Aguascalientes, la esquina que ya no es segura

Lo que pasó este fin de semana en Aguascalientes no fue una anécdota ni una “crisis aislada”. Fue un grito. Un grito de alerta que atraviesa las calles, los comercios incendiados, los autos calcinados y el miedo de la gente. Porque no se trató solo de narcobloqueos o de un operativo con 18 detenidos: fue la confirmación de algo que muchos ya sospechaban pero que pocos querían admitir… que la violencia ya está aquí, instalada, y que dejó de ser invisible.
Los reportes de medios nacionales y locales no dejan lugar a dudas. La reacción del crimen organizado fue inmediata, brutal y precisa. A plena luz del día, con una logística que parece salida de una estrategia militar, los grupos criminales mostraron que no solo están presentes, sino que tienen fuerza, redes, recursos y, lo más preocupante: confianza en que pueden operar así, con ese nivel de descaro. Quemaron negocios. Cerraron calles. Marcaron territorio. Y lo hicieron sin que nadie los detuviera.
La verdad es que esto no empezó el sábado. Empezó hace años, cuando se decidió mirar hacia otro lado. Aguascalientes fue promovido durante mucho tiempo como “el oasis de paz del centro del país”, una especie de burbuja en medio del caos nacional. Pero esa burbuja ya reventó. Y el golpe de realidad ha sido doloroso. Porque al final, la seguridad no se mide en discursos ni en boletines de prensa. Se mide en si puedes abrir tu tienda sin miedo, si puedes mandar a tus hijos a la escuela sin revisar si hay balaceras cerca, si puedes vivir con la tranquilidad de que nadie tomará tu calle como campo de batalla.
Y es que esta violencia no apareció de la nada. No es un meteorito que cayó del cielo. Tiene raíces profundas. Se fue sembrando poco a poco, como maleza que crece en los rincones que nadie cuida. La marginación, la falta de oportunidades reales, el abandono de muchas colonias en la periferia… todo eso ha ido formando un caldo espeso donde el crimen se convierte en alternativa, en refugio, en empleo.
Aquí vale la pena recordar a William Foote Whyte y su trabajo en los barrios obreros de Boston. Él no miró el crimen como un accidente, sino como una respuesta. Una forma de organización donde el Estado dejó vacíos. Donde los jóvenes, sin más opciones, encontraron en las pandillas y mafias algo que daba sentido, identidad y hasta respeto. Cambiemos Boston por Aguascalientes, y las esquinas de Street Corner Society parecen demasiado cercanas.
Entonces, ¿en qué momento se perdió el control? ¿Cuándo dejamos de ver lo que se venía? Las políticas públicas dejaron de llegar a donde más se necesitaban. La prevención quedó reducida a eslogan. Y mientras eso pasaba, la corrupción se volvió costumbre, la impunidad norma, y las instituciones —esas que deberían protegernos— fueron cediendo terreno, poco a poco, hasta que ya no quedó casi nada.





Decir que “esto vino de fuera” es una forma cobarde de evadir la responsabilidad. No, esto ya está aquí. Está en nuestras calles, en los barrios donde los jóvenes saben más del narco que del bachillerato, en los negocios que pagan “cuotas” porque no tienen a quién más acudir. La violencia no necesita anunciarse en espectaculares. Basta ver el miedo en los ojos de la gente.
Lo urgente ahora no es solo mandar más patrullas. Eso es paliativo. Lo que se necesita es reconstruir el tejido social desde abajo, con políticas reales, no con promesas. Recuperar la confianza. Devolverle sentido a la educación, al empleo, a la vida comunitaria. Porque mientras las únicas ofertas para muchos jóvenes sean la cárcel, el sicariato o la migración, no habrá operativo que baste.
Aguascalientes no puede resignarse a vivir con miedo. Pero tampoco puede seguir fingiendo que todo está bien. La paz no es silencio. La paz es justicia, dignidad y presencia del Estado en cada rincón donde hoy solo manda el terror.