Manual de campaña
Resulta increíble que en pleno siglo XXI y con todas las herramientas de comunicación al alcance (y asesorías profesionales posibles), haya políticos que cometan errores básicos de campaña e imagen. Xóchitl, por ejemplo, pasó de llenar un vacío con frescura, buen ritmo y mensajes ágiles; a colocarse en lo acartonado de las viejas formas: eventos con el formato de siempre, discursos planos, fotografías posadas con «líderes» de partido.
Por ello, la irrupción de Samuel García, haciendo un uso extraordinario de plataformas como TikTok (en donde su esposa es altamente popular), le dió un giro interesante a la pre campaña, atrayendo rápidamente un voto cautivo (principalmente millennial). Más allá del desaseo político en lo concerniente a la gubernatura interina, la lección de Samuel con MC es clara y cierta: el electorado está cansado de los políticos tradicionales. Urgen propuestas novedosas.
Volviendo a la campaña de Xóchitl, el momentum se desdibujó por la falta de consistencia, solidez y armonía en los mensajes, contenido político e imagen. A ello hay que sumar desaciertos que no puede permitirse un aspirante presidencial, como la falla en el teleprompter en un evento masivo en el Monumento a la Revolución y la frase «ya se me fue el discurso», que intentó matizar con una nerviosa sonrisa.
Y es que los políticos de hoy olvidan algo: sin preparación, no hay éxito; sin estrategia, no hay objetivo que pueda alcanzarse. Obama, por ejemplo, considerado uno de los mejores oradores en la historia moderna, ensayaba sus discursos hasta cincuenta veces (de acuerdo con sus asesores), pero además, improvisaba sobre la marcha con frases coloquiales e informales que conectaban con el estadounidense promedio. Aunado a ello, cada acto de promoción era perfectamente planeado, incluyendo embajadores de marca que sabían bien qué y cuándo tenían que decirlo.
En el caso de Xóchitl y hasta hace poco, el descontrol sobre la campaña era evidente. Incluso hubo personajes, como el ex presidente Vicente Fox, que más que ayudar a la consolidación de su mensaje y proyecto, hicieron ruido en redes por la estridencia de sus comentarios. Me refiero al «dama de compañía» que lanzó contra la esposa de Samuel García. Pero bien dicen por ahí, no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre.
Contrario a ello, Claudia Sheinbaum ha sido sumamente cuidadosa en su manejo como aspirante y precandidata. Su disciplina al momento de seguir el manual de campaña ha sido ejemplar. Consciente de sus posibilidades de encabezar la candidatura de presidencial de Morena en 2024, trabajó con tiempo numerosos elementos con la ayuda de profesionales: cambio de imagen, manejo de redes y mensajes dirigidos a los jóvenes (con la ayuda de un reconocido consultor de talla internacional) y control sobre los círculos políticos que la rodean (incluyendo, por supuesto operadores políticos).
Desde hace tiempo, además, construyó una plataforma discursiva sólida, que ha mantenido conforme se acerca la elección. Sabe que debe administrar la ventaja y lo ha hecho bien.
Pero como decimos quienes nos dedicamos a la comunicación política, en las campañas todo puede pasar. No olvidemos como Felipe Calderón, con una campaña dinámica y bien planeada, vino de atrás y remontó la ventaja que tenía Andrés Manuel López Obrador, en el proceso electoral del 2006.
Cuando inicie formalmente el periodo de campaña, veremos de qué están hechos los equipos. Vendrán los golpes duros y las estrategias de marketing para enaltecer los atributos de unos y opacar los de otros. La elección federal será la madre de las batallas, pero en lo local los aspirantes a los diferentes cargos que estarán en juego: diputaciones, regidurías, alcaldías y gubernaturas (muchos de éstos de reelección), tendrán el reto de venderse al electorado en un terreno de altos contrastes.
Veremos pues, si esos políticos modernos se hacen de un buen manual de campaña y acercan a profesionales que les permitan alcanzar sus objetivos, o continúan en la improvisación de equipos (con amigos, familiares, conocidos, etcétera) y de mensajes vacíos que ya no convencen a las nuevas generaciones.
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