Dialéctica progreso-rezagos
La sociedad nacional se encuentra políticamente dividida, económicamente desigual, distanciada y muy diferenciada culturalmente (ideas muy disímiles de México, de modos de vida y aspiraciones humanas de cada clase y cada región). Aguascalientes no es ajeno a esa discordia, menos cruda y contundente, pero afecta y muestra secuelas. En el fondo subyace, además de la jerarquización de clases, el simulado diálogo democrático; la ausencia de comunicación eficaz entre ciudadanos, gobiernos (nacional, locales y municipales) y sectores sociales. Precario e ineficaz debido a los desniveles y alejamiento en lenguaje, percepciones y afanes. Los espacios lejanos entre la visión de los “de arriba” (clase política, clase empresarial) y los “de abajo”, incluso los de la medianía socioeconómica.
La nación escindida no por la separación sino por la confrontación entre poderes nacionales y éstos con los locales. A lo cual se añade el temor por la inseguridad pública, la creciente delincuencia callejera, así como el salvaje poderío de las bandas criminales. La clase empresarial en el afán de acumular capital; las cúpulas políticas ocupadas en sus manías y obsesiones. El ciudadano común, en contraparte, sobrevive en la subsistencia del día a día.
En esa compleja realidad, los desafíos mayores en lo electoral siguen siendo el abstencionismo y esa resignación del cambalache de sufragios por limosnas disfrazadas de “política social” (que ni es política ni es social, sino demagogia que explota las necesidades insatisfechas de las clases humildes, pervierte la vida ciudadana y la libertad político-electoral),
El abstencionismo y la apatía –que no es analfabetismo político—son manifestaciones de desconfianza al comprender que su condición familiar y económica no cambia con discursos, promesas y dádivas. Ello deja ver en su trasfondo un problema de moral social que deriva de la concentración de la riqueza y de la demagogia tanto política como empresarial.
Pese al modelo centralista electoral en vigor, y quizás por ello, es necesario fortalecer la institucionalidad local y, una vez consolidada, volver a transitar al federalismo que se nutre de la interacción periferia-centro, de abajo hacia arriba que se teje con valor e inteligencia política. No es exagerado suponer que estamos ante una encrucijada, cita con la historia que impone elevar la calidad de las relaciones sociales y económicas, así como de la democracia desde lo local, base geográfica y humana de la estructura de la república.
La democracia funciona de manera efectiva cuando se logra hacer coincidir la inteligencia de la voluntad, la ética del trabajo y la fuerza de las razones. Así es posible elaborar y aplicar políticas de Estado que, al privilegiar el justo medio, procuran el cambio social con rumbo y certeza, cuyo horizonte no es otro que el de los derechos humanos, sociales y culturales.
La población sabe con certeza lo que quiere, por ello demanda información veraz, explicaciones, respuestas y soluciones que se reflejen en su bolsillo y en el bienestar de su familia. Es evidente la pertinencia de reconstruir ambiente y panorama político, que venga a corregir y superar la desconfianza y la incertidumbre que vive el país, y repercute en Aguascalientes pese a ese espejismo de ser “el ojo del huracán”. En la inteligencia que los acuerdos no son para siempre, sino que son cuestionables y sujetos a revisión constante, ya que es interminable la dialéctica contradicción progreso-rezagos, unidad-pluralidad. Cada problema que se resuelve genera, su vez, otros, nuevos y más complejos, que se acumulan a las deudas pendientes. Nunca acaba la exigencia de, en cada ciclo, corregir errores (los viejos y los nuevos. No temer reconocerlos. Sólo el que no trabaja no se equivoca), eliminar deficiencias, proyectar e innovar.
La entidad crece cuantitativa y cualitativamente y cada vez requiere nuevo traje a la medida. El empleo es la llave maestra para combatir pobreza y distribuir riqueza, para combatir inseguridad y delincuencia. En cuanto a empleos Aguascalientes va por buen camino, pero no estoy seguro en cuanto a distribución de la riqueza.
En esta fase crítica de la vida económico-social, cultural y democrática de México y de Aguascalientes, es hora de reflexionar sobre la visión de futuro que parece incierto por la inseguridad del presente. Definir y asumir responsabilidades. El pueblo aplaude y apoya ejemplo y hechos, antes que las palabras. Por ello es esencial el compromiso que ha manifestado la primera ciudadana del estado.
No es optativo el respeto y el reconocimiento a quienes disienten justificadamente de las decisiones de gobierno. Cualquier otro trato hacia grupos que piensan y actúan distinto, lleva inmersa la postura radical de la imposición que es característica de regímenes totalitarios y autoritarios. Eso no va con Aguascalientes.
La responsabilidad es, o debiera ser, impedir toda forma de cinismo, que florece cuando nadie cree en lo que dice ni en lo que hace, ni se toma en serio ni sabe lo que pretende ni a lo que aspira. Es ahí cuando no fructifica el diálogo porque es concierto desafinado de multitud de monólogos en los cuales no importa lo que se piensa, ni lo que se quiere ni lo que se espera. Así toda convicción se achica y se frivoliza en ilusión mercantil o ambición burocrática o delirantes aspiraciones a candidaturas, y se convierte en creencia que sólo dura el tiempo que se tarda en cobrar o en pagar.
El método –de larga data en nuestra entidad– es gobierno de sumas y no de restas, conciliador, eficiente, así como ciudadanos conscientes de sus deberes cívicos. Conviene recordar que el reto es ponerse de acuerdo en lo esencial, y lo esencial es Aguascalientes.