Dictadura económica vs tiranía política
La endeble y contrahecha democracia electoral se encuentra ante una ríspida encrucijada. No únicamente la electoral sino especialmente la remota posibilidad de democracia social.
Dictadura económica. De una parte, la dictadura de la clase económicamente dominante, ascenso iniciado desde la década de los 40 con las políticas del régimen de la Revolución, de redistribución del ingreso y protección a la planta productiva, las cuales se tradujeron en subsidios a la acumulación de capital, alentada desde el Estado y a cargo de la sociedad. Potencializada en los 80, cuando la disputa por la nación se decidió a favor de la élite empresarial con el abierto respaldo del gobierno, el cual promovió sucesivas “reformas estructurales” para privatizar economía y Estado.
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Así, la nación se polarizó y se fracturó en lo económico, lo social y lo político, agudizándose en los recientes 40 años cuando se prohijó aguda concentración del ingreso, creciente pobreza, desigualdad, impúdica corrupción cobijada por la impunidad. La criminalidad sobrepasó al Estado y compite por el control de territorio y población. En estas condiciones de inseguridad social e inseguridad pública, desde muchos espacios sociales y regionales el pueblo ha exigido cambios y ha luchado por ellos, pero no toda la sociedad, clases o individuos comparten la misma idea de cambios.
No es posible refutar, por tanto, esa imputación de connivencia mafiosa entre clase empresarial y clase tecnocrática. Oligarquías surgidas de la simbiosis de gobierno y negocios, arropadas en la verborrea de una falsa democracia. La de los peores, la de quienes exigen gobiernos al servicio de sus negocios, usar el poder político como instrumento de sus intereses. Fue la utilización del voto ciudadano para pretendidamente legitimar el acaparamiento de la riqueza. La opulencia detrás del poder político.
Tiranía política. En contraste, presenciamos la extrema concentración del poder político en un individuo, lo cual no es el fortalecimiento del Estado sino la subordinación del Estado ya no a una clase sino a un personaje. En contraposición a sus dichos, ese personalismo conforma una nueva logia del poder integrada por secuaces y un segmento del gran empresariado –algunos de mala fama, por cierto. Tránsito de la casta clasista a la tiranía personal y de grupúsculo. Y, desde luego, esa no es la causa de la mayoría.
Por encima de la reiterada convicción liberal, actúan con arbitrariedad y autoritarismo; aplican discrecionalmente las leyes o las ignoran, promueven iniciativas que descomponen aún más el Estado de Derecho y la democracia, ya raquíticos; avasallan los otros poderes públicos y nulifican los órganos autónomos. Imponen, no convencen. Enfatizan fundamentalismos anacrónicos y antidemocráticos. Pretenden la disciplina del pensamiento único.
No reconocen la pluralidad consustancial al Estado liberal, complejo entramado político-social, no únicamente jurídico. Los asuntos públicos y de interés colectivo, las cuestiones de la política, la economía, la salud pública y el medio ambiente, se vulgarizan en visiones caricaturizadas por la ilusión de la palabra, espejismo de aspiraciones encubridoras de la realidad. Nueva forma de evasión perturbadora de democracia y gobernabilidad.
Establecer límites al poder económico presupone también acotar al poder político. El nuestro es un país capitalista dependiente y colonizado económica y financieramente, insertado en el sistema mundo capitalista con reglas legales y no legales. Vecino de la primera potencia económica y militar.
Contundente realidad que, simplemente, no puede evadirse con voluntarismo o pensamiento mágico, incluso si el plan es forjar otro modelo de Estado y de sociedad. Para ello se requiere una revolución desde abajo y no vertical desde la cima sagrada, con propósitos reivindicatorios precisos y viables para individuos, clases y comunidades. Teoría y práctica revolucionaria, dijeron los clásicos. No cualquier prédica o retazos de ideas, ni desplantes parecidos a caprichos. Claridad en objetivos, tiempos y métodos. Y, desde luego, asumir desafíos y consecuencias.
Pese a la intención de revolución sin explicar contenido y alcances, el acoso verbal se acompaña de la exigencia, cuasi extorsión fiscal, de financiar políticas clientelares, pero, paradójicamente, con permisividad en la explotación de recursos naturales, expoliación laboral, acaparamiento de riqueza, especulación financiera, militarización no solamente de la seguridad pública y hasta vínculos oficiales y privados. No se advierten estrategias de crecimiento económico y desarrollo social. Con la inercia de las anteriores décadas y la improvisación actual, crecen pobreza, desigualdad y proletarización de la clase media. Son parte de las flagrantes contradicciones.
En su tiempo, se impondrán las realidades del rigor del sistema capitalista y la expansión del círculo vicioso pobreza-desigualdad.