Las razones para un voto (IV)
Para buscar una dignificación de la política.
A escasas semanas de la elección y con el bienvenido bálsamo del mundial, para alejarnos de la aridez, la mala sangre y la insipidez de las campañas, me quedan todavía en la bolsa dos razones. Creo que cualquiera de las tres que ya he señalado bastan para decidir un voto, al menos para decidir el mío, cualquiera de las tres por sí solas: la posibilidad de un avance a la democracia, el cambio cultural hacia una visión más humana de la sociedad y la búsqueda de la recuperación de la soberanía me parecen argumentos de peso para apoyar el único proyecto que me parece puede buscar estas ideas, a mi juicio, impostergables si queremos tener un futuro colectivo como país.
Pero la cuarta también me parece urgente para la sociedad mexicana. Hemos tenido un sexenio en donde la clase política descendió a simas que no se observaban desde las peores épocas de López Portillo. Sin equivocarnos, la clase política tiene mucho, pero mucho tiempo de estar en el fondo de la confianza y el afecto de los mexicanos. De los políticos ya lo esperamos todo, pero este sexenio se han roto todos los récords, incluso para las bajas expectativas que tenemos de ellos. Si resulta ser cierta la acusación sobre Javier Duarte y realmente le dieron agua en lugar de medicamentos a niños con cáncer, representaría un nivel de bajeza y vileza digno de villano de caricatura. Pero incluso sin eso, la corrupción, el tráfico de influencias, los conflictos de interés, aunado a la inoperancia de toda la clase política, se ha venido erosionando desde el año 2000. Antes, la percepción promedio era que teníamos una clase política repleta de ladrones, pero que al menos «sabía cómo hacerlo», ahora, incluso la ilusión de la eficacia se ha desvanecido.
Me queda claro que esta es la razón que con mayor facilidad, y mejores argumentos, puede esgrimirse en contra del mismo AMLO, y sobre todo, contra mucha de la gente que lo rodea y a varios de los que ha adoptado para su causa, en la dinámica de sumar a todos, ha dejado entrar a personajes que van desde lo inesperado a lo francamente siniestros. Es cierto, de manera similar a los demás partidos, López Obrador y Morena tienen su dosis de perfiles asociados directa o indirectamente con la corrupción, el último botón lo acaba de dar las cuentas del Senado de Layda Sansores. ¿Cuál es entonces la diferencia? De las tres opciones políticas que tenemos en esa elección, la de Morena es la única que hace, no sólo del combate de la corrupción, sino de la dignificación de la política, una pieza central de su discurso.
Claro, Meade y Anaya hablan de combatir a la corrupción, pero, desde sus plataformas y desde su visión del mundo, se trata nada más de separar a las manzanas podridas de las buenas, en el caso de Meade, lo malo se reduce a individuos puntuales dentro de su partido, casos específicos y excepcionales, los inevitables prietitos en el arroz, todo lo demás está bien. En el caso de Anaya, lo malo está en el PRI y en Morena, y en los de su partido que no lo apoyan, bueno, esa es la idea, pero también es la idea de que no se trata de un problema estructural, sino personal, lo que está mal son únicamente los individuos en el poder, si se les cambia por otra opción, entonces todo estará bien de nuevo.
Y ahí es donde creo que está la distinción. Para el proyecto de Morena, no se trata nada más de los villanos ocasionales, de algunos apellidos de moda, se trata del sistema completo. La tan traída y gastada frase de la mafia del poder es precisamente lo que está buscando designar. No es fulano o perengano, es toda la red de complicidades, es una forma de entender la política como una plataforma de enriquecimiento personal antes que cualquier otra cosa. A los mexicanos dejó de parecernos algo digno de noticia que un político se enriquezca en el cargo, ya es algo que esperamos, lo hemos normalizado por completo, y esa normalización la hemos vuelto algo aspiracional, si quieres hacerte rico de manera sencilla, rápida y más o menos legal, métete a la política, ahí vas a encontrar todo eso. ¿Quieres autos de lujo? métete a la política ¿quieres comprar tu casa en los Estados Unidos? métete a la política, ¿quieres usar ropa y accesorios de lujo? métete a la política. La impunidad y el despilfarro van de la mano y la carrera política se vuelve una carrera por obtener los puestos mejor pagados y la mayor cantidad de prebendas.
