Luz de ayer, sombra de hoy

En el corazón palpitante de Aguascalientes, donde las calles se entrecruzan como memorias, se alza un testigo silente: el edificio González Vaca. Esta imagen, teñida de sepia como las páginas de un diario que nadie se atreve a cerrar, captura no solo un rincón urbano, sino el eco de una época.
Construido en los albores del siglo XX, cuando la ciudad comenzaba a despojarse de su aldea interior, este inmueble abrazó la modernidad con líneas puras, balcones discretos y esa curva que suaviza el vértice de dos avenidas. Su arquitectura, de estilo funcionalista, proyecta sobriedad sin perder la gracia. En sus ventanas aún parecen reflejarse los pasos de aquellos que, décadas atrás, cruzaban la plaza con sombrero, bastón y una esperanza en el bolsillo.
Hoy, el rótulo luminoso de Vittorio Forti habita la planta baja como un faro contemporáneo. Más bien dialoga con los años, como quien respeta una conversación antigua sin interrumpirla. Los escaparates iluminados, las sombras de los transeúntes y los autos detenidos ante el semáforo componen una coreografía diaria que transcurre bajo la mirada inmutable del concreto.
El edificio ha resistido al olvido, a la demolición, al desinterés. Lleva consigo los nombres de quienes lo habitaron, los secretos de oficinas clausuradas, los susurros de tiendas ya ausentes. Como si las paredes, en su silencio, guardaran palabras que el viento no logró borrar.
Fotografiarlo es mirar hacia adentro, no del inmueble, sino de nosotros mismos. Porque en su permanencia se cifra una certeza: lo verdaderamente valioso no se desvanece con el calendario, sino que se transforma, permanece, inspira. La imagen fue capturada el 10 de marzo de 2025.
Y así, esta esquina no es solo geografía; es memoria viva, poema urbano, testamento de lo que fuimos y brújula para no extraviar el alma de la ciudad.

Más allá de la Mirada: Durante el auge ferroviario de Aguascalientes, la esquina que hoy ocupa el edificio era punto de encuentro de comerciantes, obreros y viajeros. La cercana estación de tren convertía la zona en un hervidero de lenguas, mercancías y promesas. A unos metros, en lo que hoy es el centro histórico, funcionó una de las primeras fondas que ofrecían café de olla y pan de nata al amanecer, lugar preferido de cronistas y bohemios de antaño.
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