El precio de la máscara

En medio de la plaza, la figura inmóvil parece guardar un secreto. Su postura sugiere reserva, como si ocultara más de lo que muestra. El atuendo en blanco y negro recuerda la dualidad entre luz y sombra, entre lo que se ofrece a los demás y lo que se mantiene resguardado. La ausencia de un rostro no es un accidente: es una declaración silenciosa.
El escultor, al dejar vacía la superficie que debería contener facciones, abre un espacio para la interpretación. No hay ojos que delaten emociones ni labios que pronuncien palabras; sólo queda una superficie desgastada, símbolo de lo que se oculta tras la apariencia. La figura remite a las máscaras de las que hablaba Carl Jung, esas que usamos para encajar en una colectividad, desempeñar un papel o sobrevivir en entornos donde la vulnerabilidad no tiene cabida.
Las máscaras, entendidas como recurso, permiten adaptarnos y protegernos. Sin embargo, el riesgo aparece cuando terminan por adherirse a la piel, cuando el personaje suplanta a la persona. Lo que comenzó como estrategia se convierte entonces en prisión. El individuo se diluye en el papel, y lo genuino queda sepultado bajo capas de fingimiento.
La escultura encarna ese dilema. No se trata de rechazar las máscaras —pues toda sociedad demanda cierta teatralidad—, sino de mantener la conciencia despierta para saber cuándo retirarlas. La autenticidad no exige mostrarse por completo en todo momento, pero sí reclamar espacios donde sea posible existir sin disfraces. La fotografía fue tomada el 31 de agosto en FICOTRECE.
Ese rostro ausente nos interpela. Nos recuerda la fragilidad de la identidad cuando se somete a la constante presión del deber ser. Nos advierte sobre el riesgo de terminar siendo invisibles, aun rodeados de gente, porque lo que se expone no es lo verdadero sino un reflejo deformado.
Tal vez la enseñanza radica en comprender que, aunque todos portemos máscaras, la esencia no debería perderse. La integridad se conserva en la capacidad de quitarlas a tiempo, de recordar que la piel bajo ellas aún respira, y que la mirada auténtica —aunque a veces vulnerable— es la única capaz de otorgar sentido.

Más allá de la mirada: En el teatro griego, la palabra “persona” provenía de las máscaras usadas en escena.
mariogranadosgutierrez@outlook.com