Aldo Ruíz: El Antihéroe que Confunde el Servicio Público con un Escenario Personal

En su respuesta a la senadora Nora Ruvalcaba, Aldo Ruíz Sánchez no solo evade la crítica, sino que refuerza su rol como un antihéroe trágico dentro de la política. Como en toda tragedia clásica, el protagonista se enfrenta a un dilema que, lejos de redimirlo, lo arrastra hacia una caída mayor debido a su incapacidad para reconocer sus errores. (Ver Metropolitano)
Ruíz, en lugar de asumir responsabilidad por el uso indebido de oficinas públicas para celebraciones personales, elige la ruta del desafío: “El fuego nunca es amigo, algo andamos haciendo que ya les anda calando”. Aquí, su narrativa se desliga de la ética pública y se instala en la victimización y la conspiración. En su imaginario, no es un funcionario que cometió un exceso, sino un guerrero asediado por adversarios que buscan debilitarlo.
Este es el punto de quiebre del antihéroe trágico: el momento en que, en lugar de aceptar la crítica y corregir su rumbo, se aferra a la arrogancia. Su declaración sobre los “egos grandes en MORENA” refleja más un intento de desviar la atención que una reflexión sobre su propia conducta. En su visión, la controversia no se debe a su falta de prudencia, sino a la envidia y a las luchas internas del partido.
Más allá de la retórica política, su respuesta encierra el problema central de muchos servidores públicos: la confusión entre su vida personal y su responsabilidad institucional. Un delegado de Bienestar, cuyo trabajo es administrar programas sociales y garantizar que los recursos públicos se usen para el beneficio ciudadano, no puede reducir la crítica a una cuestión de resentimientos o rivalidades internas. Ese es un muy pobre análisis de la situación y el entorno que le rodea, dándonos a conocer al mismo tiempo el corto alcance de sus pensamientos. No se trata de su aniversario de bodas ni de su derecho a ser querido, sino de la ética en el ejercicio de sus funciones.
Su insistencia en que “el tiempo siempre nos ha dado la razón” es la reafirmación de su trágico destino. En el viaje del héroe, este es el momento en que el protagonista comprende la lección y transforma su camino. En el caso de Ruíz, parece inclinado a repetir sus errores, confiado en que el tiempo validará su actuar. Pero la historia ha demostrado que, cuando los servidores públicos desprecian la prudencia y confunden la administración con la autopromoción, el desenlace suele ser el mismo: la caída, el descrédito y el olvido.
Desde la perspectiva de la ética de Fernando Savater, el comportamiento de Aldo Ruíz Sánchez reflejaría una falta de responsabilidad y compromiso con el ejercicio del poder público. Savater entiende la ética como una reflexión sobre cómo vivir mejor y cómo ejercer la libertad de manera responsable, especialmente en el ámbito social y político.
Libertad y responsabilidad
Savater enfatiza que la libertad no es simplemente hacer lo que uno quiere, sino asumir las consecuencias de los propios actos con plena conciencia de su impacto en los demás. Aldo Ruíz, al justificar el uso de oficinas públicas para fines personales con la idea de que «cada uno habla cómo le va en la feria«, evade esta responsabilidad. Su actitud minimiza el hecho de que ser servidor público implica actuar con ejemplaridad y priorizar el bienestar colectivo sobre el interés personal.
Ética y política
En Ética para Amador, Savater explica que la ética es el arte de vivir bien en sociedad, y en El valor de elegir destaca que los políticos tienen un deber especial hacia la ciudadanía, pues sus decisiones afectan a muchas personas. En este sentido, el comportamiento de Ruíz sería reprobable porque tergiversa la noción de servicio público: en vez de verlo como un compromiso con la comunidad, lo convierte en un espacio para su conveniencia y placer personal.
El poder y la ejemplaridad
Savater también subraya la importancia de la ejemplaridad en el ejercicio del poder. Un político no solo debe evitar la corrupción en términos materiales, sino también en términos morales, ya nos estás demostrando que es algo que careces también. La ética política exige integridad y prudencia, algo que Ruíz ignora cuando responde a las críticas con arrogancia y victimización, en lugar de una autocrítica genuina.
Si Fernando Savater tuviera que dirigirse a Aldo Ruíz, probablemente le recordaría que el poder no es un privilegio, sino una responsabilidad que exige coherencia entre el discurso y la acción. Un servidor público que se siente por encima del escrutinio ciudadano demuestra que no ha entendido la esencia de la ética: elegir lo correcto, no lo conveniente.