Las entrelíneas de los dos modelos. Lo que subyace dentro de todo lo aprobado y desaprobado en materia eléctrica y minas
A diferencia de otras ocasiones y en concordancia con el desarrollo de la participación ciudadana y la cascada informática gubernamental, que fluye con mayor intensidad, desde los últimos 3 años dentro del Gobierno de la 4T, seguí, como muchos, el desarrollo de los debates para aprobar la reforma constitucional de la industria eléctrica, presentada por el presidente Andrés Manuel López Obrador al Congreso de la Unión y votada el pasado domingo, la cual dio como resultado, ser desechada, por no alcanzar las 2/3 partes de los diputados, esto es un total de 334 votos, como lo determina el propio Artículo 135 Constitucional.
En juego, básicamente, la supremacía de la CFE sobre el control del servicio eléctrico nacional, el esquema tarifario, el despacho, la eliminación de los “wachicoleros” eléctricos, la eliminación de los subsidios ventajosos, la regulación del autoabasto y de pilón, el tema del litio, recientemente puesto en el centro de las discusiones relativas a la transición energética como mineral preponderante para el almacenamiento eléctrico.
Sin embargo, más allá de las consideraciones propias discutidas en el texto de la iniciativa propuesta, o de si mediante otros mecanismos se llevó a cabo por vías alternas lo que constitucionalmente no se pudo lograr, como lo fue la aprobación de las modificaciones a la ley minera que se realizó apenas el día de ayer y que también el Senado aprobó en lo general; al final de cuentas, me parece que es necesario tomar la vanguardia de la discusión, puntualizando de ella algunos elementos esenciales, que permitan dimensionar de manera adecuada lo que en realidad está en juego. Esto, toda vez que la oposición, aún y cuando detuvo la marcha de la reforma, “amacizados” cual berrinche en el rechazo de todo lo que provenga de palacio nacional, no pudo, no supo o simplemente, ignora las implicaciones profundas de su rechazo, ya que fue incapaz de discutir de fondo los elementos estructurales de la intención reformadora; ni siquiera soportando el argumento central de si es conveniente o no, iniciar la transición energética del país y en qué condiciones.
Su limitada perorata se constriñó a hablar de la supuesta conveniencia de las energías limpias y al fomento de la competitividad, enarbolando la bandera de la empresa privada eficiente por encima de cualquier entidad gubernamental monopólica.
Respecto del litio, no hubo un solo argumento que diera una razón más allá de la instrumental dogmática, es decir, que explorara razones por la negativa más allá de la consideración de que el mineral litio (como todos los demás), estaba incluido en el texto vigente, como se señala en la Constitución, en su artículo 27 tercer párrafo. Demostrando así, una vez más, su falta de visión, su ignorancia, su falta de compromiso nacional y con sus electores, pero, sobre todo, el sin rumbo y atolondrados; que en este momento y muy probablemente por los tiempos electorales, se encuentran los representantes populares del PRI, el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano; calculando tal vez, que el circo les alcanzan para abarrotar urnas a su favor.
Expliquemos a fondo.
- Hablar de energías limpias o energías sucias es una estupidez. Eso no existe. Esa es una entelequia absurda que ha usado la derecha para tipificar peyorativamente la energía producida mediante la transformación de materiales fósiles. Argumentar con corrección significa establecer que existen energías producidas por la utilización de materiales fósiles y energías producidas por la utilización de fuentes renovables. En ambos casos, en algún momento de su proceso de producción, tanto de los materiales, herramientas y la infraestructura para producir energía por cualquiera de los dos tipos de orígenes, así como la utilización de sus productos resultantes, se genera CO2. La disponibilidad concentrada de este gas, por encima de los niveles que la naturaleza puede absorber y disolver, es lo que conocemos como el tipo más común de contaminación del aire, que, combinado con otros factores medioambientales, generan lo que se conoce como efecto invernadero, que, a su vez, se sintetiza como el calentamiento de la superficie del esferoide terrestre. Sin embargo, el CO2 es una de las materias primas para la fotosíntesis de las plantas. Entonces, acá no hay nada limpio, ni nada sucio. Tan simple como recordar la ley de la conservación de la energía que afirma que la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Lo que tenemos que entender, es que no solamente se trata de producir energía, sino que producirla impacta directamente en un contexto mucho más amplio, que implica primero, las condiciones concretas de la presencia o la ausencia de vegetación en el ecosistema de referencia, seguido de las demás especies animales. Léase y entiéndase en toda su dimensión. La producción de energía, sea cual fuere su origen de producción, impacta directamente en la cadena alimenticia; porque puede incrementar o disminuir de acuerdo a los niveles de CO2 el número y tipo de especies presentes en los ecosistemas de referencia.
