EL VALOR DE LAS PALABRAS
Muchas veces no he coincidido con López Obrador sobre sus dichos, es normal con una persona que será progresista pero no de izquierda, de tal manera que hay apreciaciones en él que para mi gusto debieran ser más radicales, pero no se le puede pedir peras al olmo. Y si por mi parte quiero más de lo que se ha dado hasta ahora en la actual administración, entonces hay que dar la lucha para que así se dé. Hay muchos ejemplos para detallar estos casos.
Sin embargo aún posturas encontradas, coincidentes o divergentes, una particularidad positiva en el Presidente es que como él señala: su pecho no es bodega, y no se guarda nada, suelta los asuntos en las mañaneras sin empacho, cause lo que cause, provoque la reacción que provoque, de tal manera que, así como lo hacía desde que fue Jefe de Gobierno capitalino, sigue definiendo la agenda a debatir cada semana, sin importarle las reacciones que pudiesen presentarse.
La oposición las agarra todas, reaccionando como la tercera ley de Newton. El tiempo del debate fenece y esperan que el presidente saque otra de las suyas, que para los anteriores son ocurrencias, pero aún cuando lo piensen así, actúan, casi siempre con descalificaciones y falsas afirmaciones o recurriendo a la lógica formal, que por lo mismo, limita la discusión al no utilizarse el análisis de fondo, pues va dirigido a quienes no leen ni analizan y se van con la finta de cualquier afirmación, a la manera mcluhiana.
Ya visto así las cosas es observar un debate sesgado, puesto en dimensiones no reales, subjetivas, pero donde una parte, en este caso la derecha, trata de llevar las cosas a donde quiere, pero que está alejada de la objetividad y por ende de la realidad, cuestión que a final de cuentas no le importa, pues lo único que es relevante para ella es crear una percepción negativa hacia su debatido, que siempre es el Presidente de la República, es decir, el enemigo a vencer.
El problema es que por el otro lado no se explique las cosas de manera debida, no se reubique el debate en su justa dimensión, poniendo en el centro lo real y significativo, no lo que se quiere subrayar aunque por ahí lo ubiquen los críticos de la oposición, que lo llevan a falsos debates o por lo menos a puntos que el otro interlocutor, dígase AMLO, nunca lo planteó. Lo peor es que algunos caigan en el garlito y le entren a una discusión que tiene como objetivo, denostar a uno de los participantes, pues la intención es ir mellando su prestigio y apoyo popular ganado, no por la defensa de lo criticado o por las instituciones presuntamente descalificadas.
Insisto, hay muchos casos que pueden ejemplificar lo antes descrito, aunque ahora, lo más reciente es lo que se ha dado alrededor de las declaraciones críticas de López Obrador sobre la cúpula de la UNAM, no de la Institución en si. Sino de quien la dirige. En todo caso, como bien lo ha señalado Américo Saldívar, el Presidente abrió la oportunidad para debatir el tema de las universidades públicas, su papel y su perspectiva para el futuro. Nadie ha planteado denostar a la Institución, por la cual muchos orgullosamente pasamos y nos sentimos parte de ella.
Pero otra cosa es olvidar los lastres que ha ido acumulando en los últimos lustros, el papel nefasto de muchos de sus rectores, por cierto casi todos ellos ligados al PRI y a su postura neoliberal, la que ahora subraya López Obrador. La misma cúpula que quiso cerrarle el paso a los estudiantes pobres al fomentar el aumento de colegiaturas y que a la par con la demanda de su democratización, gestó varias generaciones de lo que se conocería como el CEU. O ya se nos olvidó cómo y por quién son electos los rectores y directores de escuelas y facultades de la UNAM.
Lo que priva ahora es la polarización y el maniqueísmo en el debate. Se alude a la presunta violación a la autonomía, pero pregunto, opinar es violar la autonomía. Creo que no. Más cuando en la universidad lo más que debiera prevalecer es la universalidad de las ideas, la coexistencia de la pluralidad, pero también, en el caso de la UNAM, la continuidad de una Institución al servicio de la sociedad y de los más pobres y que en su momento, rectores neoliberales quisieron acabar imponiendo un modelo que no era el de la comunidad universitaria.
Lo peor es que ahora también este sesgado debate se ha politizado, dando paso a la mezquindad, como la expresada en siniestros personajes como Gabriel Quadri, faltando nada más, que incida en el mismo Claudio X. González, como parte de su estrategia para sacar del Palacio Nacional a López Obrador.
Y si, independientemente que todos tengamos derecho a opinar sobre la UNAM y su situación, deberá ser la comunidad universitaria quien incida en su renovación, actualización y democratización. En todo caso ellos deben retomar todo lo dicho y manifestado para dar los pasos necesarios que tracen las perspectivas y el futuro inmediato y a largo plazo de la misma.
Como también señalábamos, en todo caso, las opiniones del Presidente de la República deben permitir de abrir el debate, al igual de otros rubros que también se han puesto sobre la mesa de la discusión, como es la iniciativa de reforma eléctrica; la insatisfecha lucha contra la corrupción o el esclarecimiento de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, sólo por anotar algunos temas de una larga lista que integra la agenda nacional.
Lo que si no podemos aceptar en el debate es la descalificación, el torcido irregular de la formulación de los temas a discutir, la utilización de la lógica formal divorciándose del pensamiento crítico, la perversión bajo la politización de los problemas sociales a resolver, así como la prevalencia de intereses particulares en cada bando.