Una vuelta por la edad de la inocencia
Quién tuviera esa edad. La mejor época de la vida. Se disfruta. Se goza. Nada la enturbia. Nada la perturba. Nada la preocupa. No tiene pasado. No tiene mañana. El presente es un momento eterno. El tiempo es su mejor aliado. El sueño y la aventura sumados a su mundo.
Es la edad de la curiosidad. Del paisaje hogareño. De los mimos y los besos que derriten. Del “papi”. “mami” y “tito” que se repiten como la mejor letra y música que puede tener una canción amorosa. De los porqués. Del aquí y del ahora. De los pataleos. De los chillidos convertidos en sonora presión. De la imaginación sin límite. De la inteligencia muchas veces negada por los padres y abuelos.
Pasadas las fiestas patria, el comercio mayoritario y minoritario iniciará la promoción de la venta navideña, empezando por los juguetes que ya empiezan a escoger en su mente para pedírselos al Niño Dios o a los Reyes Magos.
El apresurado correr del consumismo impulsa la clásica pregunta: ¿Ya tienen pensado que les van a regalar? Lo primero, lo más importante, lo que verdaderamente les hará felices a esos cielos de nuestro hogar, son los besos envueltos con el celofán de una caricia, amarrado con el listón de un abrazo y entregado con un moño que diga: muchas felicidades, te quiero mucho, te quiero por siempre.
Independientemente de lo anterior, no está por demás repasar la historia. Forbes publicó a principios de 2006 la lista de los diez juguetes más populares de los últimos cien años en los Estados Unidos, donde visitar Toy R US, paraíso terrenal del entretenimiento, para comprar “algo” a niñas y niños, es la gloria eterna.
De la investigación que llevó a cabo esa prestigiada revista, se desprende que los preferidos varían de acuerdo a la edad de los pequeños y a la influencia de la publicidad que los anuncian, principalmente los comerciales televisivos.
Creo que el resultado no tiene margen de error, a juzgar por la petición que vino haciendo mi descendencia, la sangre de mi sangre, mis adoradas nietas y nieto, al llegar a casa: Unas crayolas y el correspondiente papel para dibujar, aunque esto último no se me dio ni en las mejores épocas de mi niñez.
El primer lugar de la lista de Forbes lo ocupan esos lápices de cera multicolores que se pusieron a la venta en el mercado en 1903 y que se consumen, en promedio, 2.5 millones al año.
Le siguen el popular yoyo, creado en el año 1000 A. C., pero comercializado exitosamente hasta 1929 por el empresario multimillonario Donald F. Duncan.
Erno Rubik inventó el cubo que lleva su nombre cuando era estudiante del Departamento de Diseño Interior de la Academia de Artes Aplicadas en Budapest. Se calcula que tiene 43,252,003,274,489,856,000 combinaciones. Salió a la venta en 1978.
El señor Cara de Papa, que vimos en Toy Story, llegó a este mundo en 1952. Fue el primer juguete anunciado en la televisión.
Muñecas de trapo y de registro como las Cabbage Patch, el tierno peluche. Los infaltables juego de mesas y, otros más, conforman el resto de la lista de los juguetes más populares del siglo pasado en gringolandia.
Por supuesto la lista evoluciona con el paso de las décadas, la llegada del siglo XXI con su revolución digital y el gusto de las niñas y los niños, por supuesto.
En mi lejanísimo universo infantil, las canicas obsequiadas —sin que se dieran cuenta mis padres— por la Papelería Granados. El trompo. El yoyo. El balero. El futbolito de mesa. El futbol callejero en el Pasaje Ortega, con la consabida molestia de los vecinos. Colmaron las miles de horas de entretenimiento en la edad de la inocencia, recortadas en ocasiones por mis queridos don Claudio y doña Lupita, que exigían el cumplimiento de la obligación escolar.
Bien lo decía Oscar Wilde: “el mejor medio para hacer buenos a los niños, es hacerlos felices”.
Porque alguien tiene que escribirlo: En el marco de la XXVI Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Otto Granados Roldán presentó el sábado su reciente obra: EN QUÉ CREER y otras historias heterodoxas (ediciones cal y arena), con la destacada participación de monseñor Ricardo Cuéllar Romo y la apreciada periodista Ana Silvia Lozano Galindo.
En el prólogo, Granados Roldán recuerda que un ingenioso comentarista afirmó alguna vez que cuando el punto de referencia son siglos, se le llama historia; si son décadas, se trata de sociología; y si son días o años, es periodismo. Visto así, este es un libro de periodismo y, para más inri, de periodismo de opinión.
Para quien se ha dedicado buena parte de su vida a la política y la academia, que es mi caso, hacer periodismo de opinión ha resultado una actividad fascinante y formativa y, en más de un sentido, otra manera de hacer política, aunque con frecuencia esté potencialmente orientada a lectores específicos que son apenas una porción del público masivo al que intentan llegar (o por lo menos a eso aspiraban hasta ante de la revolución digital) los periodistas profesionales y de tiempo completo.
Guillermo O’Donnell, de la University of Notre Dame, recomienda su lectura porque “es un excelente ensayo sobre la democracia sin demócratas. Me parece de una gran lucidez y, por cierto, civismo”.
marigra1954@gmail.com