- Hablar de los “monopolios de estado” es otra estupidez, que conceptualmente creó la derecha para tipificar peyorativamente la concentración de capital y recursos en manos del Estado, para garantizar la preponderancia del interés colectivo. No es un tema nuevo. Ese también fue su argumento para desmantelar Telmex, para desmantelar Ferrocarriles Nacionales de México y más de 1800 empresas que el Estado tenía durante el periodo del desarrollo estabilizador. En términos etimológicos, monopolio significa derecho de venta y la RAE sostiene que es una concesión otorgada por autoridad competente a una empresa para que aproveche con carácter de exclusivo alguna industria o comercio, refiriéndose contextualmente a la industria privada, cuyo fin es el lucro; no a la empresa pública cuyo fin es el servicio público, puesto que la empresa privada tiene por antonomasia dedicarse a obtener ganancias, mientras la empresa pública a resolver necesidades sociales.
Ese aspecto básico de la discusión contiene en sí mismo la centralidad de los argumentos puestos sobre la mesa en el texto de la reforma constitucional, dado que, la preponderancia de la Comisión Federal de Electricidad para controlar el despacho eléctrico, las tarifas y el 54% del mercado, desde la óptica del Gobierno tetra transformista, implica poner al ciudadano en el centro de la discusión vinculado a un conjunto de necesidades derivadas del aprovechamiento de un suministro eléctrico óptimo, generalizado, económico y suficiente; cosa que, en contraparte, la derecha, bajo la lógica egoísta y soportada por la añeja ridiculez de la mano invisible reguladora del mercado, pretende poner el modo de producción capitalista, en su etapa imperialista, como lo son las empresas transnacionales, en la centralidad del modelo para la producción eléctrica, soslayando con ello, el interés colectivo mediante el argumento de la libre competencia; que hasta el día de hoy, no ha sido capaz de demostrar en ninguna parte del mundo que considera lo que algunos llaman la infraestructura de riesgo como un modelo viable para la obtención de ganancias. Léase y entiéndase con claridad. Las empresas transnacionales no han tenido, ni tienen como propuesta establecer infraestructura suficiente para darle servicio y cobertura a los lugares más apartados del país, ya que implica una inversión superlativa que, a corto, mediano y largo plazo, nunca representarán ganancias acordes a los promedios estimados que pretenden obtener en otras áreas como las grandes urbes. Asimismo, el concepto de “usuario del servicio” que el neoliberalismo ha introducido como eje depositario de los servicios públicos es una entelequia que le resta universalidad, cantidad, incondicionalidad y obligatoriedad, a los derechos del ciudadano; toda vez que la relación congruente entre ciudadanos y entes públicos que prestan un servicio público, cuando se realiza a través de las empresas que gozan del derecho de una concesión, se ven constreñidos a una vinculación “usuario del servicio”- empresa, enteramente mercantil. Recuérdese en términos objetivos el maravilloso ejemplo hidrocálido de VEOLIA como responsable del suministro del agua potable y sus miles de “usuarios del servicio” con deudas millonarias en favor de la concesionaria, mediante documentos de crédito ante los cuales los ciudadanos han quedado en estado de indefensión, toda vez que el marco legal no establece mecanismos reguladores ningunos para interponer quejas relativas a los abusos del concesionario, cuando la deuda de un “usuario del servicio” transita al establecimiento de una deuda mercantil mediante instrumentos de crédito, mejor conocidos como pagarés. Aunado a ello y aún más hipócrita, el intento opositor de volver a recuperar la confianza popular, mediante la caridad selectiva, que significaba el establecimiento de tarifas de gratuidad a sectores vulnerables. Algo así como disfrazar la clásica despensa presentada ahora en forma de un recibo de CFE con valor de cero pesos. Recordemos nuevamente el ejemplo de VEOLIA, cuando en tiempos electorales, hizo llegar recibos con valor de un peso, que posteriormente reintegró conjuntamente con adeudos y recargos, una vez pasada la elección, al débito corriente de los ciudadanos. Más demagogia imposible.
