Estar mal o no estar mal
No tiene remedio Enrique Peña Nieto. El pasado lunes 22 de mayo aprovechó el evento por el aniversario del Instituto Politécnico Nacional, para refutar a quienes sólo ven la parte negativa de su gestión gubernamental. Dice, “… no pongamos todo en la canasta de que estamos mal. Sepamos reconocer los avances”. En un largo discurso se encargó de tratar de convencer de su dicho.
El problema es que no es suficiente que afirme que “falta mucho por hacer”, cuando está a pocos meses de que entregue el Ejecutivo federal y ya prácticamente no podría hacer nada, sino que además de su proceder y actitud no garantizarían de que lo hiciera. El punto es que sólo se queda en el discurso, pues en la práctica no hay el menor rasgo de autocrítica y el propio énfasis que hizo en su intervención es justificar los magros resultados.
Si no, asumiría una postura menos crítica con quienes no coinciden con su postura. Mencionó que, “por eso cuando dicen: ‘Qué mal estamos’ o cuando algunos refieren: ‘Que mal está el país, ha sido una tragedia lo que le ha ocurrido a México’, francamente es no querer ver ni reconocer lo que sí hemos logrado”, en particular las reformas estructurales, que son el legado de este gobierno”. Puede ser un éxito desde la óptica neoliberal, que no es decir, la que beneficiaría a la mayoría de los mexicanos, eso es lo que no acaba de entender o no comprende.
Soslaya lo que piensan los demás, la mayoría de los mexicanos, los considera injustos, pues solamente se fijan en lo negativo de su gobierno, no se pone en el papel de ellos, no es empático entonces, lo cual debiera ser una virtud y cualidad de cualquier político y gobernante. Sin duda ve desde el Olimpo de Los Pinos a lo que pasa en el país, a partir de una óptica particular y a las claras, sesgada por su propia realidad, muy distinta a la que perciben los demás.
De qué sirve que se hayan generado más empleos que en anteriores sexenios como lo señala Peña Nieto, cuando la inmensa mayoría de estos son precarios y por lo mismo insuficientes para solventar los requerimientos mínimos de las familias mexicanas. Esta parte no la toca el peñismo, pero si la padecen todos los días quienes tienen esa situación. Y téngalo seguro, no viven felices y reconociendo los miles de empleos que se han generado en el sexenio.
Tampoco les importa mucho que México haya mejorado su posición con respecto a los países que reciben anualmente mayores flujos turísticos, cuando la derrama económica que ello implica no les llega de manera directa o a través de obra o programas sociales ni siquiera en su corte asistencialista.
Y por ahí fue todo su discurso, que para no variar tuvo su gazapo (más que lingüístico fue aritmético) al dar al IPN una antigüedad de 500 años. Pero más allá de los ya cotidianos dislates de Peña Nieto, éste sigue sin preocuparse de terminar su administración en buenos términos, congruente a los planteamientos que hizo cuando fue candidato hace seis años y que nunca cumplió. Esto es lo que debiera preocuparle.
Para él la postura de la mayoría de los mexicanos corresponde a percepciones equivocadas. En contraparte, cualquier compatriota le podría refutar, narrándole su propia experiencia y situación, lo que batalla día a día y la correspondencia del gobierno y sus políticas para padecer lo que viven cotidianamente.
Por qué cree entonces Peña Nieto que concluye su gobierno con el peor porcentaje de aceptación, que se ha registrado en los últimos sexenios y conste que considerar a Calderón y Fox en la misma medición es decir mucho. El fracaso de su gobierno, divorciado por completo del pueblo, es producto de sus políticas antipopulares, la nula contención de la violencia e inseguridad, el fomento de la corrupción y la impunidad.
Con sus acciones verticales, autoritarias y de nulo beneficio social, el peñismo le ha preparado el terreno para el triunfo de la opción que representa López Obrador, que correspondería a la única posibilidad de cambio, aunque no represente estrictamente una postura de izquierda. Los otros tres candidatos corresponden al continuismo, a más de lo mismo (aún sin discursos) y eso lo sabe la gente, lo tiene muy claro y ha podido influir en la definición por quién votar.
Con Peña Nieto, genio y figura…