¿De qué democracia hablamos?
Ahora resulta que quieres desbordaron las urnas el pasado primero de julio, se reconciliaron con la democracia, las instituciones y el presidente. Eso dijo horas después de la jornada electoral Héctor Aguilar Camín en el programa televisivo de Leo Zuckerman en Canal Cuatro de Televisa. No sólo eso, también afirmaría que si hubo un déficit institucional y de los partidos, entonces éste estaba saldado.
Este comentarista y politólogo ligado al sistema no entiende nada de nada o con qué desfachatez retuerce las cosas para hablar por la gente y explicar por qué reaccionó como lo hizo ésta. Se nota que nunca sale de su cubículo, no tiene el menor contacto con el ciudadano común ni sabe cómo piensan. Todo es a través de la interpretación libresca.
Un colega suyo, de similares características políticas y de identificación con el sistema, Jesús Silva Herzog Márquez sin quererlo lo corrige, cuando señala (Reforma 2 de julio, Apuntes apresurados) que, “la victoria de Andrés Manuel López Obrador es, al mismo tiempo, la peor condena y el mayor elogio de la democracia mexicana. Un castigo democrático a la incautación de la democracia. Se trata, obviamente, un rechazo a la administración saliente pero es más que eso. Es el repudio a la clase política…”
Efectivamente, si hubo algo hasta ahora fue la incautación de la democracia, para pervertirla y convertirla en un adefesio en el cual nadie creía, alejada de su esencia conceptual, pues el poder de la gente sólo se reducía a una pieza retórica, presente siempre en los discursos partidistas y de la clase política. Habían sacralizado al artículo 39 Constitucional, pero nunca convertido en práctica común. El sustituto “democrático” en cada elección era el fraude y el cuchupo.
Pero si de algo están hartos los mexicanos es de la ficción democrática en que habían envuelto al país en los últimos decenios los señores del poder, dígase el PRIAN. Los electores entonces no se reconciliaron con la democracia de marras, al contrario, la repudiaron y condenaron, claramente se manifestaron en contra, expresaron con su voto el poder de la decisión del pueblo, el real, sobre el interés del gobierno, del poder y de la clase política.
Tampoco se puede hablar de reencuentro popular con las instituciones y con el presidente, cómo puede recurrir a tal sandez Aguilar Camín, cuando lo que ocurrió el pasado domingo fue una manifestación de reprobación a Peña Nieto y a todo lo que él representa y a lo que la mayoría de los mexicanos no quieren volver.
No sólo eso, qué reconciliación puede haber con esa democracia, cuando los millones de electores que se volcaron a las urnas pusieron en su mínima expresión política electoral (afortunadamente) al PRI, no permitiéndole ganar ningún sólo estado, ninguna gubernatura, ni un solo distrito uninominal y Senaduría. Ahora sólo tendrán los legisladores que les permitan en el reparto plurinominal, y si esa mayoría pudiese haber evitado esto, lo hubiese hecho sin dudar.
Por lo visto Aguilar Camín no se ha dado cuenta de la magnitud y contundencia de la derrota del PRI y de la descalificación multitudinaria del gobierno de Peña Nieto, de esas instituciones, las que el mismo Ejecutivo federal se encargó de vulnerar, de la indignante corrupción solapada y fomentada desde arriba, para provocar en la gente que diga ¡Basta ya! Es hora de limpiar la casa y tomar el pueblo en sus manos el camino a seguir. Y éste ha decidido que quien conduzca ese esfuerzo sea López Obrador.
El otro elemento que no considera Aguilar Camín es la reiterada minimización de las libertades políticas que tenían los mexicanos, lo cual también llegó a su límite y que los electores se manifestaron por poner un alto a tal situación. Esa es la clase de democracia que pregonaba el sistema y el grupo en el poder. Esto me hace recordar al sociólogo de izquierda Carlos Pereyra (muerto precisamente hace 30 años), quien señalaba que, “con base en dicotomías confusas como democracia formal/democracia sustancial se tendió a dejar de lado el asunto central de las libertades políticas y el tema no menos fundamental del pluralismo”.
Hay entonces dos democracias muy distintas, una derrotada este domingo y otra, la real, la que dijo que el espíritu del artículo 39 Constitucional es posible. Al igual que la derecha y los partidos, Aguilar Camín debiera hacer una reflexión autocrítica y adaptarse a las nuevas circunstancias.
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