIII en una comunidad de San Luis Potosí, en Río verde, a partir del estudio del caso de Luis Felipe de Rojas un joven que se vestía y se consideraba mujer. También desde esta perspectiva el estudio de las transformaciones de mujeres musulmanas al llegar a principios del siglo pasado al Río de la plata, en Argentina, como fue la ponencia de un investigador desde la Universidad de Ankara.
La conferencia magistral de David Robichoux nos habló de su interés por estudiar históricamente las comunidades indígenas en Tlaxcala a partir de la antropología, la sociología y la historia demográfica, con base en preguntas centrales para entender las diferencias con otras comunidades del territorio novohispano. Preguntas que lo llevaron a trabajar una metodología que se pensaba imposible para el caso mexicano y que consiste en “reconstituir o reconstruir” la genealogía de las familias en términos sociales, para observar indicadores como la fecundidad, pero también la edad al matrimonio, las crisis de sobremortalidad y los patronazgos a través de los registros parroquiales existentes para Tlaxcala. Una propuesta que innovó la manera de hacer historia demográfica en México, gracias a que Robicheaux fue alumno de Louis Henry quien fue el pionero en proponer esta metodología de historia social de las familias.
Otras aportaciones relevantes desde la historia demográfica fueron los trabajos presentados por Oziel U. Talavera sobre analizar la migración a partir del origen de los cónyuges en los registros matrimoniales en Valladolid, hoy Morelia, en el siglo XVIII. También fueron reveladoras las ponencias sobre el uso que los historiadores pueden hacer no sólo de los registros parroquiales sino también de la genealogía genética por medio de los estudios de nuestra herencia pluri étnica. En mi caso presenté una revisión amplia sobre la historiografía de las familias, enfatizando algunas de las preguntas que existen al historiar las familias y su relación por ejemplo con el desarrollo económico y político de una comunidad. De ahí la referencia a los estudios de Emmanuel Todd, uno de los historiadores más importantes sobre las tipologías familiares, que ha vinculado las diferentes maneras en que se relacionan los padres entre sí y con sus hijos como una forma de entender las diferencias culturales e incluso ideológicas, como el apoyar regímenes democráticos o autoritarios en función de las relaciones que prevalecen al interior de las familias en diferentes regiones.
La mayor parte de los ponentes, sin embargo, presentaron estudios sobre múltiples familias de élite que van por ejemplo desde la nobleza indígena de Ecatepec y sus relaciones con el poder económico y político, tanto en la época previa a la conquista como posterior. Estudios que comprenden además los casos de la genealogía de Gerónimo de Orozco, quien firmara el acta de fundación de Aguascalientes, hasta los estudios prosopográficos (a partir de las biografías de la élite en general) para explicar los nexos que se establecieron de parentesco en el Michoacán del siglo XIX. Existe pues un auge de los estudios de las élites en diferentes momentos, estudios que iniciara para el país Roderic Ai Camp en un gran lienzo sobre las élites mexicanas en el siglo XX, y que en la actualidad se han renovado gracias a la historia de las diferentes familias, con el fin de explicar a las oligarquías que tanto a nivel regional como nacional han existido en el país y dentro de la tradición hispanoamericana.
En otros artículos he mencionado cómo estas estructuras oligárquicas, en las que predominan caudillos y caciques en términos nacionales y regionales, han sido conformaciones históricas que es necesario pensar en estructuras de largo plazo y que es fundamental conocer para comprender nuestra historia del poder tanto político como económico, militar y cultural. Quizá esta comprensión de nuestra historia pueda ayudar a repensar los momentos en que propuestas democráticas han terminado por fracasar, al no considerar adecuadamente los límites del voluntarismo político frente a estructuras de viejo cuño. Ello no significa que sea imposible transformar las relaciones de poder o las correlaciones de fuerza en un momento dado. Porque el proyecto del Estado moderno y de derechos ha sido precisamente limitar a los poderes oligárquicos a partir de una justa aplicación de la ley y con el respeto a la Constitución. De ahí la importancia de la división de poderes para que ninguno se convierta en una autocracia, lo cual no descarta proponer reformas que mejoren la administración de justicia y disminuyan la impunidad, reformas que permitan avanzar en una democracia basada en las instituciones y no en el poder de un solo hombre.
Enrique González Pedrero, intelectual brillante y gobernador tabasqueño entre 1983-87, maestro reconocido de nuestro actual presidente, escribió tres volúmenes sobre Santa Anna caudillo que dominó la escena política en los primeros cincuenta años del México independiente. Un personaje que, no obstante que contribuyera de manera directa en el desmembramiento de México, fue requerido por las élites y el “pueblo” para gobernar en once ocasiones. “El país, cito a González Pedrero, hizo su aprendizaje político, después de la independencia, como país de un solo hombre. Ese hombre se llamó brevemente Iturbide y después, casi siempre, Santa Anna (…) De las veleidades napoleónicas de Santa Anna la república saldría maltrecha y lastimosamente mutilada. La concentración de poder no logró, sin embargo, la consolidación de un gobierno fuerte, garantía de estabilidad política perdurable.” Y ante la pregunta de por qué nadie le impidió ese ejercicio tiránico del poder, comentó: “Santa Anna expropia el sueño mexicano y se vale de él para satisfacer su propio delirio. No va a buscar la forja de la nación ni la consolidación del Estado, ni el bien de la patria ni el fortalecimiento de la república. Va a buscar el poder para sí y va a tratar a la república, a la cosa pública, como Cosa Nostra, como cosa suya. Actuará como caudillo absoluto sintiendo que la soberanía no está en ninguna parte fuera de él mismo (…) No es el jefe de Estado que vela por el cumplimiento de la ley, sino el transgresor que la viola sin cesar.” Más aún, sigue González Pedero, el “santanismo, ilustrado de manera paradigmática por aquel prestidigitador que le escamoteó su sueño a los mexicanos, se vuelve un ‘estilo’ de hacer política.” Una suerte de virus que se propaga de vez en vez, un pasado que tiene que ser asimilado y superado. Porque “recobrar la historia es, en efecto, concluye González Pedrero en su introducción al estudio de Santa Anna, recobrar el destino: recuperar la libertad para elegirlo.”
De ahí la importancia de recuperar la historia de las oligarquías y de caudillos y caciques, no para encontrar culpables sino para comprender por qué la persistencia de ese virus que puede afectar la consolidación de nuestro Estado democrático. Por cierto, no es un virus que pertenezca a grupos de liberales o conservadores, de izquierda o de derecha, sino que se encuentra en todo político que no ha sabido interpretar el país de un solo hombre.