Cronista del municipio de Aguascalientes
-Con la iglesia hemos dado, Sancho. -Ya lo veo -respondió Sancho-; y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura. Don Quijote de la Mancha, segunda parte, capítulo 9.
En 1990 se formó en el Instituto Cultural de Aguascalientes un Seminario de Historia Regional, que al cabo de los casi tres años que duró su gestión dio varios frutos, entre ellos el trabajo de Yolanda Padilla Rangel, “Con la Iglesia hemos topado”, un texto interesante, valioso, revelador sobre el conflicto que desgarró al clero católico y a una buena parte de la feligresía a mediados de los años setenta del siglo anterior, en lo que aparentemente habría sido un conflicto de poder, y que muchos de nosotros vivimos, aunque fuera desde una posición del todo irrelevante (por mi parte era estudiante de bachillerato en el heroico Colegio Portugal). Semejante división tuvo en el centro del huracán al obispo Salvador Quezada Limón, que hasta ahora ha encabezado el episcopado más largo en la historia de la diócesis de Aguascalientes, 32 años entre 1951 y 1984, con una pausa en la que fue removido, para tiempo después ser reinstalado y acompañado de un obispo que cumplió funciones de auxiliar.
Como digo, se trata de un tema tabú entre nosotros, y si en alguna medida lo sigue siendo hoy en día, en el contexto de una sociedad cada vez más abierta y diversa, pues ya podemos imaginar como era en 1991, año en se publicó este libro, momento en el que según afirmación de quien redactó el prefacio, la Iglesia Católica local comenzó a “salir de su estancamiento, a tratar de planear su acción y a unificarse”. Entonces, a todos los atributos que caracterizan el trabajo de Padilla, habría que sumar el de la valentía; valor para decir una serie de cosas indecibles, y valor también para hacerlas públicas. Aunque pensándolo bien… Quizá fueron gestos como este los que contribuyeron a abrir las ventanas de este risueño conglomerado para refrescar e iluminar el ambiente porque, ¿por qué no hablar de este y otros temas considerados espinosos? De veras, ¿por qué no?
En fin, aquellos hechos pertenecen a la Historia, y en todo caso queda este testimonio que da cuenta de una manera de ser, una manera de pensar y actuar. Luego de la salida definitiva de Quezada, por renuncia, ocupó el cargo el obispo Rafael Muñoz Núñez, con la enorme tarea de cauterizar heridas, unir lo que estaba separado, restablecer la paz. En mi inútil opinión creo que lo hizo bastante bien, hasta donde fue posible, porque siempre queda algo; siempre, alguna tenue brasa, alguna ceniza tibia, ¡siempre! Curiosamente hubo varios casos de sacerdotes que eran vistos como cabezas del movimiento opositor –no digo que lo fueran- que fueron reivindicados. Recuerdo, por ejemplo, el querido padre Jorge Hope, que fue nombrado canónigo, eso sí, cuando ¿ya para qué?; cuando sus energías habían mermado. Ahora recuerdo alguna conversación que tuve con él… Le recordé este gesto como signo de reconocimiento de su persona y trayectoria; de los enormes servicios que prestó a la comunidad aguascalentense, a lo que él se encogió de hombros.
En fin, aquellos hechos pertenecen a la Historia, pero por desgracia quedó mucho por decir; mucho por reflexionar. Se me figura que es uno de esos asuntos en que los implicados prefieren mejor olvidar… Hasta que llega alguien de fuera; alguien inocente, ajeno al asunto –que para este caso es Yolanda Padilla- y entonces aparecen cosas. Aunque también habría que señalar que, visto el tema a la luz de la información que ha brotado a cuentagotas aquí y allá, Yolanda se acercó a una explicación certera del problema, pero careció de un elemento fundamental que daría luz; más luz, para aclarar a plenitud lo ocurrido. Si me permite la imagen, si se tratara del juego maravilloso de ponerle la cola al burro con los ojos vendados en el contexto de una fiesta infantil, en la que la chiquillería excitada guía a gritos a quien avanza con la pequeña cascada de estambre negro hacia el burrito descolado, con su trabajo Yolanda la habría colocado en uno de los muslos del animal, cerca de donde va la cola, pero aun distante (desde luego no tanto si se la pone en el cuello, ¿verdad?)
Por cierto que el doctor Alfonso Pérez Romo ofreció una pista sobre este elemento faltante en el trabajo de Padilla en su texto “Legado de autenticidad”, incluido en “Otro cajón de sastre”, libro que Gustavo Vázquez Lozano publicó en 2014 en homenaje al padre Hope.
Como digo, Con la Iglesia hemos topado se publicó en 1991, y desde luego la edición se agotó, pero he aquí que la Universidad Autónoma de Aguascalientes publicó recientemente una segunda edición, por lo que el libro está disponible. No estaría por demás que alguien le obsequiara un ejemplar a nuestro flamante obispo, don Juan Espinosa Jiménez, dado que le ofrecería una posibilidad distinta a las tradicionales para acercarse a su diócesis. Amén. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).