Esto no es una reseña de la serie «Mi otra yo»
«pues hasta un libro y una película puedes hacer con todo lo que me ha pasado».
Cuando yo escribía y publicaba con frecuencia -diversos géneros literarios y periodísticos- no faltaban los amigos que, muy solícitos y entusiastas, me ofrecían su biografía o sus historias para que las escribiera y me hiciera famoso «pues hasta un libro y una película puedes hacer con todo lo que me ha pasado».
Y entonces venía a mi memoria que alguna vez García Márquez (si recuerdo bien y toda proporción guardada) contaba que cuando le hacían tal planteamiento él les cambiaba los roles y así se quitaba de encima a sus amigos oferentes: yo te narro mi historia, tú la escribes y te haces millonario, era la contrapropuesta.
Pensaba en esto ahora que estuve viendo una serie turca de Netflix llamada «Mi otra yo», cuya temática gira en torno a la vida de tres amigas, enmarcada en las Constelaciones Familiares, la terapia sistémica ideada por el alemán Bert Hellinger, alguna vez sacerdote católico.
Para decirlo con mayor precisión, las CF son una herramienta terapéutica que amalgama elementos de diferentes propuestas y tiene influencias varias, que Bert fue recogiendo sobre todo en la primera etapa de su larga y productiva vida, tanto desde el aspecto teórico como de la práctica.
En las CF se integran componentes del psicoanálisis, psicodrama, esculturas familiares, morfogenética, transgeneracional, análisis transaccional, dinámica de grupos, grito primario… hasta planteamientos de tribus sudafricanas, específicamente Zulúes entre las que vivió y ejerció Hellinger su ministerio.
Él se consideraba más que todo un filósofo, y afirmaba con no poca razón y bastante humildad, que no inventó las Constelaciones Familiares, sino que «simplemente» las descubrió.
Que me perdone Hellinger (aunque para las CF «el perdón» no está en su lenguaje ni en sus conceptos), o en su caso los traductores, pero creo que èl no descubrió las CF, sino más bien las leyes que rigen a la familia humana, o que debieran regirla para una existencia armónica, fructífera, pacífica, homeostásica… y descubrió también las consecuencias de faltar a esos ordenamientos, que precisamente denominó Órdenes del Amor. Descubrió igualmente cómo reparar las rupturas de dichos órdenes.
Amalgamó todo ese bagaje, el cual aunó a sus propios estudios, observaciones, investigaciones y experiencias.
Decía yo al principio de este texto que cultivé varios géneros, y ciertamente entre ellos no estuvo el de la reseña.
Así que las líneas que leen ahora no son una reseña (desde que ni siquiera consignan la ficha técnica). Son un apenas un comentario para animarlos a ver la serie, que consta de ocho capítulos, y se desarrolla mayormente en una muy bella isla turca.
«Soy hombre, y por ello nada humano me es ajeno».
Dije también que no pocos amigos me ofrecían contarme su vida, peripecias y milagros para que yo escribiera la correspondiente biografía y hasta el guión cinematográfico. En honor a la verdad, si lo vemos desapasionadamente, todos hemos vivido experiencias similares. Y es que, como escribió casi 200 años antes de Cristo, Publio Terencio Africano en alguna de sus comedias: «Soy hombre, y por ello nada humano me es ajeno».
Parte del éxito de esta serie, como en general de toda las obras literarias, es que dice verdades generales, recoge experiencias que todos, de una u otra manera, hemos vivido, y por lo tanto nos identificamos con alguno de los protagonistas y sus lágrimas, o con su buena fortuna en el mejor y más inusual de los casos.
Cada personaje de la serie que les comento tiene alguno de los traumas o problemas que con mayor frecuencia se abordan en las CF: desde enfermedades hasta fobias, desde conflictos de pareja hasta abortos y abandono, infidelidades, fracasos económicos, enfrentamientos de padres e hijos…
De manera que luego de mirar la serie, uno voltea a su alrededor tratando de deducir o adivinar qué trauma hay detrás, o dentro, de cada persona que nos rodea, el cual condiciona en buena medida su conducta, y cómo resulta afectada por esos traumas, muchos de los cuales son transgeneracionales, es decir, vienen de sus antepasados.
«Mi otra yo», entonces, es una oportunidad para asomarse a las Constelaciones Familiares, siempre que lo hagamos con la debida cautela y sin tomarnos todo al pie de la letra, pues las Constelaciones Familiares no son magia, religión, medicina, como tampoco tienen qué ver con cuestiones astrológicas. Son, sí, una muy potente herramienta terapéutica que nos ayudan a hacer visibles los hilos que nos unen a nuestra red familiar; pero esto es tema de otro entrega.