“ME LLAMO CHIHIRO” (“ちひろさん”/ “CALL ME CHIHIRO”) – NETFLIX
Entre el Bento y el olvido.
En un rincón de Hiroshima, Japón, trabaja una mujer de inagotables sonrisas y optimismo llamada Chihiro (Kasumi Arimura) atendiendo a la clientela de un modesto establecimiento de comida bento (cajas de almuerzo que albergan incontables combinaciones gastronómicas) cuyos dueños son una pareja de edad avanzada que desde un principio la han contratado a sabiendas de que su pasado no es del todo halagüeño, pues ella solía ser una sexoservidora de nombra Aya en una casa de masajes hasta que, por razones que hilvanarán un rico drama a modo de desarrollo en la película, lo abandonó para recrear su vida en ése lugar.
Así se conforma la premisa de ésta producción de Netflix que adapta el manga de Hiroyuki Yasuda con mesura y ritmo contemplativo a modo de los dramas intimistas japoneses contemporáneos como “Shoplifters” (Koreeda, 2018) o “Drive My Car” (Hamaguchi, 2021) con cierto sentido de la plástica evocativa y melancólica heredada de Yazujiro Ozu.
El personaje de Chihiro funcionará como catalizador emocional para varios de los habitantes del lugar, colocándose en el camino de una joven colegiala y su hermanito que adolecen de una madre comprometida con su trabajo, una anciana ciega recluida en un hospital y los trabajadores masculinos cercanos que consumen con regularidad las delicias culinarias que ahí se preparan con el fin de charlar amigablemente con ella.
La densidad psicológica de su historia saldrá gradualmente a la luz cuando se reencuentra con dos personajes de su época como prostituta: una mujer trans llamada Basil (la Miss Queer Internacional 2019 conocida simplemente como “Van”) que logra ahondar cada vez más en la oquedad existencial que yace en el interior de Chihiro y su antiguo proxeneta, un hombre amable de nombre Utsumi (Lily Franky) que se ha retirado del negocio para dedicarse a la crianza y venta de peces con quien alguna vez tuvo una honda relación sentimental y ahora será una suerte de figura paterna.
La cinta se cuenta cronológicamente con algunos momentos dedicados a la analepsia que nos permiten conocer los puntos clave en el pasado de Chihiro / Aya para entender el porqué de sus decisiones y orígenes de su transfiguración a vendedora de bento, pero es el compás narrativo a modo reflexivo sostenido mediante tomas largas enmarcadas por elementos preciosistas como atardeceres, oleaje o incluso gatos acicalándose lo que da suficiente tiempo para similar las intenciones dramáticas del director Rikiya Imaizumi en cuanto a las propiedades alegóricas de su protagonista sobre la soledad y la noción socrática del autoconocimiento otorgado a través de la relación afectiva con desconocidos (hay escenas donde Chihiro comparte su comida con un vagabundo que a su vez será una lección sobre lo efímero o compartir una biblioteca de mangas con una chica proclive al aislamiento) que terminan hablando más de una gesta humanista por conciliar presente y pasado que por consolidarla como una heroína a la “Amélie” de Jean-Pierre Jeunet en términos mesiánicos.
“Me Llamo Chihiro” es un ejercicio de narrativa gentil y muy claro en su persecución de elementos idealistas que no cae en lo naif y resulta contagioso gracias en gran parte a la actuación de Arimura que medra la interpretación entre lo venturoso y la tristeza. Una película efectiva que nos recuerda cómo no debemos empeñarnos en ser islas y conectarnos con los otros.
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