Los adioses: mirada al interior de Rosario Castellanos

En la ceremonia de entrega del premio Ariel 2018, Karina Gidi fue galardonada por la estatuilla a mejor actriz por su caracterización de Rosario Castellanos (1925-1974) en “Los adioses” (2017, dirigida por Natalia Beristain), donde se describe su complicada relación con el filósofo Ricardo Guerra (Daniel Giménez Cacho), sus desencuentros, etapas de convivencia; la progresión de ella, de estudiante universitaria a escritora y profesora.

El punto de partida para el desarrollo de la producción y el guión fueron las cartas que ella le envió a Ricardo Guerra, durante su estancia en España. La narración se desplaza de 1957, la publicación de Balún Canán, su primera novela y uno de sus libros más conocidos, a cuando ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras a mediados de la década del 40. El restablecimiento de su noviazgo con Guerra y los días cuando se conocieron en los salones de clase. Su matrimonio adulto y el período de enamoramiento juvenil.

Si el núcleo en “Los adioses” es Rosario, su ansia por escribir, la unión con Guerra gravita de bloque perentorio, el “macho mexicano” estándar, con pose de superioridad, molesto por el reconocimiento hacia ella, por las horas dedicadas a escribir, por su inteligencia. El descrédito hacia la jovencita chiapaneca nace en la impugnación de entrada, réplica que ella le restituirá idéntica en la confrontación postrimera.

Son fehacientes los sentimientos de ella, el amor que sentía por él, medido en la forma de tratarlo de Usted, en sus palabras cariñosas, en la cantidad de misivas que le escribió (“y usted me envió cinco postales”), en el diálogo donde le pide sincerarse, darle significado a cada palabra; en el aguante ante las groserías e infidelidades, las reacciones negativas (el ruido de la máquina de escribir). Un tanto en contradicción con los planteamientos por los cuales abogaba, en clase citando la frase de Sor Juana, o las acotaciones a otras mujeres contemporáneas con posiciones afines en su pensamiento.

El punto de inflexión se asienta en su idea de entregarse a la escritura antes que ser madre, los reclamos de él por no pasar más tiempo con su hijo, ni aceptar abandonar sus tareas de profesora y escritora, porque dos hombres (el entonces rector Ignacio Chávez) decidieran sin consultarle.

Por “Los adioses” transita la Rosario Castellanos fumadora empedernida, con necesidad de pastillas para apaciguar dolores internos y externos; la mujer determinada a realizarse, a cortarse el cabello cuando veinteañera (“peores errores he cometido”), la poeta seguidora de Gabriela Mistral, lectora contumaz.

Se emplaza con corrección las épocas, con el vestuario, en planos interiores en el pasado (así, no afecta no ver el edificio de Mascarones, donde se ubicaba la Facultad); utilizando una librería de viejo (actual de las que subsisten en la calle de Donceles) como una del 1940; con escenas atemporales en Chiapas; con angulaciones precisas en la Ciudad Universitaria (cuando descubre a Guerra desde la ventana de su cubículo; el riguroso plano fijo en la escalera fuera de la facultad, ella arriba al fondo a la derecha). Y la reproducción de la casa, el mobiliario, cuadros, paredes, objetos (cafeteras, tazas, vasos).

https://youtu.be/hKt_p0Etzv0

Una secuencia especial es la conferencia donde reafirma su postura, su manifiesto por lo cual pugnaban feministas, artistas escritoras, la necesidad de asumirse, sin subyugarse, mirar hacia adelante.

“Los adioses” se proyectó en el Festival de cine de Morelia en octubre 2017, donde obtuvo el premio del público, y se estrena a cuarenta y cuatro años (7 de agosto 1974) de su fallecimiento.

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