El derecho a disentir
La movilización del pasado domingo confirmó que en México hay una sociedad crítica. Un sector de la población que cuestiona las formas, las políticas públicas y las leyes impulsadas por el gobierno de López Obrador. Pero también y más importante, que la sociedad ejerce libre y públicamente su derecho a disentir, el derecho a la libre expresión de las ideas consagrado en nuestra Constitución.
Aunque la reacción del oficialismo, incluidos algunos medios de comunicación que hoy juegan del lado de la 4T, fue minimizar el número de participantes, las principales plazas públicas del país (incluido el Zócalo capitalino) lucieron abarrotadas. El mensaje para el Presidente es contundente: los mexicanos están dispuestos a defender sus instituciones e ideas, con la principal herramienta que tiene la sociedad, organización.
El intento desesperado por ensuciar la movilización con lonas y propaganda en contra de García Luna y el PAN es otro tema. Grotescos, como suelen ser los ataques del oficialismo, confirman también que al movimiento del presidente le preocupa la posibilidad de crecimiento de la oposición. Aunque hoy parece haber un vacío, un hueco político en los partidos opositores, existe un sector de la población que no encuentra lugar para participar en la vida pública de la Nación.
Lo anterior, a todas luces, es un fracaso en la narrativa y métodos de adhesión de esos mismos partidos, que cierran sus puertas por el afán de controlar candidaturas y posiciones. No se dan cuenta o no quieren hacerlo, del reto político y social que está enfrente.
El obradorismo ha impuesto condiciones específicas en el país, que apuestan a su permanencia transexenal. Muestra de ello son la destrucción de las reformas estructurales del Pacto por México, la actual política educativa, la profundización del asistencialismo, el control de la opinión pública, la militarización de sectores enteros de la administración pública. Esa receta neopopulista ya vista en otros países de América Latina.
La ciudadanía, como lo han expresado diversos analistas, está huérfana. No hay liderazgos, al interior de los partidos políticos, con la fuerza necesaria para aglutinar el clamor actual. Tampoco parece haberlos en la propia sociedad civil. O al menos no han tenido la palestra de reflectores, necesaria para conectar con ese sentir ciudadano de inconformidad.
Pero lo del domingo, reitero, es un triunfo de la sociedad frente a las estructuras de poder. Oficiales y opositoras. La sociedad se volcó a las calles, como ya ha ocurrido en otros momentos de este sexenio, para disentir, para rechazar las actuales condiciones que vive México. Para expresar su inconformidad ante el autoritarismo que se niega a aceptar la pluralidad de ideas, la diversidad de posiciones políticas y sociales.
De fondo queda una iniciativa de reforma cuyo contenido poco se ha socializado, pero que sin duda atenta contra la capacidad del INE para organizar los futuros procesos electorales. La afrenta contra el instituto es una afrenta directa contra la libertad y la democracia. Una institución que se ha consolidado como dique frente a los excesos del poder y que hoy está en mira del Presidente y de sus seguidores, por lo que pareciera es una revancha que viene de antaño.
Muchas cosas en juego, mucho por pensar y más por hacer.