YA ESTUVO
Salgo como si tuviera siete años y me dirigiera a mi primer día de clases en la primaria, Nervioso pero emocionado, con la angustia ante lo que pudiera presentarse, en este caso, en la reanudación de mis labores en la oficina, después de una semana de encierro que, a mi se me hizo eterno, aunque solo hubieran pasado seis días.
Fue un periodo de soledad, que permitió que por mi pasasen muchos pensamientos y recuerdos. Mi sintomatología, no grave, pero si latosa, me prendió donde más me duele: la abulia y el desgano, el cansancio corporal y mental, que prácticamente me inutilizó. Para ir contra mi costumbre habitual, por esos días no lei nada, tampoco escribí salvo el último día, si dormité demasiado con la colocación en demasía del aparato para atender mi añeja apnea.
Si vi mucha televisión, sobre todo películas mexicanas viejas en canal 14 o a Sangre fría (en TV UNAM), basada en una novela de Truman Capote, que había visto en sus tiempos y me había impactado mucho. Ya no me acordaba de ella, pero me causó la misma impresión ahora, que me recordó la descomposición de la sociedad norteamericana.
También vi infinidad de noticieros, sin tocar los de Televisa y TV Azteca, por sanidad mental. Le puse atención a la declinación de Joe Biden a su candidatura presidencial por el Partido Demócrata y su apoyo a Kamala Harris, que en pocas horas alcanzó en apoyo necesario y realizó su primer acto de campaña. A la par, Carlos Sotelo me envió por wattsap la autobiografía de ésta: Nuestra verdad.
Lejos estaba la reclusión obligada por meses durante la pandemia, que me había enclaustrado en menos de cuarenta metros cuadrados, que no me permitió entonces ni salir a comprar despensa, pues la única vez que lo intenté yendo al super, no me dejaron entrar a éste por ser población vulnerable; durante esos tiempos tuve que pedir por teléfono lo que requería y pagar al mensajero prácticamente sin tocarle las manos, para después lavármelas concluido la colocación de lo encargado.
Fueron largos meses de encierro y rutinas diarias, donde el único contacto con el exterior eran el teléfono, el internet y el Zoom, que desde entonces se convirtió en una herramienta indispensable incluido en nuestros días, sobre todo para el trabajo y en mi caso para la actividad política.
La única vez en mi vida que me he dejado la barba fue entonces, por ahí hay varias fotos que lo evidencian, la cual me quité hasta que Elsa me lo pidió, ya estando en Aguascalientes en mi segunda fase de encierro, no solo ni en un reducido espacio, como si lo estaba en el departamento chilango de Azcapotzalco.
Por entonces me sirvió para no deprimirme, el contacto con los demás por redes y por celular; la lectura intensa incluso de obras que en antaño ya había leído; la escritura diaria de mis colaboraciones en distintos medios, los encargos del trabajo y el ejercicio diario de cuarenta minutos de caminatas en vueltas como león enjaulado y otro tanto, en la escaladora, que ya pasada la pandemia sirvió como casi todas, de tendedero.
Mi traslado a Aguascalientes, cuando había decidido viajar sin peligro de contagiarme, me permitió convivir plenamente con Elsa, después de diez años de estar juntos, pero separados por 535 kilómetros de distancia. Fue reconfortable y enriquecedor para ambos, lo que me sirvió para sobrellevar de mejor manera la desaparición de quienes se fueron en la pandemia, destacadamente Jesús Escamilla, Mauricio JIménez, Roberto Orduña, pero sobre todo Marcos Leonel Posadas, mi amigo y camarada. Hubieron entonces otros decesos de amigos cercanos, pero no por las mismas causas, como Gustavo de Alba y Darío Macías, que sin duda se sumaron a los anteriores.
El miedo no anduvo en burro, pues ya teniendo acceso a la vacuna, acudí de inmediato a la convocatoria correspondiente. Desde la primera vez, he acudido a ponerme tres refuerzos, el último de ellos en octubre pasado, el mismo día que me vacuné contra la influenza.
A mediados de 2024 los medios de comunicación habían estado registrando un repunte de Covid. Lo veía lejos en lo personal, aunque me había enterado que dos hermanas y una sobrina lo padecían por entonces. No fue así. Un día desperté con un connato de gripe, al día siguiente se presentó fiebre, dolor de cabeza, cuerpo cortado y desgano. Decidí no ir a trabajar y avisé. También le hablé a mi neumólogo quien me sugirió hacerme una prueba. Me la hice y salí positivo. Seis días después me hice otra prueba de control. Elsa me avisó del resultado. Simplemente me dijo: YA ESTUVO.