Emergen nuevas fuerzas de izquierda porque Morena se queda atrás
La espera no ha sido larga. La llegada de lo que acompañará a MORENA en la próxima legislatura federal y estatal anuncia una recomposición de las fuerzas políticas al interior de la organización que, más allá de la casualidad, resulta una renovación que corre el riesgo de reconfigurar el proyecto.
La izquierda electoral y no electoral, ha iniciado una discusión sobre esta reconfiguración, el sentido del Plan C, su propio programa y estrategia política de cara a las condiciones políticas que prevalecen en el movimiento social y entre amplios sectores sociales que no escatiman esfuerzos y voluntad para proseguir la profundización y consolidación de la democratización de la sociedad y del futuro que se avecina.
Nadie está llamado a la decepción. La izquierda tiene que decir hasta aquí llegué en los términos que resolvió en su momento sumarse al proyecto lopezobradorista y renunció a la conformación de una organización que actuará sobre su propio riel.
Hay la otra izquierda, para no quitarle el cómo se consideran ellos, que abandonó la lucha por la democracia, por los trabajadores, por el Estado de Derecho y bienestar de los ciudadanos y por cambiar las reglas del juego impuestas por el neoliberalismo nacional e internacionalmente y en cambio, se cobijó en derechos que, fragmentados, son objetos de manipulación y reduccionismo como pasa con el economicismo que es objeto de la etapa primigenia de la lucha sindical.
La cuestión radica en posesionar la voluntad de cambio que amplios sectores del país comparten en todos los órdenes. Los cambios impulsados por AMLO son un avance significativo pero limitados y no aseguran ni garantizan la democracia que planteó la izquierda cuando salió de la ilegalidad.
Hay una preocupación central sobre el proyecto de democratización planteado por Andrés Manuel López Obrador.
Desde diferentes expresiones se plantea que el plan C, que tiene como propósito lograr la mayoría calificada para llevar a cabo reformas constitucionales, particularmente el órgano electoral y el judicial, la meta que se persigue es establecer un nuevo partido de Estado y someter al Poder Judicial.
Al margen de estas preocupaciones ambas entidades y otras deben reformarse y es esencial que la sociedad se enfoque en que el objetivo de la transformación radica en el Estado Mexicano, ese Estado mexicano al que se le quitaron atribuciones y se le otorgaron a las grandes corporaciones a través de conformar instancias públicas proveedoras de recursos, políticas públicas y marcos normativos que han generado nuevos nichos de mercantilización, sea en pensiones, sea en regulaciones económicas y comerciales, salud, educación, energía, financiamiento, contando para ello o fomentando reestructuraciones que facilitaron la concentración de la propiedad y de la riqueza.
El Estado se había adelgazado a costa de las políticas de bienestar, del papel rector y regulador y se concibió un como un espacio de saqueo y enriquecimiento contra cualquier velocidad tendencial del propio capitalismo.
La impartición y procuración de justicia a nivel estatal y federal habían adquirido la categoría de centros de corrupción e impunidad para esa clase política y las redes de grupos económicos y de interés que pululaban a su alrededor.
La estructura gubernamental, los recursos y su funcionamiento representaban un recurso poco funcional, eficaz y eficiente. Al respecto, el gobierno de la 4T no pasó de la prueba de aprendizaje y las políticas administrativas en algunos casos están en espera del diseño; en tanto, el Presidente de la República, aquí, como en muchos terrenos ha aplicado parches.
Los órganos autónomos, por eso, al ser cuestionados, por la falta de un nuevo modelo estatal han topado con pared y facilitado una campaña mediática y sucia sin que los resultados se visualicen y contribuyan a una visión reconstructiva del orden social, político, económico y cultural.
Se pasó del “se acabó” al “emergió” el monstruo que se combatía.
El clima democrático que se avizoró vive una encrucijada no solamente por la lucha política que ha impulsado la derecha y los recursos que cuenta sino también, por los déficits en todos los órdenes de la vida y gestión política del gobierno de Andrés Manuel.
Estos déficits han sido el mejor instrumento que deslegitima las reformas, si se entiende como la certeza y confianza que genera la congruencia y confianza entre el decir y el hacer.
La propuesta de reforma judicial y del órgano electoral, por citar ejemplos, n o encajan cuando ni siquiera el partido del Presidente avizora o visibiliza prácticas democráticas que expresen ejercicios democráticos líderes de nuevas formas de organización y funcionamiento de los aparatos del Estado.
Cuando en Morena hay una pérdida de las prácticas democráticas al interior del partido con la venía de López Obrador, que ha procedido a poner fin al respeto a la participación de la militancia en la lucha y en el trabajo organizado y consensuado por democratizar lo que afuera hay.
Por supuesto eso que hay afuera en la sociedad civil y sus diversas organizaciones requiere que se establezca el diálogo, se busque el consenso en torno a un proyecto político que establezca nuevas condiciones democráticas en todos los órdenes.
Está claro que para que la izquierda salga airosa y el proyecto que impulse se materialice es indispensable y urgente que la izquierda no oficial se organice, conforme un programa de acción y emprenda una política de alianzas que a la derecha no conceda ningún espacio y al oficialismo y su partido lo obligue a reconsiderar la ruta y concepción trazada.
Porque es claro que se impulsaron formas caudillistas y caciquiles que desmembraron cualquier ejercicio de participación, organización y opinión organizada, manteniendo por lo tanto, viejas prácticas políticas en esta incipiente expresión de hegemonía política que, a pesar del éxito en los resultados electorales, no se puede decir lo mismo en términos del proyecto político de esta organización.
En Palacio y en el Partido de Palacio se ha instaurado un ejercicio del poder político que técnica y políticamente expresa asimetrías de toda índole, pero en sus resultados hay carencias y debilidades que están expuestas hoy en las candidaturas y el trabajo electoral desempeñado.
Despecho por el trabajo político y las causas populares cotidianas han dejado ese espacio en manos de la derecha, mientras esa reconfiguración del proyecto acecha al gobierno de cara a los resultados electorales que esperan el grupo gobernante y su partido obtener.
Al advertir esto la izquierda anticapitalista y progresista plantea organizarse y desempeñar un papel que asegure que la lucha pacífica que han emprendido amplios sectores de la sociedad se traduzca en éxitos en términos de la distribución de la riqueza y del poder.
El éxito en la formación de una o más organizaciones de izquierda y su aparición en el espectro nacional dará inicio a la construcción de una interlocución política en todos los ámbitos y pondrá al frente a cuadros que tras luchar por el socialismo, partir de la lucha de clases como campos ideológicos y programáticos, descanse en la premisa de que el socialismo puede y debe en la construcción de la hegemonía ir estableciendo regulaciones que debiliten la explotación y la dominación, el extractivismo y el crecimiento económico irracional y una desigualdad en el saber producto de las condiciones de dominación.
Será un contrapeso que acelerará el cambio social y las condiciones de igualdad y equidad.