¿Por qué la navidad no se extiende de hacia los animales?

El cierre del año genera evaluaciones morales internas (“cómo quiero ser”, “qué tipo de persona he sido”), lo que aumenta la motivación para alinear la conducta con valores prosociales, es decir disposiciones éticas y emocionales que favorecen el bienestar de otros y de la comunidad que contribuyen a la cooperación, la convivencia pacífica y la cohesión social.
Hay varios ejemplos claros y ampliamente reconocidos de estos valores tales como: Compasión (sensibilidad ante el sufrimiento ajeno y motivación para aliviarlo), Empatía (Capacidad de comprender y resonar con las emociones y perspectivas de otros), Altruismo (Actuar en beneficio de otros sin buscar recompensas personales) y un gran etcétera como solidaridad, cooperación, generosidad, justicia y responsabilidad social entre muchos otros.
Hablando de compasión, ésta ha sido desarrollada evolutivamente en diversas especies. La evidencia científica disponible indica que los peces no muestran compasión en el sentido en que la observamos en mamíferos o aves, pero sí presentan conductas sociales complejas y respuestas al estrés ajeno que podrían ser “precursoras” de la empatía, aunque mucho más básicas. En contraste, en numerosos mamíferos existen comportamientos que pueden clasificarse como prosociales, empáticos o compasivos, (aunque siempre con la precisión científica de que atribuimos “compasión” a partir de conductas observables, no de autoinformes como en humanos).
Los mamíferos compartimos sistemas neurobiológicos asociados al cuidado y la empatía como la oxitocina, dopamina, amígdala, corteza prefrontal y circuitos de apego. Estos sistemas evolucionaron inicialmente para el cuidado parental, pero en muchas especies se generalizan hacia otros miembros del grupo.
En primates abundan ejemplos; Los chimpancés ofrecen consuelo a individuos heridos o derrotados después de conflictos, los bonobos muestran conductas altamente empáticas: abrazan, acicalan y comparten alimento con individuos estresados, e incluso comparten herramientas o defienden a individuos vulnerables.
Los elefantes presentan rituales de cuidado hacia miembros heridos, duelo por fallecidos, y protección colectiva hacia crías ajenas. Su comportamiento de “consolar” (contacto suave con la trompa, acompañamiento, vocalizaciones específicas) es uno de los ejemplos más sólidos de compasión en no humanos.
En otros casos cómo delfines y ballenas, hay observaciones repetidas que muestran asistencia a animales heridos, sostener cuerpos para que puedan respirar, y respuestas cooperativas ante el estrés de otro individuo. Su estructura social compleja sugiere capacidades avanzadas de regulación social y empatía.
En estudios de laboratorio, las ratas liberan a otras ratas atrapadas incluso cuando no obtienen beneficio directo o tengan acceso a comida o recompensas alternativas. Esto se interpreta como empatía motivada al menos parcialmente, por el malestar ajeno.
También se sabe que los lobos ayudan a miembros heridos del grupo y ajustan su conducta durante la caza según las capacidades de otros. En perros, la respuesta empática hacia humanos (acudir, lamer, permanecer cerca de alguien que llora) está ampliamente documentada. Así la evidencia apunta a que la compasión no es un rasgo exclusivamente humano, sino un producto de la evolución social de diversas especies.
En el caso de los humanos, en términos evolutivos, la compasión es uno de los pilares que nos convirtió en una especie capaz de construir civilizaciones. La compasión ha sido una ventaja evolutiva en la supervivencia y por ende uno de los motores evolutivos más poderosos en la historia de nuestra especie. No es un adorno moral; es un mecanismo adaptativo que aumentó la supervivencia, la cooperación y la complejidad social humana.
Las crías humanas nacen extremadamente dependientes. Sin cuidados prolongados, no sobrevivirían. Así la compasión impulsó el cuidado parental, aumentó la supervivencia infantil, permitió el desarrollo de cerebros más grandes y complejos, y creó interdependencia social temprana. Es decir, sin compasión, nuestra biología actual no habría sido viable.
