Roma, frijoles y el lonche en el camión.
«No es preferir al país, no es hacer una crítica constructiva del tipo físico de una actriz mixteca, no es querer fortalecer al turismo de tu ciudad, es discriminación, simple, llana, corriente y desagradable discriminación.»
Estar en el lado equivocado de la historia
En las últimas semanas, dentro del zigzagueante ritmo que ha traído el país en los últimos meses, mismo que no ha dejado que pase un mes sin escándalos, debates y discusiones arriba y abajo del país, como si nos hubiéramos quedado encarrerados en las campañas y no quisiéramos quitar el pie del acelerador, hay tres situaciones muy recientes, que me parece nos hablan de lo mismo y que, tristemente, están retratando de cuerpo completo a una parte importante de la sociedad mexicana, en una de sus peores facetas.
Y esa es la faceta de la discriminación, ya sea contra una actriz de origen mixteco que al parecer hizo un trabajo formidable en la última película de Cuarón, el éxodo de hondureños que está pasando por México, huyendo del desastre de su país o, en una cuestión más cercana y personal, el desdén que nos hizo el alcalde de Guanajuato a los que vamos a turistear a esa hermosa ciudad con nuestro lonche en el camión, lo que ha salido a relucir es el milenario y vulgar monstruo que nos habita colectivamente y que busca la menor provocación para asomar su feo rostro.
Por ser indígena, por ser hondureño, por ser pobre, el motivo es lo de menos, a veces basta con una mínima provocación, la famosa señora que no quiso comer frijoles, para que la condena se encienda y nos aparezca de pronto un nacionalismo que no se pudo encontrar cuando se le regaló la minería y el petróleo a las compañías extranjeras y – esas sí – depredadoras del territorio mexicano. En otras, como en el caso de la actriz Yalitza Aparicio, ni siquiera fue necesaria la provocación, lo único que tuvo que hacer para recibir el odio y la burla de quienes se nombran sus compatriotas fue triunfar, atreverse a ir más allá del lugar que nuestra sociedad le ha señalado a quienes tienen rasgos u origen indígena. Con eso bastó, ¿una indígena saliendo en revistas de moda? ¿usando ropa cara? El escándalo para la sociedad buena y bonita del país.
Y como cereza del pastel, el alcalde panista – but of course– de Guanajuato, pide que le manden turismo de mejor nivel, no pobretones que van y vienen en un día, y , peor tantito, ni siquiera se paran a consumir en los finos restaurantes de la capital cervantina de América. En todos los caso, el común denominador que emparenta a los tres casos es esa sensación de que los otros están en un lugar que no les corresponde, a los hondureños, que en los memes ya son tratados como monos, y a quienes en Tijuana el alcalde panista –but of course bis – los trata de “invasores”, no se les está considerando “dignos” de pasar por México, porque dejan basura (crítica hecha seguramente por gente que recicla en su casa y jamás deja un tiradero cuando se hacen tianguis, pero bueno) y no quieren frijoles. En realidad molestan por ser pobres, molestan porque obligan a voltear a ver en ese espejo a gente que se nos parece mucho, pero a la que queremos hacer menos.
El término técnico para esto se llama aporofobia, y es el disgusto irracional -como toda fobia – por los pobres, pero no decimos nada realmente con esto, ¿de donde viene esta sensación, tan corriente y tan común en los últimos años en México y en el mundo de que, o somos nosotros, o son ellos? ¿de donde sale tanto desprecio, tanta inhumanidad, tanta falta de empatía por el sufrimiento, o, incluso peor, por el triunfo de alguien a quien no se le considera “digno”.
Con el reciente zafarrancho mediático del NAIM y la marcha de los indignados por su cancelación, la oposición al nuevo gobierno volvió a agarrar la muy desgastada bandera de la “Unidad nacional” , al grito de “ni chairos ni fifís”, acusan a los ganadores de las elecciones de esgrimir el temido petate del muerto de la polarización, como si ésta se acabara de inventar en este año. No es así, los episodios ya reseñados son una clara muestra de que la polarización lleva siglos incubándose en nuestra sociedad y que no ha hecho sino crecer y empeorar en los últimos sexenios y no, no ha sido nada más el peje y sus pejistas los responsables.