Pero lo que considero todavía más importante, que debería perfilar los linderos de la discusión y que incluso, me parece que, en algunos casos, la 4T se queda corta, y los de oposición están totalmente desdibujados, es en lo siguiente:
- No se puede construir convencionalmente con la métrica del dinero una comparación exacta entre un tipo de industria productora de energía y otra. Es decir, no porque instalar una industria para producir energía sea más barata que otra, significa que es mejor, porque el dinero, invertido en una o en otra, no contiene dentro de sí, el concepto de eficiencia energética. Entiéndase con claridad, aún y cuando poner una industria de producción energética de fuentes renovables puede resultar más barata que una industria de producción energética de origen fósil, el producto resultante de las fuentes fósiles es energéticamente más eficiente que el de las energías renovables. Simplemente por el hecho de que la gasolina, el diésel o la turbosina; son combustibles altamente eficientes y los subproductos derivados de sus procesos de producción generan más productos adicionales, como lo son, plásticos, textiles, medicamentos, etcétera. En ese sentido la construcción de una equivalencia entre ambas industrias tendría que darse única y exclusivamente bajo la lógica de la eficiencia energética; y está a su vez, transita por una reconfiguración económica. Es decir, la transición energética del origen fósil, al origen sustentable, por sí misma es una transición económica a un modelo en donde el dinero pierde sentido precisamente porque no es capaz de cumplir la función de equiparar los valores de la eficiencia energética. Quienes estén pensando que los billetes van a seguir siendo el instrumento por antonomasia se equivocan, puesto que por sí misma la eficiencia energética plantea una multiplicidad de conceptos y de vínculos que hemos ido perdiendo particularmente en el capitalismo cuando nuestros ojos han sido deliberadamente puestos por el interés de la acumulación única y exclusivamente en el consumo. De tal suerte que la eficiencia energética como tal incluye conceptos, como lo son, la eliminación de las obsolescencias programadas y las obsolescencias percibidas, dándole paso a la obsolescencia material, el establecimiento de las métricas energéticas como instrumento de intercambio, como son, las medidas en kilojulios acumulados como estimación del valor de los productos, así como la reconfiguración completa de los hábitos de consumo actualmente implantados por un etnocentrismo occidental imperialista, que dejó completamente de lado desde hace muchos años los vínculos con la naturaleza. Entiéndase, la transición energética estructura también una cultura naturocéntrica, en la que se respetan consecuentemente los ciclos de la naturaleza, se procura por el equilibrio de sus procesos y se percibe al ser humano como el subproducto más exquisito de ella, con todas las capacidades para influirla de manera directa y acelerada, sin perder bajo ningún concepto, los vínculos de los ciclos de esta.
Todo lo anterior que identificamos como ausente en la discusión pública debería de agruparse en un contexto de proyección política, dado que la transición energética es una necesidad mundial que claramente sitúa la discusión en el modelo de producción capitalista actual, reconfigurando además los alcances democráticos y la relación que existe entre el estado y sus gobernados. El mercado y sus condiciones actuales no tiene, ni puede tener tampoco, una condición preponderante, dado que su materia prima como tal es el dinero, y junto con ello, la incapacidad de establecer un acompañamiento estructural frente a los nuevos parámetros objetivos de las mercancías. Justo en ese punto la importancia y la relevancia del litio como material preponderante para el almacenamiento de la energía que, a futuro, tiende a incrementar el uso de fuentes no fósiles dada la escasez del petróleo y otros materiales como su materia prima. El verdadero “fin de la historia” no parece estar tan lejos, sin embargo, no es en los términos en los que lo planteó Francis Fukuyama. Cada vez menos son las oligarquías irrefrenables, cada vez menos son las monarquías, cada vez menos son los imperios; porque en su naturaleza está justamente el ser menos y en el vaivén de la historia, a veces le toca la hegemonía al momento cualitativo, pero también llega el momento cuantitativo. Quien no lo vea, quien lo sitúe detrás de una discusión marcada por la inmediatez de una elección o quien definitivamente lo utilice como pretexto para justificar su incapacidad política y su ignorancia, como lo hizo la coalición Va Por México en su expresión legislativa, al cabo de algunos años, y lo digo hasta con cierta vanidad, habrá de terminar en el basurero de la historia al final de una calzada llena de vergüenza y oprobio.