Los grupos que cuidaban a sus miembros vulnerables y ancianos lograron mayor retención de conocimiento colectivo, mayor cohesión; La evidencia arqueológica demuestra que individuos con discapacidades, sobrevivieron décadas gracias al cuidado grupal, indicando que la compasión ya existía en homínidos anteriores a Homo sapiens.
También la compasión ha sido motor de cohesión social pues reduce el conflicto interno, favorece normas de ayuda mutua y crea redes de apoyo. Grupos cooperativos superan consistentemente a grupos individualistas. Igualmente, permite confiar en extraños y formar alianzas basadas en reputación, reciprocidad y valores compartidos. Esto fue clave para la agricultura, las primeras ciudades, el comercio, los sistemas de justicia y la estabilidad colectiva.
Además, la compasión facilita la reconciliación, el perdón y la restauración. Sin estos mecanismos, los grupos se fragmentan y la violencia interna aumenta. Los humanos que podían resolver conflictos emocionalmente tenían ventaja sobre los que no.
La capacidad de comprender emociones ajenas se desarrolló junto con la compasión. Esto impulsó un lenguaje complejo, negociación, cooperación flexible y transmisión cultural.
De hecho, la moral humana se basa en la compasión: proteger al débil, castigar la crueldad, valorar la ayuda. La compasión fue el núcleo emocional sobre el cual se construyeron normas éticas. Después se transformó en ideales religiosos, códigos jurídicos, principios de justicia y valores comunitarios, lo que permitió coordinar grupos masivos de personas que jamás se habían visto.
Hoy en día la compasión creó innovaciones sociales como lo son hospitales, refugios, sistemas de ayuda social, protección animal, leyes humanitarias: todos nacen de la extensión cultural de la compasión humana.

Aunque originalmente la compasión estaba orientada al propio grupo humano, con el tiempo se amplió como un signo de madurez moral para proteger la vida en sentido amplio hacia: otras tribus, minorías, la naturaleza, y especies no humanas. Esta expansión ha generado movimientos de bienestar animal, protección ambiental e investigación ética.
La compasión hacia animales no fue necesaria biológicamente al inicio, pero se ha vuelto un rasgo cultural valioso para la sostenibilidad y la ética moderna.
Una definición actual de la compasión la describiría como un proceso emocional, cognitivo y conductual mediante el cual un individuo reconoce el sufrimiento de otro ser, se conecta afectivamente con ese sufrimiento, y experimenta la motivación interna de aliviarlo o prevenirlo. No es solo un sentimiento: implica percepción, interpretación y acción.
Hoy se entiende como la integración de cuatro componentes: 1) Reconocimiento del sufrimiento (detectar señales de dolor físico o emocional en otro organismo. Implica atención, sensibilidad social y lectura de comportamientos). 2) Resonancia emocional (Experimentación de una respuesta afectiva que conecta con el estado del otro. No es idéntica a la emoción del otro; es una reacción propia que surge al percibir su malestar. Esta resonancia está mediada por circuitos neuronales como los de la ínsula, la amígdala y el córtex prefrontal medial). 3) Comprensión cognitiva (Proceso de interpretar lo que está ocurriendo, tomar perspectiva y comprender el contexto de ese sufrimiento) y 4) Motivación prosocial (La compasión siempre incluye un impulso orientado a ayudar, proteger, aliviar o prevenir el daño. Esta motivación diferencia la compasión de la empatía es decir sentir o comprender lo que otro siente. No implica necesariamente actuar. En contraste con la compasión que incluye empatía, pero añade la voluntad de ayudar.
Sin embargo, la compasión tiene hoy en día una dimensión cultural, pues las sociedades moldean la compasión y dicta hacia quién se dirige, en qué situaciones, qué acciones se consideran compasivas y cómo se recompensa socialmente. Por eso existen variaciones en la compasión hacia animales, grupos humanos diferentes, miembros de otras culturas, etc.
Por ejemplo, en el Islam, los gatos son muy valorados por su limpieza y pureza, considerados animales bendecidos por el Profeta Mahoma, quien se dice que dijo que «el amor por los gatos es una parte de la fe», así se respeta y cuida a los gatos. En Estambul el gobierno los alimenta y vacuna. Otras sociedades adoraron a los toros como en Egipto.
