ASTUCIA PATERNAL
Cuento surgido / de una chanza /que circula por ahí.
Hacía unas semanas del viaje de la hija de don Juan a la capital, por motivos de estudio. Juanita siempre había soñado con ser abogada, carrera por entonces ausente en las escuelas del pueblo; en realidad no había ninguna universidad o institución donde se pudiera estudia ésta ni ninguna otra carrera; los estudios máximos posibles allí eran los del Bachillerato.
Entre sus cosas, iba una pequeña foto de su madre. Esta foto era muy apreciada por ambos, padre e hija, no tanto por la foto en sí, sino por el portarretratos donde se contenía, dueño de una historia digna de tomarse en cuenta, que ya les contaré en mejor ocasión. Juanita se la llevaba con cierto desagrado del padre, pero bueno; después de todo, habría de ser de ella tarde o temprano.
Como todo padre pueblerino, don Juan, aunque presumía de mente abierta, era un tanto delicado con ciertos temas de índole sexual, y por más explicaciones dadas por Juanita, no acababa de gustarle la idea de tener a su única hija viviendo en la gran urbe compartiendo habitación con un muchacho. Bueno, no compartían la habitación sino la casa, le había dicho Juanita.
–Es más cómodo y barato–. Pero su padre se guardaba esa espinita.
En la primera carta recibida, la hija contaba de sus primeros días en la Universidad, de lo enorme de la capital, sus primeras clases y cómo imponían sus maestros, de sus compañeros, de la disparidad entre hombre y mujeres en su grupo, perdiendo las mujeres 6 a 1, y platicaba también, para intranquilidad de don Juan, con bastante efusividad de Genaro, su rumi (luego entendió que así le llaman a quienes comparten casa).
En la primera oportunidad, don Juan le hizo saber a su retoño:
–Tal día debo estar en la capital por cierto asunto con el ganado. Iré a visitarte y conocer tu casa.
El día fijado, él llegó, no sin cierta dificultad para ubicarse –era su pueblo multiplicado al infinito–, y fue recibido por Genaro quien le comunicó que “la señorita Juanita” había ido a misa, pero no tardaría. Le invitó a pasar y le mostró la casa, bueno, parte de ella; su habitación sólo la señaló pero no se la mostró. La que sí le enseñó con todo detalle, fue la habitación de ella. Su padre de inmediato reconoció el estilo de su hija: la decoración, la distribución y sobre todo, la cama llena de muñecos de peluche de todos los animales comunes representados en este material, y claro, en sitio preeminente de la habitación, la foto tan querida por ambos.
En ese momento, Genaro le preguntó si apetecía algo de beber y ofreció algunas opciones, don Juan se decantó por cerveza. El muchacho fue a la cocina, trajo en par de ellas, e invitó a don Juan a sentarse en la sala donde estarían más cómodos.
Cuando regresó la muchacha, Genaro se disculpaba para retirarse, pero ella le instó les acompañara a comer, él se disculpó alegando un compromiso previo, así que sólo comieron padre e hija.
La hora de la comida transcurrió con absoluta normalidad, y la hija, toda una experta en oratoria, no dejó de hablar en todo ese tiempo.
–Genaro y yo casi no nos vemos, papá. Tenemos horarios muy distintos. Él estudia medicina y va a otra Facultad. –¿Facultad?– Sí, papá, así se llaman las distintas escuelas, aunque sean de la misma Universidad. –Ah–. Entre mis compañeras… bla, bla bla. El otro día, iba yo… bla, bla, bla.
Habló del precio de los comestibles, de lo distinto de las tiendas comparadas con el pueblo, de las enormes distancias que obligan a uno a despertarse muy temprano para estar a tiempo, de la enorme variedad de ofertas de diversión, de los muchos miles de libros en la biblioteca.
–Todos los libros del pueblo, no llegan ni a la mitad de los que hay en la Facultad, papá, y hay miles de bibliotecas en toda la ciudad–.
Transcurrió así la tarde, y a la hora adecuada, se despidieron padre e hija y éste regresó al pueblo con ciertas dudas, pero feliz de ver tan contenta a su hija.
***
Tres días después de aquel domingo, el jueves temprano llamó Juanita por teléfono a casa; el señor todavía se resistía a los teléfonos móviles. Se le oía algo molesta y le dijo a su padre:
–Llevo tres días buscando la foto de mamá y Genaro me dice que estuviste en mi cuarto. Sólo tú has entrado, por lo tanto yo digo que tú te la llevaste. No negarás que te gusta tanto como a mí. Es un hecho: así ha sido, papá. ¡No lo niegues!
–Pues mira, hija, lo que es un hecho es que podías haberte ahorrado esos tres días de búsqueda si de verdad durmieras en tu cuarto. La foto está debajo de tu almohada. Saludos a Genaro, hija.
No le gustaba del todo el despertar sexual de su hija, pero ahora estaba tranquilo.