La muerte y sus amantes

La muerte y sus amantes

[bctt tweet=»Tenía una trinchera la cual llamaba casa; para refugiarme de la miseria deforme y desigual que nos regala a todos la existencia. » username=»crisolhoy»]

 

Mi  soledad es como el ojo del huracán

 

Mi  alma era la metáfora de una barranca; un espacio dentro de mí parecido a un paisaje desolado, repleto de pensamientos similares a las  hojas naranjas otoñales en el viento.

Tenía un ordenador portátil con teclas rotas para expresar la insatisfacción que reflejan mis ojos  cafés de perro vagabundo; expresar el atroz vértigo es el sentido de mis días.

Tenía una trinchera  la cual llamaba casa; para refugiarme de la miseria deforme y desigual que nos regala a todos la existencia.

Tenía hojas de poemas que  casi nadie leía, cantaba canciones que  casi nadie escuchaba, de vez en cuando cada que  tenía la necesidad de hablar, acudía con un fantasma  a mi pequeña biblioteca.

Mi  soledad es como el ojo del huracán;  recuerda los silbidos y la furia que existe fuera de ella,  se escucha en su interior la fuerza de la tormenta.

Tenía una mochila llena de sueños,  mil trabajos que me robaban la vida,  un sarcófago donde diario velaba al erotismo junto a mi cuerpo.

Tenía una esperanza con metástasis y  tumores malignos repletos de escepticismo, un deseo tan amplio y agitado como el océano, una pasión tan intensa y encendida como el rubicundo amanecer.

Tenía sentimientos que eran como el ejército de Bonaparte derrotado  en el invierno de Moscú, soldados muriéndose de frio; mendigando afecto en vez de pan, mendigando una caricia en lugar de vestido, mendigando compañía para aceptar que la guerra se perdió.

Y aquí sigo conjurando demonios, durmiendo con fantasmas,  dialogando con ausentes, bebiéndome mi desasosiego en pequeños sorbos, hablando de lo inefable, soy uno de los tantos amantes de la muerte que se quiere escapar de ella; dejarla de amar engañándola con unos brazos de carne y hueso; pero siempre, siempre la muy celosa gana el pleito recordándome porque solo ella  puede estar conmigo, y me pide que nos mudemos al barrio que existe detrás de las estrellas; allí donde escapó con sus anteriores romances.

 

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Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

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