Patria fragmentada
En la piel de concreto de la Ciudad de México, una sinfonía de formas y colores se levanta como testimonio del espíritu rebelde que habitó en David Alfaro Siqueiros. Su mural, La Marcha de la Humanidad, narra el devenir del hombre que grita desde las entrañas mismas de la historia. Allí, el ser primitivo emerge del caos; el esclavo encadenado se dobla ante el yugo del poder; la mujer proletaria sostiene con su cuerpo el peso del porvenir; el mestizo se reconoce en la lucha, y el negro linchado recuerda que la piel también fue destino. Cada trazo vibra con una energía que no se apaga, un eco de combate, una herida abierta sobre el muro.
Siqueiros no fue un artista complaciente. Su obra se erigió como una trinchera visual, una confrontación constante contra los dogmas y la indiferencia. Rebelde frente al orden y el oficialismo, insurgente ante el silencio, plasmó la historia desde el dolor colectivo, convencido de que el arte debía ser un arma de verdadera transformación y no un adorno de museo.
Su exilio, con ayuda de su amigo, el poeta chileno Pablo Neruda, no fue castigo, sino confirmación de su convicción; su censura, un sello de autenticidad. Detrás de cada figura hay una idea que late: la esperanza de un pueblo que se rehace en cada cicatriz.
Hoy, ante un México donde la violencia desgarra, la corrupción sofoca y el poder público oprime las voces disidentes, resulta inevitable preguntarse qué mirada tendría Siqueiros frente a este escenario. ¿Reconocería en el presente los ideales por los que luchó? ¿O vería, con desencanto, la sombra de aquello que combatió distorsionado en un escenario de supuesta transformación? En los tiempos de Siqueiros, desafiar significaba pintar contra el miedo; en el nuestro, resistir implica dar un paso al frente para sublevarse ante la mentira y el engaño
Quizá su espíritu aún camine entre esos relieves de cemento, observando cómo los mexicanos avanzan sin rumbo claro, confundido entre el progreso y el retroceso. La Marcha de la Humanidad sigue moviéndose, aunque sus pasos retumben en el suelo de un país fragmentado, erosionado por el autoritarismo.
Siqueiros nos dejó una advertencia silenciosa: cuando el arte deja de ser conciencia, la historia se convierte en repetición. La fotografía la tomé el día 3 de noviembre de 2025.

Más allá de la mirada: El Polyforum Cultural Siqueiros, inaugurado en 1971, resguarda el mural más grande del mundo. En su interior, las paredes se funden en un solo cuerpo pictórico donde Siqueiros plasmó su visión total del ser humano: su miseria, su ascenso y su eterna búsqueda de libertad.
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