TRES CUESTIONABLES CUESTIONES DEL EJECUTIVO FEDERAL
Primera parte
Pudiese haber algunas más cuestionables cuestiones de posturas asumidas por el Presidente de la República, que inciden en la vida política nacional, por ahora sólo me quiero referir a tres de ellas. La primera es su desdén, por no decir su entera omisión en el reconocimiento de la lucha de clases como motor en la sociedad. Segundo, su opinión (espero que no sea ingenua) del gobierno de los Estados Unidos. Tercero, no tiene sentido autocrítico de lo que sucede abajo en su administración.
La primera cuestión es explicable para un personaje que, aunque muchos lo consideren de izquierda, en mucho está alejado del marxismo y de la aseveración de que, el motor de la historia es la lucha de clases. En este sentido, para López Obrador la corrupción es la causa de todas las desigualdades en este país, lo ha venido reiterando por años. Y si utilizáramos la lógica formal como forma de raciocinio, dicho así y siguiendo sus afirmaciones, de acabarse la corrupción sería el momento que la igualdad y la justicia llegarían y se establecerían. Sin duda no es así ni tiene razón el Presidente, como tampoco se ha demostrado como resultado en su lucha contra ese lastre.
No es sólo el concepto del hombre o de su interrelación con los demás en sociedad, sino, como se desenvuelve ésta al paso del tiempo. Marx lo explica muy bien en el Manifiesto del Partido Comunista o en La Ideología Alemana, obras que supongo no ha estudiado López Obrador, menos aún entendido a la lucha de clases como motor de la historia, La confrontación de dos clases sociales antagónicas en busca del poder y la supremacía es lo que está en juego. Y así sucesivamente se va dando el desarrollo histórico en cualquier sociedad.
Por algo el marxismo es considerado la ciencia de la historia, a través de lo que se llama materialismo histórico. A partir de éste podemos analizar cualquier manifestación o fenómeno social. Y en este sentido, como lo señalan algunos estudiosos, “la lucha de clases es la síntesis de las contradicciones que generan dos clases en particular”, antagónicas y contrapuestas, que en la actualidad, de predominancia capitalista (en su fase neoliberal), corresponde a la burguesa, en contrapartida de los explotados, que subsisten a partir de la renta de su fuerza de trabajo. Y esto que sucede en todo el mundo, no tiene que ser privativo en nuestro país, aunque no lo crea el Presidente.
La contradicción de la que hablamos está marcada por la búsqueda de la hegemonía y mantener por sobre todo ésta, aunque sea a partir del sobajamiento del otro gran sector antagónico (la explotación de una clase sobre la otra). En México podrá haber cambiado de sello político el gobierno, incluso rechazar declarativamente al neoliberalismo empotrado en las administraciones anteriores del PRIAN, pero aunque haya dictado el cambio de régimen, sigue prevaleciendo el poder económico sobre el político, lo que quiere decir una clase sobre la otra, donde los explotados no han podido voltear las cosas ni imp oner su supremacía.
La oligarquía financiera sigue intocada y por lo tanto prevaleciente, aunque haya un sector de ella más beligerante y en abierta oposición al actual gobierno, como lo podemos encontrar en el frente que encabeza Claudio X González, entre otros. Hay otro grupo que en cambio se ha mimetizado en la nueva visión, pero sin romper con su esencia burguesa de concentración y centralización de capital, imponiendo en los hechos sus puntos de vista y con otras formas y mecanismos, defendiendo sus intereses, que son particulares y nada tienen que ver con quienes ellos mismos explotan, que son la mayoría de los mexicanos.
Esta es la esencia y caldo social en el cual se presenta la corrupción, que más corresponde a una manifestación de la lucha predominante del capitalismo y no la causa de los males de éste. Es entonces forma, no fondo, manifestación, no causa. Podríamos incluso erradicar su existencia en una clara “purificación” de la sociedad, en una renovación moral al estilo obradorista y no delamadridista, pero ello no necesariamente concluirá en la liquidación de la desigualdad.
Esto sucedería por la predominancia del poder de la oligarquía financiera. Se podrá haber vuelto al estatismo liberal al estilo de hace medio siglo en México, con un exacerbado nacionalismo postrevolucionario (por algo algunos hablan del paralelismo del actual gobierno con el echeverrismo), pero aún cuando hay una diferencia con la etapa neoliberal, no deja de llegar al mismo tronco originario de carácter capitalista.
Esto es lo que no considera López Obrador y que, concluido su periodo pudiese quedar igual o sentado las bases para el regreso del viejo régimen, incluso con sus formas tradicionales y neoliberales. El paso se facilita porque nunca se tocó realmente la esencia capitalista, la cual, insistimos, no sucedería aún la erradicación formal de la corrupción. Aunque para ser franco, esta se muestra como manifestación exacerbada del capitalismo mismo.
No tendría entonces futuro la llamada Cuarta Transformación como lo ha trazado su promotor principal, si no radicaliza su proceso y toma partido realmente. Gobernar para todos no quiere decir dejar de tomar partido y no tocar intereses particulares. No desconocemos que ha puesto cotos e impulsado aminorar los efectos de las legislaciones neoliberales, pero ha respetado lo concertado en el pasado y no recurrido a expropiaciones, que pudo haberlo hecho.
Quiéralo o no, la lucha de clases está presente y la hegemonía todavía no está en los explotados, que es decir la mayoría de los mexicanos. Y lamentablemente se ha ido ya casi la mitad del periodo presidencial. Es tiempo de reconocer objetivamente lo alcanzado y si con lo que se ha hecho, lograr de alcanzar el objetivo de la igualdad y la justicia social.
En la siguiente entrega desarrollaremos las otras dos cuestiones faltantes.