Así la tendencia a inhibir o activar la compasión depende de una combinación compleja de biología, psicología, historia personal, entorno social y contexto situacional. No existe un solo factor, sino una red de variables que interactúan.
Existen diferencias neurobiológicas individuales con variabilidad en la sensibilidad del sistema de amenaza, es decir hay humanos con sistemas amigdalares más reactivos o con historial de estrés crónico que tienden a activar autoprotección más rápido que la conexión emocional, lo que bloquea la compasión. En otros casos son las disparidades en la regulación emocional pues el córtex prefrontal —clave para modular emociones— varía en su eficiencia. Así individuos con menor regulación pueden sentirse abrumados por la empatía y, como defensa, cerrarse emocionalmente.
En algunas personas, ayudar, genera una fuerte respuesta dopaminérgica (alto “altruismo biológico”). En otras, la recompensa es débil, por lo que la compasión no se activa espontáneamente.
En cuanto a historias de apego y experiencias tempranas, quienes crecieron con cuidadores sensibles y consistentes desarrollan mejor capacidad para reconocer emociones ajenas, regular las propias y conectar afectivamente sin sentirse amenazados.
En contraste experiencias tempranas de abandono, abuso o desapego pueden llevar a desconfianza, hipervigilancia, evitación emocional, o creencias negativas sobre el mundo, lo que inhibe la compasión como mecanismo de autoprotección
Y hablando de condicionamiento social y cultural, si existen normas que limitan el círculo moral y entornos que enseñan a dividir entre “nosotros” y “ellos” esto reducen la compasión hacia grupos externos. En cuanto a modelos familiares, los niños expuestos a violencia, indiferencia o crueldad aprenden a normalizar la falta de empatía. Y también ideologías que justifican la deshumanización como narrativas de superioridad, militarización, competencia extrema o utilitarismo
Dentro de mecanismos psicológicos individuales, los hay diversos, está el miedo a la vulnerabilidad pues la compasión requiere abrirse emocionalmente y si las personas temen ser heridas, explotadas o invadidas cierran su disponibilidad afectiva. Otras veces para evitar el dolor propio y no pueden tolerar sus emociones, tienden a bloquear la compasión. El narcisismo defensivo exige que la identidad dependa de mantener una autoimagen fuerte, por lo que la compasión puede percibirse como debilidad o amenaza, y por último por fatiga empática pues a veces los cuidadores, rescatistas, médicos o activistas, pueden experimentar agotamiento emocional que reduce temporalmente la capacidad de compasión.
En otros contextos, el estrés agudo o crónico inhibe funciones prefrontales y desplaza la atención hacia la autoprotección. Si se tiene percepción de escasez, se siente que no tiene suficiente tiempo, recursos o energía, su disponibilidad prosocial disminuye y en situaciones de amenaza real o percibida, el sistema de supervivencia prioriza el auto-resguardo sobre la conexión emocional.
Como factor moral, se sabe que las personas con sistemas de valores claros, flexibles y bien integrados suelen sostener niveles más altos de compasión. Algunos individuos extienden el círculo moral a desconocidos, minorías o animales; otros lo restringen a familia o grupo inmediato. E incluso las creencias afectan la compasión, si alguien cree que las personas “se merecen lo que les pasa”, inhibirá más fácilmente la compasión.
Hoy se sabe que los traumas no resueltos pueden producir entumecimiento emocional, disociación, cinismo, irritabilidad, desconfianza. Todos estos mecanismos bloquean o distorsionan la compasión.
En síntesis, la compasión no es un recurso estable; puede ser habilitada o bloqueada según la interacción entre biología, historia personal y contexto social. Muchos mecanismos que la inhiben tienen un origen adaptativo (protección, autopreservación), pero en sociedades complejas pueden transformarse en indiferencia o violencia.

Por otro lado, las instituciones humanas no son inherentemente compasivas, aunque pueden incorporar o fomentar comportamientos compasivos mediante normas, políticas, incentivos y valores. La compasión no es una propiedad estructural de la institución: es una capacidad humana que puede verse amplificada, inhibida o canalizada por el diseño institucional.