La zona de donde vinieron todos los ataques ya mencionados es un lugar común, con pocas variaciones entre estados, pero responde a sujetos bastante claros, estamos hablando del sector de clase media, en su versión aspiracional a clase alta, esto es, personas que se compran completo el kit del “cambia tu mismo”, gente con acceso a internet, con la idea fija de que el éxito en la vida es salir precisamente en esas revistas a las que accedió Yalitza Aparicio, son fieles creyentes de que el progreso y la modernidad está en la búsqueda de la riqueza material y comulgan a pie juntillas con la famosa idea de que los pobres son pobres porque quieren y, en el caso del alcalde de Guanajuato, que son pobres a propósito, para echarle a perder a él, específicamente a él, su bonita ciudad.
La discriminación desatada de estos días precede con mucho a la dichosa polarización, es el resultado de años de una insistente educación para las zonas altas, o que se pretenden altas de nuestra sociedad. El evangelio impulsado por el coaching, los libros de autoayuda y las cadenas del whatsapp libran a los individuos de cualquier responsabilidad o interés en lo que ocurre más allá de los muros de su casa, cuando no de los de su cuarto. Los otros solo existen como un escalón, son el medio para el fin personal de la abundancia y la riqueza sin límites. Si alguien es pobre o es migrante, o peor aún, es indígena, es únicamente su culpa por no haber nacido en el lado correcto de la historia y sobre todo, por ser huevón.
Bajo esta visión del mundo no existen ningún tipo de problemas estructurales, a contrapelo de lo que muestran los estudios sobre la desigualdad y la falta de movilidad en nuestro país, insisten en que si la gente no tiene dinero es porque no trabaja lo suficiente, a pesar de que somos el país que más horas trabaja de la OCDE y el que recibe el peor salario de ese grupo económico. No, nada de eso tiene que ver, ni la pérdida de poder adquisitivo del salario, ni el aumento del outsourcing, con el consiguiente deterioro en las prestaciones laborales, no, el problema es que no trabajan lo suficiente y esperan todo del mitológico “papá gobierno”. Como tal, no pasaría de ser una visión sesgada y errada del mundo, pero al fin y al cabo, sería la interpretación que se podría esperar de quienes ganaron la lotería al nacer en la familia correcta, el problema es que aunado a este discurso va la negación de los demás.
Al no existir ninguna otra circunstancia más que la falta o exceso de voluntad para “triunfar” en la vida, al ser solamente una cuestión de comodidad o flojera la pobreza, entonces todos los que no la “han hecho” en la vida son personas menos valiosas que los demás, merecen por lo tanto, menos consideraciones, menos atención, incluso, y esto es real, menos derechos desde esta visión del mundo. Los pobres, además de feos, nacos, chairos, indios, huevones, mantenidos y demás linduras, cometen el temible pecado de ser improductivos, y en un mundo en donde el valor de una persona se mide por la cantidad de riqueza que pueda demostrar, ser improductivo es peor aún que ser un criminal, pregúntele al lobo de Wall Street o al Chapo Guzmán, si lo dudan.
Y entonces se logra el permiso fundamental para tratar mal al otro, la deshumanización. Si no son como yo son monos, son algo distinto a los humanos, son menos que yo, por lo tanto, puedo hacerles y decirles lo que quiera, todo vale, porque no hay consecuencias de mis actos, porque en el peor de los casos, solo les estaré recordando cuál es su lugar y sosteniendo la única versión real y aceptable del mundo, la que los deja afuera a ellos. Si a esto le agregamos la comodidad del anonimato de las redes sociales, tenemos la mesa servida y a cientos de tijuanenses, apoyados abiertamente por cientos de mexicanos más, comportándose de una manera que enorgullecería a Donald Trump, claro, si Trump no pensara exactamente igual sobre los mexicanos que aquellos sobre los hondureños.
No es preferir al país, no es hacer una crítica constructiva del tipo físico de una actriz mixteca, no es querer fortalecer al turismo de tu ciudad, es discriminación, simple, llana, corriente y desagradable discriminación. No se ven ingeniosos o simpáticos, se ven racistas y aporofóbicos. Es importante darnos cuenta de esto, porque me ha tocado leer a personas que, incluso desde las mejores intenciones, comparte noticias fraudulentas que solo sirven para justificar la violencia y el rechazo a personas que no lo merecen, ciertamente no por ser quienes son, no por ser de otro lugar, ni menos por ser pobres. Todos los seres humanos merecemos la misma dignidad, y esto no es una cuestión de bondad o utopía, es simplemente una cuestión de autopreservación, porque nunca sabremos cuando podremos estar de repente en el lado equivocado de la historia y ser nosotros a los que quieran negar la dignidad, por eso, por vil conveniencia, tratemos a los demás como si fueran algo de nosotros.