El hombre completo
Para el Dr. Alfonso Pérez Romo.
«Lo que dejamos atrás y lo que tenemos por delante no son nada comparado con lo que llevamos dentro».
— Ralph Waldo Emerson
Decía Hannah Arendt que la impredecibilidad del futuro se atempera con la promesa, y que la facultad de prometer, de comprometerse, de llegar a acuerdos, es lo que permite que el ser humano exista en el mundo de forma extraordinaria. Hace apenas un par de días se ha ido un hombre extraordinario que nos hizo comprender mucho de eso con la práctica diaria
Fue además de un hombre extraordinario por su inteligencia y talentos, un hombre de una humildad enorme que a lo largo de su vida nos ha dejado uno de los más claros ejemplos de honestidad intelectual que conozcamos, porque a la edad en que el ser humano comienza a consolidar su existencia. él junto con otros -que ya también han partido- comenzó a labrar nuevos sueños.
Dejo aquí estas pocas líneas en homenaje a Alfonso Pérez Romo. Hoy, en estos tiempos difíciles cuando priva la percepción desesperanzada que tenemos de nosotros mismos y que ha dado lugar a la crisis civilizatoria global que amenaza con la destrucción planetaria. En este presente de enturbiado horizonte, pese a ello y en recuerdo del amigo, renace una parte de nuestra experiencia del mundo que la cultura contemporánea ha desechado. Lo que hay que defender a toda costa, como él lo hizo.
«Toda ocupación, oficio, arte y transacción es un compendio del mundo y un correlato de los demás. Cada una es un emblema completo de la vida humana, de lo bueno y lo malo que esta tiene, de sus dificultades, sus enemigos, su transcurso y su fin. Y cada una debe acomodar de algún modo al hombre completo y narrar todo su destino», decía un biógrafo sobre el filósofo Ralph Waldo Emerson. ¡¡Hasta Siempre Doctor Pérez Romo!!
Homo relativus
«Rechacé lo real y rabiosamente he devorado el ideal», dice Jane Eyre en la novela de Charlotte Brontë que lleva su nombre, publicada en 1847. Cuando habla de lo ideal la autora se refiere, realmente, a lo imaginario: a una subjetividad que proyecta en los hechos aquello que anhela, en lugar de valorar lo que estos tienen que ofrecer, se dice en un ensayo publicado en Ethic.es por el filósofo y escritor Iñaki Domínguez
Para el también articulista y autor entre otros de “Homo relativus”, Eyre representa, en este caso, una clásica actitud neurótica (e inmadura) propia de la persona que prefiere obedecer a sus ensoñaciones antes que materializar en el mundo real su propio ideal; un proceso, este último, lleno de obstáculos, imprevistos, desengaños y alegrías, pero, al fin y al cabo, real. Algo similar dice Blanche, en Un tranvía llamado deseo (1947): «A mí no me interesa la realidad, yo lo que quiero es magia».
Esta tendencia a sucumbir al puro deseo frente a una realidad impredecible, nos dice Iñaki, es típicamente humana y ha estado presente en toda época y lugar. Sin embargo, hoy, este caprichoso e infantil impulso se ve alimentado de modo intensivo por un capitalismo tardío (posmoderno, neoliberal) que prioriza «lo virtual [frente] a lo real».
Como afirma el propio Giddens, hasta el lugar o emplazamiento que ocupamos en el espacio se ha tornado fantasmagórico: «El emplazamiento físico es mucho menos significativo de lo que solía ser como referente externo en la vida útil del individuo». Cada uno de nosotros flota, cada vez más «libremente», en marcos de la experiencia desgajados del contexto tangible. Vivimos vidas cada vez más abstractas y despegadas de los hechos, sin contacto con las cosas, y este modo de existencia se acelera por momentos. Si dejamos de aferramos a los hechos, a una vida tangible –de primera mano–, terminaremos incluso peor que un Edipo ciego.
A esta virtualización de la materia contribuye, también, la falta de contacto con la muerte –con la finitud de nuestra existencia– que caracteriza a nuestras vidas globalizadas, digitales. La muerte ha sido ocultada de nuestra mirada.
La gran tarea de nuestro tiempo consiste en permanecer insomnes, como los hijos de las élites de Silicon Valley, que son educados sin tablets, smartphones, televisiones ni dispositivos tecnológicos por el estilo. Y esto con el propósito, entre otros, de que permanezcan despiertos mientras el resto duerme. Los ricos no quieren para sí aquello que desean para otros. Los retoños de los altos ejecutivos de grandes empresas tecnológicas son educados en instituciones «donde la tecnología no tiene cabida». Los hijos de Steve Jobs, por ejemplo, no tenían iPad.
Se sabe que Jobs, a la hora de la cena, gustaba de hablar con ellos sobre libros e historia. Como suele decirse en el mundo del narcotráfico: «Don’t get high on your own supply» («No te coloques con tu propio producto»). Los más grandes narcotraficantes han sido, generalmente, aquellos que no han tocado la droga.
Publicado en “Hidrocálido”. 26.10.2022