Una institución (Estado, empresa, escuela, iglesia, hospital, ejército, ONG) es un conjunto de reglas, roles, procedimientos y jerarquías. Por lo tanto, no puede ser compasiva por sí misma. Lo que puede hacer es permitir, exigir o impedir que las personas expresen compasión.
Muchos diseños institucionales tienden a amortiguar la empatía individual y pueden bloquear la compasión incluso en individuos que sí la poseen, tales como la burocracia que divide tareas, fragmenta responsabilidad y disminuye la percepción del impacto humano de las decisiones. Una jerarquía fuerte puede reforzar obediencia mecánica y reducir el pensamiento moral individual. Las normas procedimentales estrictas enfatizan cumplimiento, no cuidado. La distancia entre decisores y afectados hace que el sufrimiento se vuelva abstracto o invisible. Las lógicas de eficiencia o
rendimiento priorizan resultados mensurables sobre consideraciones humanas. La despersonalización del usuario/beneficiario que transforma personas en expedientes, números, casos o “recursos”.

En contraste algunas instituciones incorporan mecanismos explícitos para proteger la dignidad, reducir el daño o fomentar conductas prosociales como: Códigos éticos y deontológicos (medicina, trabajo social, psicología). Capacitación en trato humano, trauma, diversidad y atención sensible al contexto. Procedimientos centrados en el usuario o la víctima. Supervisión ética y contrapesos internos. Cultura organizacional basada en cuidado, justicia restaurativa o derechos humanos. Es decir que, en estos casos, la institución funciona como andamiaje para que la compasión individual pueda expresarse en la práctica profesional.
En el caso de Instituciones con “vocación de cuidado” como son los hospitales, escuelas, refugios, ONG humanitarias y servicios sociales pueden estructurarse para operar de manera compasiva, pero solo lo logran si se alinean tres niveles: 1 Normativo (con políticas que priorizan dignidad y bienestar),2 Organizacional: recursos, tiempos y prácticas que permiten atención humana real.3 Cultural: valores compartidos que validan la empatía y rechazan la deshumanización. Si cualquiera de estos niveles falla, incluso instituciones “de cuidado” pueden volverse indiferentes o incluso dañinas.
Y por último, entrando en tema de la presente columna de opinión, fomentar compasión hacia los animales en una sociedad requiere actuar simultáneamente en tres niveles: individual, cultural y estructural. La compasión no surge solo de información, sino de un ecosistema de valores, prácticas y políticas que hacen visible el sufrimiento animal y legitiman moralmente el deber de protegerlo.
La educación emocional y moral desde la infancia, promueve capacidades socioemocionales que sirven de base para la compasión tales como:
- Alfabetización emocional: identificar sufrimiento en distintos seres vivos.
- Empatía ampliada: reconocer que los animales son sujetos con necesidades, no “objetos”.
- Responsabilidad del cuidado: desarrollar rutinas de crianza positiva hacia todas las especies animales, insectos, batracios, aves, animales domésticos y de granja, de convivencia y silvestres.
- Crear y difundir relatos prosociales: cuentos, ejemplos y dinámicas que enseñen respeto por los seres vulnerables.
La información científica accesible fortalece la compasión, si las personas comprenden que los animales tienen estados emocionales y capacidad de sufrir, por lo que hay que promover conocimiento sobre sentiencia, dolor y estrés en diversas especies; brindar información sobre condiciones reales en granjas, transporte, fauna silvestre, laboratorios y abandono y sobre todo crear comunicación basada en evidencia, no en sensacionalismo.
Fomentar una cultura que valore la interdependencia, ya que las normas sociales modulan fuertemente la compasión. Por eso hay que combatir lenguaje que desnormalice la cosificación (“recursos”, “plagas”, “productos animales”); procurar medios y narrativas que muestren a los animales como seres individuales, fomentar la visibilización del vínculo humano-animal en comunidades rurales y urbanas así como difundir y celebrar las prácticas culturales que ya integran respeto y cuidado. Empezando por el Día Mundial de los Animales, celebrado el 4 de octubre que conmemora la existencia de la vida animal en todas sus posibles formas, o el 10 de diciembre, el reconocimiento y la reivindicación de los derechos de los animales desde 1998. Aun cuando falten el Día Internacional de las Personas Defensoras de Derechos animales, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra los animales y un gran etcétera por construir.