Ahora, yo sé que esto es una afirmación controversial, pero la política no es para hacerse rico. Es para generar y aplicar ideas sobre la conducción de una sociedad. Y AMLO ha hecho de esta idea su cruzada personal, de hecho, la ha llevado tan en serio, que a Enrique Krauze le revienta que presuma su honradez. Tendríamos que hacer un alto en el camino cuando a nuestro intelectual nacional lo que verdaderamente le molesta es que alguien sea «ostentoso con su honradez» (es cita literal de Krauze, por cierto), para AMLO es su mayor, y a veces pareciera que es su única apuesta, le apuesta todo a que va a ser honrado y, peor tantito, a que va a hacer honrada a toda la clase política.
Obviamente, es una apuesta muy arriesgada y que puede salir mal. Pero creo que detrás de la reducción de privilegios y sueldos a la clase política, puede haber mucho más que el famoso «rencor social» de un país agraviado en extremo por los excesos de los de arriba. Hay muchas y muy buenas razones por las cuales es necesario bajar el altísimo nivel de privilegios con que cuentan nuestros políticos, y una de las más fuertes es precisamente la posibilidad de darle a la política un sentido completamente distinto al actual, poder pensar en la política como una actividad digna. Así, digna, no algo que sea sinónimo de tratos por debajo de la mesa o pactos en lo oscurito, que deje de representar una actividad sucia y llena de transas, al menos, en lo simbólico.
¿López Obrador solito va a lograr tener una política decente y digna en todo el país? no, nadie puede hacerlo solo y ciertamente, no creo que nadie, ni solo ni acompañado, pueda hacerlo en seis años, las resistencias van desde lo económico hasta lo cultural y desarmarlas costará mucho trabajo. ¿Dónde está la ganancia entonces? está en la posibilidad de cambiar la mirada, de ver las cosas desde otro punto de vista. Si al finalizar un hipotético sexenio de AMLO, la siguiente generación puede ver a los políticos y esperar de ellos un comportamiento austero, en lugar de uno de excesos; un ejercicio frugal de los recursos del estado, en lugar de darse la gran vida; una salida del servicio público con el mismo nivel de vida con el que entró a la misma; ya habrá logrado mucho como presidente.
¿Y por qué no puede funcionar así con los otros candidatos? al final de cuentas, también hablan de combatir la corrupción, y Meade, específicamente, también apuesta a que su honestidad personal es capaz de limpiar toda la corrupción de su partido. La diferencia está, primero, en que AMLO lleva años con esta bandera, la eliminación de los privilegios y la austeridad como política de vida y, precisamente por eso y por la gran animadversión que el tabasqueño genera en mucha gente, a López Obrador se le exigirá precisamente todo lo que ha venido prometiendo, de una forma mucho más exigente y con mayor fuerza que a cualquier otro candidato. La fuerza con la que se ha criticado (justamente) los excesos de la Sansores, nos da una probada del marcaje personal a la que se sometería a AMLO de llegar a la presidencia, y eso es algo muy bueno.
Poder exigir y esperar de un presidente que sea honesto, es algo que a mí por lo menos no me ha ocurrido en el tiempo que llevo viviendo en este país. A Peña Nieto nadie le exigió ser honesto, de hecho, su campaña se montó únicamente en la promesa de la eficacia, él mismo anunciaba que lo suyo no eran las ideas, sino las acciones, Calderón, a partir del «haiga sido como haiga sido», no tocó la cuestión de la honestidad y se dedicó a legitimarse por la fuerza. Volver de la honestidad y la austeridad algo a lo que no solo se aspire, sino que se exija, implica un cambio de expectativas total. En resumen, vale la pena tomar la opción por alguien que pretende hacer de la dignificación de la política una bandera, no tanto porque creamos al cien por ciento que esta persona realmente lo será, sino porque nos puede permitir a los demás esperarlo, exigirlo y, lo más importante, cambiar la forma en que pensamos y vivimos la política. Como todas las apuestas, es arriesgada, pero lo que se puede ganar, vale la pena el riesgo.