Fragilidad de la justicia
La justicia es la ventaja del más fuerte. Trasímaco
La idea y el contenido puntual del concepto de justicia ha variado a lo largo de milenios (en la cultura “occidental”), aunque en sustancia coinciden en una acepción de la armonía de las relaciones sociales, han variado y transformado algunos de sus matices o incluso de sus contenidos, compatible con las exigencias del poder político y el poder económico, así como de la contracultura de los sometidos y subordinados. En muchos casos la cuestión de la justicia rebasa el nivel de los argumentos humanos y ha requerido la utilización de referencias místicas más que para argumentarse y estimar el valor de su pertinencia, para imponerla justificándola como un categórico proveniente del Ser absoluto.
Incluso desde la ilustración, la modernidad y nuestro tiempo, no ha dejado de recurrirse a la moral religiosa (cuyos alcances y límites se disimulan para parecer diferentes), acorde a la cultura pagana o la cristiana en todas sus denominaciones, según la dinámica de los intereses en conflicto que, más allá de la envoltura religiosa, revela la lucha de clases y la evolución misma de la sociedad, las cuales van del poder de la tierra al poder del capital, de la servidumbre a la ciudadanía, de la dictadura de la aristocracia a la dictadura de la burguesía, la cual construye la solución del conflicto político y de la disputa económico-clasista, vía el subterfugio de la democracia liberal.
En la antigüedad griega, Sócrates discurre sobre la naturaleza de la justicia en la época de la decadencia política de Atenas, “sumamente preocupados [él, Glaucón y Adimanto] por esa circunstancia y pensando en el modo de restaurar la salud pública” … En La República Platón concluye que “la única posible reforma es la del hombre en lo individual”, lo cual es en esencia la propuesta del cristianismo. Sócrates aspira a un saber que dirija la república; los sofistas, en cambio, a uno que sirva para dominar. Así queda meridianamente planteada la cuestión de la justicia y el poder. La debilidad de aquélla y la fortaleza de éste.
En el libro I de La República, Platón-Sócrates opinan que “la justicia es la cabal dedicación al bien común”. De ahí se sigue que para Sócrates-Platón el fundamento ético del poder político radica en la justicia, ya que el bien de cada uno de los individuos depende del bien del conjunto. Ahora bien, la justicia para adquirir vigencia real, por encima del ideal abstracto, se traduce llanamente en la ley, la cual es asunto de seres humanos imbuidos de ambición, egoísmo e intereses (ya sea individuales o de clase), que pueden coincidir o no en lo justo (a cada quien lo suyo y el justo medio, de Aristóteles).
Según Platón (Critón) “sólo el derecho natural, la justicia misma, la “idea” o la “forma” de la justicia es inequívocamente justa. Sin embargo, la ley humana o la ley de la ciudad, es indiscutiblemente obligatoria [aunque no sea justa] para los hombres sujetos a ella… siempre que su sujeción a las leyes de su ciudad sea voluntaria” (Leo Strauss). Es decir, existe una clara diferenciación y hasta contraposición entre “la idea” o la “forma” y el vivo testimonio material de justicia, cambiante en cada ciudad o república y en cada época, condicionado además por los intereses dominantes de clase social, cúpula política, cofradía militar o élite religiosa. En todos los caso, lo justo se identifica con la ley que determinan.
Glaucón, por su parte, explica que lo justo es lo mismo que lo legal o lo convencional, ya que “por naturaleza, cada quien se preocupa por su propio bien y no le preocupa en lo mínimo el bien de ningún otro, hasta el punto de que no vacila en hacer algo que pueda dañar a sus semejantes”. Por esta situación, insoportable para la mayoría, los más débiles (los más fuertes no lo plantean porque su fuerza o poder no lo hace necesario), se avienen a las leyes que prescriben los poderosos lo cual no es deseable en sí mismo sino visto como “mal necesario”, pero mal menor que la inseguridad universal. (Tema éste, la seguridad, que es el núcleo de la tesis de Hobbes sobre el pacto político que crea el Estado y su versión acerca de la soberanía].
Sócrates, utópico y moralista, pregunta cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para que las ciudades reales se transformen en ciudades buenas. Para ello propone que deben coincidir de poder político y filosofía: “los filósofos deben gobernar como reyes…” De esta manera, la filosofía no es la finalidad de la vida del hombre sino sólo “es medio para alcanzar la ciudad justa”. Pero la ciudad justa no es posible porque los filósofos no quieren gobernar, “dominados por el deseo de conocimientos… no tienen tiempo para considerar los asuntos humanos, menos para encargarse de ellos”. (Strauss) En consecuencia, observado desde esa óptica, es inevitable concluir que los filósofos no son inútiles sino dañinos en la política real. Conviene advertir que, ubicados en nuestro tiempo, debe entenderse tecnócrata en vez de filósofo.