De la dificultad de sostener el optimismo práctico

De la dificultad de sostener el optimismo práctico

De la dificultad de sostener el optimismo práctico 

 

«Nos detuvimos en busca de monstruos debajo de la cama cuando nos dimos cuenta de que estaban dentro de nosotros».   

Charles Darwin.

 

De tal tañano está el diagnóstico de los daños a la salud del planeta que varios expertos han reclamado más apoyo psicológico para los científicos que estudian el dañado medio ambiente. Creen que trabajar con el dolor y la tristeza puede fortalecerles y ayudarles a hacer su trabajo. No solo es la pandemia larga que ya vive entre nosotros, sino la vorágine de desastres que ven caernos encima si no se toman soluciones prontas y tajantes para enfrentar el cambio climático, que junto con el vergonzoso ensanchamiento de las desigulades sociales-económicas amenazan la superviencia misma de todos. Al parecer no hay a la vista tiempos mejores para el planeta ni sus habitantes, ni ánimo para sostener optimismos prácticos ante las adversas evidencias teóricas.

[bctt tweet=»En estos días resulta complicado sostener nuestro optimismo práctico, esa es la única certidumbre. » username=»crisolhoy»]

Estas semanas leo sobre las expectativas que desde el ámbito científico algunos investigadores revelan acerca del horizonte que se nos descubre, ineudible ya, por el cambio climático.

Leo sobre la consternación de los científicos ante la desaparición de especies y paisajes, la contaminación de los océanos o el deshielo de los glaciares, y de como, cuando trabajan en esos asuntos, no solo conocen a fondo y ven directamente estas realidades, sino que, además, observan su evolución con el paso de las décadas, y sin embargo, en el ámbito científico, su comunicación se centra en publicar artículos en revistas científicas y en debatir hechos, experimentos y modelos, de la forma más aséptica posible.

Pero también en esto las cosas van más allá con esa idea de que los científicos solo son observadores desapasionados. Los tiempos son otros, tal como en estos días ha quedado evienciado. Muchos científicos experimentan «fuertes respuestas de dolor» ante la actual crisis ambiental, e ignorarlo es un profundo riesgo.

En fín, es mucho lo que se ha dicho sobr el peligro de extinción frente a nosotros, y muy poco lo que en realidad se hace para enfrentarlo.

Enumero, junto con  la época presente,  las crisis más terribles a la que la especie haya podido enfrentarse, primero, el drástico cambio de temperatura de  hace aproximadamente 195.000 años, que extendió los glaciares en todo el hemisferio norte del planeta con efectos también catastróficos en la otra mitad de la Tierra. Conocida de forma informal como «Etapa Glaciar», esta parte  provocó que el mundo se volviera frío y seco. Multitud de hábitats fueron destruidos, así como animales y formas vivientes. Los seres humanos, por desgracia, no fueron una excepción y fallecieron hasta tal punto que, según los datos menos halagüeños, la población se redujo a menos de 1.000 habitantes, según quienes han profundizado en esos fenómenos. Fue así que por suerte, algunos de nuestros antepasados lograron sobrevivir en Sudáfrica gracias a un clima lo suficientemente cálido.

Otra gran tragedia climática, la datan los investigadores hace 70.000 años,  con la explosión del Volcán Toba en  Sumatra («Super erupción» del Toba”). Acorde a lo afirmado por la Sociedad Geológica de EE.UU., sus efectos ambientales fueron catastróficos para la Humanidad. En primer lugar, porque creó un cráter gigantesco (el futuro lago Toba) y, en segundo término, porque lanzó tal cantidad de cenizas, escombros y gases tóxicos al aire que dificultó enormemente la vida a los seres vivos de la Tierra.  Se considera que con este último evento, la población se redujo hasta las 10.000 personas, según lo afirma Steven Ambrose, uno de los científicos que consideran que una de las consecuencias del invierno volcánico fue el aislamiento de las diferentes tribus humanas y el nacimiento de las razas. 

Antes, hace 1,2 millones de años  la población tan pequeña, entre 12 y 26 mil homo sapiens, se enfrentó también a un real peligro de extinción. De hecho, este número indica que la expansión del ser humano más allá de las fronteras de África no fue significativa, según explica el mismo Ambrose.  

Estamos pues ante días más que difíciles, la era de enorgullecerse de nuestra capacidad de someter la naturaleza a nuestros designios ha llegado a su fin. O se impone el respeto y la apreciación por la naturaleza a la vez que crece nuestra comprensión del impacto ambiental de nuestras actividades, o vamos al abismo, así de drástico nuestro horizonte. 

Superar a la naturaleza ya no es ningún desafío. Nos hemos demostrado a nosotros mismos que somos capaces de hacerlo, podemos relajar esta obsesión ancestral. El desafío ahora es controlar este creciente poder de alterar el planeta y canalizarlo de forma que no perjudique procesos naturales clave y comprometa nuestro bienestar, un bienestar que por otra parte, o se extiende a toda la población, o sumada a estos males denotará conflictos sociales imprevistos ante la humillante desigualdad en que vive la mayoría de la Humanidad en la era del mercado salvaje.

O se toma conciencia, o nos acercaremos más y más a un holocausto para el planeta y la Humanidad, y en ese camino habrá pandemias aún más terribles. «La suerte está echada. En estos días resulta complicado sostener nuestro optimismo práctico, esa es la única certidumbre.

Publicado en “Hidrocálido”. 18.09.2020

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

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