De los gatos a los aforismos de Monsiváis

El poeta Armando Alonso deja en el grupo de Diálogos en Pluralidad, con chispeante sentido del humor, el comentario que desayunaba con Carlos Monsiváis en el Péndulo de la Zona Rosa capitalina, cada sábado.
“Bueeeeeeno! Él desayunaba con otras personas. Pero yo me sentaba cerquita”, reconoció entre risas y carcajadas.
En el mismo colectivo, la maestra Coquito Ramírez hace segunda al recordar la penosa anécdota contada por el querido maestro Enrique Rodríguez Varela, mejor conocido en el averno como El Chamuco: “Los gatos de Monsiváis, fueron matados. Sus familiares no aceptaron el auxilio de las asociaciones, para darlos en adopción. A pesar que Carlos decía que muchas de las horas más felices de su vida, eran las que había pasado acariciando a sus gatos”.
Efectivamente, quiso a sus últimos doce gatos como si fueran sus miles de libros. Bautizó a las mascotas en la pila monsivayésca de la irreverente invención:
Miau Tse Tung.
Fray Gatolomé de las Bardas,
Miss Oginia.
Eva Siva.
Voto de Castidad (el único voto útil, solía decir).
Peligro para México.
Copelas o Maullas.
Al cuestionarle los originales nombres respondió: “Sé que preguntaron esto para hacerme pasar por un excéntrico pero la Historia me absolverá”.
Analista político. Critico irreverente. Apóstol de la cultura popular. Maestro de la ironía. Amigo de la risa ajena. “Misógino feminista”. Desmitificador del poder. Todo eso y mucho más fue Carlos El destripador de las estupideces gubernamentales, Monsiváis el Señor Memoria del México lacerado por la pobreza.
Cuando le pidieron recordar el primer texto publicado, reconoció que “era brevísimo, lo publicó un periódico preparatoriano, aún más breve… Uno de los motivos de mi optimismo es que desapareció esa ‘crónica’ para siempre…”.
Monsi, para sus cuates, sabía reírse de sí mismo con la seriedad dibujada en el travieso rostro. Al otorgarle el Premio Juan Rulfo 2006 celebró la entrega, aunque aceptó que “el significado mayor es el enfrentamiento a la autocrítica, pero mañosamente he pospuesto el momento”.
Hizo del aforismo la sentencia implacable. El brevísimo juicio. La reflexión mortal. La chimenea del mejor humor. La filosofía enriquecedora. El manantial del dulce sarcasmo. La chimenea del mejor humor. El maravilloso jugueteo de los conceptos opuestos:
Amistad que no se refleja en la nómina es pura demagogia.
Cuando nadie me ve, cuando nadie me escucha, me digo: a lo mejor si soy escritor.
Sin la Chingada, las conversaciones se oyen falsamente nacionalistas.
El rumor, es la consolidación de los dioses.
Lo grave de la eternidad es que no termina nunca.
La vida vale mientras no se le aprecie demasiado.
Soy optimista porque creo en mi mala suerte.
Lástima que cada gobierno tarde seis años en enterarse de lo que pasó en su sexenio.
No adquirir compromisos con posterioridad.
Evitar que nuestras diferencias ideológicas nos unan.
Que la conspiración de nuestras inteligencias no vulneren nuestra amistad.
Y bueno, para no ser menos, se me ocurrieron algunos aforismos del espinoso y jugoso vegetal, mejor conocido en el Agropecuario como chayote, pero rebautizado así para llamar a la dádiva gubernamental destinada a los inmortalizados en el Salón de la Fama del Oficialismo Periodístico.
Del chayo —jugoso, por supuesto— se encargan la Virgen del Huerto Hermoso y Enrique de la Torre de la Paz, alias Kike.
El chayo unido jamás será vencido.
Al chayo dado no se le ven las espinas.
Solo renuncia al chayo por uno más grande.
Acepta el chayo mientras no te espine.
A San Judas Chayeo encomienda tu bolsillo.
El considerado “último cronista de la ciudad chilanga” hubiera celebrado 87 años de vida el pasado domingo 4 de este mes, pero el Metro se lo llevó el 19 de junio 2010, a la última (e ingrata) estación terrenal, donde los muertos, eruditos como él, gozan de cabal salud.
Por todo eso y mucho más, me quedo con el dulce sarcasmo de Carlos Monsiváis.
Porque alguien tiene que escribirlo: Hasta la próxima.
marigra1954@gmail.com