Innegablemente urgen modelos de crianza y socialización compasivos que depende en gran medida referentes como son adultos que modelen trato respetuoso hacia los animales, se realicen prácticas de disciplina no violentas, y haya coherencia entre valores y conductas. Fomentar la existencia y visita a los zoológicos definitivamente no colabora a fomentar la compasión sino más bien a normalizar la crueldad.
Por supuesto que la compasión se potencia cuando el Estado establece estándares claros en leyes de bienestar animal robustas, aplicables y con sanciones reales; en regulaciones sobre cría, transporte, exposición pública, experimentación y comercio; en programas de control poblacional humanitario, no basado en exterminio; y al dar apoyo a refugios, rescate, educación comunitaria y vigilancia.
Además habría que realizar diversas prácticas institucionales alineadas con bienestar como protocolos éticos en escuelas, centros comunitarios, municipalidades; programas de convivencia
humano-animal, servicios veterinarios accesibles, campañas de esterilización, adopción y tenencia responsable, capacitación a policías, jueces y personal público sobre maltrato animal.
Educar en espacios de contacto respetuoso con animales pues el vínculo directo puede transformar percepciones: voluntariado en refugios, crear programas educativos con animales de terapia o de rescate, visitas a santuarios (no zoológicos tradicionales) donde se observe bienestar real.
Los líderes comunitarios, medios y educadores deben transmitir mensajes consistentes de que la compasión es fortaleza, no debilidad, que el bienestar animal es parte del bienestar comunitario, que el trato digno a animales mejora cohesión social y reduce violencia (la violencia hacia animales correlaciona con violencia interpersonal).
Estoy segura que todas estas prácticas, llevarían a un cambio del consumo y de hábitos cotidianos reducir prácticas que involucran sufrimiento innecesario, apoyar iniciativas locales de rescate y protección.
En resumen, la compasión hacia los animales no se genera solo con “bondad”, sino con un ecosistema integrado de educación, cultura, legislación, contacto significativo y coherencia institucional. Cuando estos elementos se alinean, la sociedad desarrolla sensibilidad, responsabilidad y compromiso real con la vida animal.
Las razones por las cuales muchos humanos se vuelven violentos, irresponsables y abandonan animales no son simples ni únicas. Se explican por la interacción entre factores psicológicos, económicos, culturales, y estructurales.
Falta de educación en tenencia responsable (incluyendo responsabilidad en la adquisición), un cambio en la percepción de los animales de “objeto”, no de individuo y una fuerte penalización contra el abandono y el maltrato (en especial en nuestra comunidad donde el abandono está normalizado pues si la conducta no tiene consecuencias, se vuelve frecuente).

La ausencia de infraestructura institucional deja a las personas sin alternativas éticas por lo que es necesario crear campañas de esterilización permanentes, clínicas veterinarias accesibles, refugios públicos o privados en número suficiente, y muchos programas de educación comunitaria.
Como se ha ilustrado ampliamente, los humanos abandonan animales no por una sola causa, sino por un ecosistema de fallas: educativas, económicas, culturales, emocionales y legales.
El abandono es un síntoma de un problema más amplio: de sociedades que no han integrado plenamente la sentiencia animal ni la responsabilidad moral y legal que implica convivir con otras especies.
Durante la Navidad, lo humano es visible: campañas, calles, rituales. Pero el sufrimiento animal suele estar oculto: en criaderos, mataderos, abandono doméstico, tráfico o negligencia. La compasión y empatía necesita exposición.

Muchas prácticas navideñas involucran animales (alimentación, regalos como mascotas, espectáculos). Para evitar conflicto moral, las personas pueden suprimir la compasión hacia los animales en esas actividades.
Mientras se enseñe desde la infancia que el sufrimiento humano es prioritario se limitará la empatía inter-especie, y no se adquirirán valores específicos de protección animal. La mayoría de los sistemas educativos no enseñan a reconocer el dolor y la capacidad emocional o las necesidades de otras especies. Sin información, la compasión no se desarrollará plenamente.
Ana Romo jaulericavida1@outlook.es

