La sabiduría perdida y la relevancia de la Geopolítica

La sabiduría perdida y la relevancia de la Geopolítica

Quizá una de las más sabias enseñanzas de los historiadores clásicos, hoy cada vez más ignorada, tiene que ver con mostrar la importancia de la Geografía o mejor de la Geopolítica, en el sentido de relacionar las características del medio ambiente con las relaciones de poder y de las estrategias de dominación. En tiempos de la Antigüedad e incluso hasta el predominio de lo rural frente a lo urbano, el conocimiento del territorio y del espacio era fundamental no sólo en términos productivos, sino también para la conformación del terruño o de las “pequeñas patrias” antes de la conformación de los Estados nacionales. Además, conocer las estaciones y sus impactos era una sabiduría que poco a poco se ha perdido dado el mundo de la tecnología que ha proporcionado desde luego mayor información, pero al cual no todos tenemos acceso.

Generalmente en el mundo de la historia académica reconocemos a Fernand Braudel como el gran historiador de la llamada “escuela” de los Annales (por el nombre de la revista que representa a un grupo de excelentes historiadores), que mostró las posibilidades explicativas de una historia estructural, es decir basada en las tendencias de “larga duración”, especialmente las geográficas, demográficas y económicas, estructuras que cambian lentamente de manera secular o a través de los siglos. Pienso por ejemplo en los cambios climáticos como la Pequeña Edad del Hielo entre los siglos XVI y XIX, o la Edad que actualmente vivimos y que bien puede conocerse como del Antropoceno en donde los cambios climáticos han sido más claramente propiciados por la intensificación de las actividades industrial y urbana. Junto con estas estructurasde largo plazo, existen otros tiempos en que los cambios históricos ocurren en “coyunturas”, en momentos críticos que permiten transformaciones no tan lentas sino más bien producto de una revolución o bien de procesos que ocurren en la vida de un ser humano. Pienso por ejemplo en la transición demográfica (de altas tasas de mortalidad y fecundidad a bajas tasas que en México ocurriría en el siglo pasado) o bien en la transición democrática a favor de regímenes más plurales, de equilibrios de poderes, frente a los poderes despóticos y autoritarios. Dentro de estas estructuras temporales ocurren los acontecimientos que leemos a diario en los periódicos, por lo que la labor del historiador es precisamente comprenderlos dentro de tendencias y contextos más amplios que nos permitan comprender y darle sentido a los hechos fragmentados.

Una de estas estructuras que bien podemos considerar de largo plazo y lentas transformaciones es sin duda la geográfica o medio ambiental. Existen varias interpretaciones sobre esta estructura en particular desde las versiones más deterministas, por ejemplo, las diferencias entre norte y sur como determinismo geográfico y cultural, hasta versiones más probabilísticas en el sentido de que ciertas condiciones geográficas (como la llegada o no de lluvias) puedan influir en la vida en común. Esta última idea me parece la adecuada, sobre todo al observar la influencia que tiene el acceso al agua en la fundación de pueblos, villas y ciudades. 

Una enseñanza que la lectura de los clásicos como Heródoto nos proporciona al respecto es recuperar precisamente la dimensión que tenía una montaña, un río, un desierto en la vida cotidiana de hombres y mujeres. Antes del ferrocarril y del automóvil de motor de combustión, los viajes desde luego eran más difíciles por el costo de los mismos, pero también por los obstáculos a los que había que enfrentarse,tanto naturales como humanos. Las descripciones de los historiadores clásicos, como de los cronistas del Nuevo Mundo, nos advierten constantemente de la geografía. Nuestro autor clásico referido y preferido (Heródoto), por ejemplo, tiene cientos de referencias a ríos, ya porque marcaban las fronteras y cruzarlos traía graves consecuencias (“Ciro no cruzó el río por razones preventivas ni para vengar a nadie, sino por puro afán de conquista, para sojuzgar…”), por su profundidad y caudales, por la realización de sacrificios en honor del río, por las amenazas dictadas contra los ríos que habían ahogado a los caballos, por el control de la naturaleza y resaltar las obras de diques y puentes, etc. 

Era todo un acontecimiento la manera en que se pretendía controlar a la naturaleza, porque el entorno y la geografía eran reales al grado que ahora no podemos imaginarlo. Sin tecnología a la mano para conocer el territorio, los antiguos como las personas que sobrevivieron del campo hasta bien entrado el siglo XX, experimentaban la naturaleza de manera diferente, veían y oían de una manera más vívida que nosotros. Heródoto también nos ha enseñado que, en la comparación entre Atenas y Persia, la relevancia de las emociones y de las intrigas humanas, las cuales muchas veces predominaban sobre todo entre los déspotas, era una manera de entender la relación con la naruraleza ya para honrarla o para castigarla. De ahí que el uso del raciocinio frente a las emociones arbitrarias era una característica ateniense.

En los años recientes se ha destacado nuevamente la relevancia de la geografía no sólo en términos conservacionistas y medio ambientales, sino también como un contexto que es fundamental para explicar la diferencia, por ejemplo, entre las culturas, si bien cada vez se lleva a cabo esta explicación de manera más compleja y sofisticada. Ello a través de la Geopolítica, materia que desafortunadamente poco se ha desarrollo en México, la cual implica incorporar el espacio y el poder como una forma de comprender los retos de nuestro país. Pensar de manera Geopolítica implica, por ejemplo, observar desde luego nuestras fronteras y las nuevas dinámicas que se establecen por la migración, pero también por la presencia cada vez mayor del narcotráfico tanto en el norte como en el sur. 

Sabemos cuáles son las principales visiones imperialistas de los estadounidenses sobre lo mexicano, planteadas al menos desde el siglo XIX, pero que ahora se recrudecen por la intensificación de los tráficos de seres humanos y de drogas. Existen autores en Estados Unidos, como Samuel P. Huntington y Robert D. Kaplan, que han mencionado que más que los conflictos en el Medio Oriente, la prioridad de la política exterior estadounidense deberían ser China y México. Desafortunadamente, la tradición imperialista estadounidense difícilmente puede reconocer la importancia de alcanzar acuerdos que sean parte de un interés común. Como difícilmente un nacionalismo decimonónico pueda ayudarnos a establecer los necesarios equilibrios, en una relación que tiene abiertos no sólo los temas de migración y narcotráfico, sino también de tráfico de armas, de nuevas inversiones, de la energía, del maíz transgénico, etc. etc., temas todos que requieren una mayor atención. Cuando se pretende ignorar nuestra posición geopolítica en aras de caprichos y ocurrencias, al compartir una de las fronteras más dinámicas a nivel mundial, la venganza de la historia y de la geografía puede cobrarnos el perder una nueva oportunidad para el desarrollo.

Víctor González
Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!