La comuna de Paris (5)
La Revolución Francesa de 1789 forjó la súperestructura [régimen político] del Estado capitalista moderno, “fruto de las guerras de coalición de la vieja Europa semifeudal contra la Francia moderna” (La guerra civil en Francia, C. Marx, F. Engels, Obras escogidas, Ediciones de Cultura Popular, sin fecha de publicación, pp. 295-296). Es pertinente añadir que antes de Francia, Inglaterra con la revolución de 1688, creó el Estado capitalista: el monarca acotado por el Parlamento y éste controlado por la burguesía. Fue lo que el propio Marx llamó el “ascenso histórico de la burguesía”. Desde ahí, ésta se ha mantenido en la cúspide del Estado, en ocasiones en coalición con otras clases, pero en lucha constante contra las clases subordinadas. Incluso en francas guerras ante la sublevación proletaria.
En texto citado con frecuencia, Marx expone la compleja y ardua tarea del proletariado en caso de asumir el poder del Estado (¿anticipo visionario del fracaso, hasta hoy, de los Estados socialistas?): “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines … El poder Estatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura –órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo— … sirvió a la naciente sociedad burguesa como arma poderosa en su lucha contra el feudalismo” (La guerra civil en Francia, pp. 292-296). A su vez, me permito acotar, tales “órganos omnipresentes”, fueron útiles “como arma poderosa” contra la clase trabajadora. Asimismo, dichos órganos fueron vigoroso instrumento de la autocracia gobernante. en los colapsados países autollamados socialistas-comunistas
En la sociedad capitalista –explica Marx– al progresar la “moderna industria” profundiza el antagonismo de clase capital-trabajo, con lo cual “el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase” … Fue este el régimen de “franco terrorismo de clase y de insulto deliberado contra la vil muchedumbre … la república parlamentaria era ‘la que menos dividía’ [a las diversas fracciones de la clase dominante], en cambio –acusa Marx– abría un abismo entre esta clase y el conjunto de la sociedad situado fuera de sus escasas filas” (Op. Cit. P. 296).
Atilio Boron apunta que Engels observó que el capitalismo, recompuesto luego de la crisis 1870-1871 con la cual finalizó el ciclo de la Revolución de 1789, «transformó de arriba abajo las condiciones bajo las cuales tiene que luchar el proletariado”. («Federico Engels y la teoría marxista de la política: las promesas de un legado». Revista de Ciencias Sociales, Buenos Aires, año vii, núm. 16, 1996. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/se/2010061411 p. 109, p. 47). Y, a la fecha, subrayo, la lucha de clases ya no puede corresponder a las circunstancias del siglo 19. Éstas han ido cambiando, pero, en los siglos 20 y 21, continúa la lucha de clases bajo la preponderancia y coerción de los propietarios, en Francia y el resto del mundo.
Uno de los líderes de la Internacional en Francia, Louis-Eugène Varlin [1839-1871, socialista anarquista], denuncia: “oprimida en todas las épocas y bajo todos los reinos, la clase del trabajo pretende aportar un elemento de regeneración. Solamente un viento de absoluta libertad conseguirá limpiar esta atmósfera cargada de iniquidades. Cuando una clase ha perdido la superioridad moral que la hacía predominante, debe desvanecerse si no quiere ser cruel, la crueldad [o el ridículo] es el único recurso de los poderes que caen” (Lissagaray, Op. Cit. p. 30)
Desde octubre de 1869, “hay dos oposiciones: [al Imperio] los parlamentarios de izquierda y los socialistas, a los que se adhiere un gran contingente de obreros, empleados, pequeña burguesía”. Se propone “descuajar al Imperio” … “la izquierda no ha sido formada para reivindicar las libertades que el tercer partido obtendrá fácilmente [socialistas, obreros, empleados, pequeña burguesía. El primer partido es el del Imperio; el segundo, la gran burguesía]. Al aislarse del pueblo, [la izquierda] se incapacita de antemano para tomar otras armas, deja de cooperar al advenimiento de la República y se convierte en conservador del Imperio” (Loc. Cit. p. 35).
“… se dibujaban dos izquierdas, una llamada cerrada … custodia de los principios puros; la otra, abierta a un tercer partido, conglomerado de híbridos, liberales, orleanistas, imperialistas incluso” (Loc. Cit. P. 35).
El 7 de febrero de 1870, en un manifiesto los obreros denuncian que “por primera vez desde hace 19 años se han levantado barricadas; la ruina, la bajeza, la vergüenza, van a acabar de una vez … La Revolución adelanta a grandes pasos; no obstruyamos su camino con una impaciencia que podría resultar desastrosa. En nombre de la República social que todos queremos, invitamos a nuestros amigos a no comprometer semejante situación” (Lissagaray, Op. Cit. P. 37).
Por su parte, Napoleón III intenta una maniobra al convocar a un plebiscito el 4 de abril, con la pregunta “¿El pueblo francés aprueba las reformas operadas a la Constitución desde 1860?”. Fue aprobado “servilmente”. “durante un mes, los poderes públicos, la administración, los magistrados, el clero, los funcionarios de todas clases no vivieron más que para el plebiscito” (Loc. Cit. P. 38)
Altamente autoritaria se trataba de la Constitución de 1852. Con reformas en 1861, 1867 y 1869, atribuyó mayores facultades al Parlamento. “En 1860 Napoleón III concedió al Parlamento más facultades para opinar … Reconociéndole voz y voto en la política del gobierno, interrogar al gobierno y facultad para iniciar y modificar leyes”. (Ídem). Es necesario acotar que el Parlamento, en realidad, era una marioneta en manos del Emperador. Tales facultades concedidas al Congreso no eran sino para dar un barniz de legitimidad a las decisiones del monarca.

