SIN RASTRO ALGUNO
Llegaron a la estación, perfectamente custodiados los dos policías y el reo.
Cleofás y Benito habían sido seleccionados para llevar a la capital del país a “El Charifas”, un raterillo de poca monta, pero había decidido testificar en contra de un pesado y peligroso delincuente, y éste había jurado que no llegaría vivo para realizar tal acción. Era tan insignificante el tal Charifas, que su ficha policial no registraba más que el alias, y él mismo había olvidado su verdadero nombre, si alguna vez lo supo.
Matar al Charifas no ofrecía mayor dificultad. La enorme dificultad era hacerlo sin dejar evidencia ninguna; es decir, debía desaparecer por completo el cadáver.
El tren para realizar el viaje a la capital, estaba absolutamente blindado y no era posible que entrara o saliera ni un dedo por rendija alguna. Los tres vagones que componían el convoy únicamente se podrían abrir por fuera, y eso con cierta dificultad.
Resultaba curioso, pero la labor de Cleofás y Benito no consistía en proteger la vida del reo, sino en cuidar que, si éste era asesinado, no se perdiese el cuerpo, ya que, en todo caso, el cadáver mismo sería prueba suficiente.
Además de los dos policías y el delincuente, en el tren viajaban seis empleados del tren: dos cocineros, el maquinista, dos camareros y un comodín para suplir a quién hiciera falta. Todos ellos con el absoluto respaldo de las Autoridades.
La primera noche transcurrió sin novedad. La cena se sirvió en tiempo y forma, y se ocuparon los dormitorios correspondientes.
A la mañana siguiente, como era de esperarse, el Charifas, ya no amaneció.
El par de policías buscó, interrogó y analizó, sin resultado.
–¡Las calderas!
–No, Fas. Eso hubiese sido posible hace 70 años. Hoy los trenes se mueven con locomotoras a diesel. Los motores están sellados, y además no se puede llegar a ellos. No. Tenemos que recorrer palmo a palmo el tren. El tal Charifas, o lo que quede de él, tiene que estar en alguna parte.
–Está bien. Vamos a almorzar para empezar la búsqueda.
Almorzaron, y buscaron. Comieron y buscaron. Cenaron y buscaron.
–En dos horas el tren llegará a su destino y no hemos dado con el menor rastro del tipo ese. No ha salido de aquí, estoy seguro. No hay un solo centímetro que no haya sido revisado. No pudo salir del tren.
–No. Tampoco ha quedado compartimento o maleta sin revisar. El cuerpo no está en ningún lado.
–¿Y qué diremos? ¿Que se lo llevaron los marcianos?
–Dirán que nos lo comimos…
En ese momento se voltearon a ver con los ojos más expresivos de sus vidas, para luego volver sus ojos hacia sendas albóndigas grandes y brillantes servidas en sus platos…
Siguen vomitando.