“Perspectiva de género”: Cuando la justicia se rinde a la ideología»

“Perspectiva de género”: Cuando la justicia se rinde a la ideología»

La «perspectiva de género» se presenta como una herramienta para alcanzar la igualdad, pero en realidad no es más que un eufemismo para justificar una nueva forma de discriminación. Bajo un lenguaje sofisticado —hablando de «deconstruir relaciones de poder» o «visibilizar opresiones históricas»— se esconde una práctica que, lejos de buscar justicia, establece prejuicios automáticos basados en el sexo: los hombres son señalados como opresores y las mujeres como víctimas, sin importar los hechos concretos de cada caso. Esto no es igualdad, sino un sistema que invierte los roles de privilegio y sanción, replicando las mismas dinámicas de injusticia que dice combatir.

El problema fundamental de esta perspectiva radica en su raíz: confunde justicia con política. La justicia, por definición, debe ocuparse de los actos y las responsabilidades de individuos específicos, evaluando pruebas y conductas concretas. En cambio, la política puede permitirse jugar con ideas abstractas, como las «compensaciones históricas» que buscan equilibrar desigualdades del pasado. Sin embargo, trasladar esa lógica política a un tribunal es un error grave. Cuando se juzga a una persona no por lo que hizo, sino por lo que su grupo —en este caso, su sexo— supuestamente representa, se le carga con una especie de pecado original, una culpa heredada sobre la cual no tuvo control ni elección. Esto es inmoral e injusto, porque la moralidad y la justicia dependen de la voluntad individual, no de narrativas colectivas.

Quienes defienden la «perspectiva de género» argumentan que no se trata de culpar a individuos por el pasado, sino de reconocer estructuras sociales que aún generan desigualdad y ajustar la justicia para compensarlas. Pero este razonamiento falla en un punto clave: esas «estructuras» no son responsabilidad de las personas concretas que enfrentan un juicio. Si un hombre es acusado de algo, debe ser juzgado por sus acciones, no por las supuestas opresiones históricas del «patriarcado». Del mismo modo, si una mujer está involucrada en un caso, su condición de víctima no puede asumirse automáticamente por su sexo. Hacerlo es ignorar los hechos y reemplazarlos con estereotipos: los hombres como machistas por defecto, las mujeres como oprimidas por definición. Esto no corrige injusticias; las perpetúa bajo una nueva forma.

Históricamente, hemos visto este patrón antes. Los blancos tuvieron más derechos que los negros solo por su raza; los españoles, más que los indígenas por su origen; los alemanes, más que los judíos por su nacionalidad. En cada caso, el criterio fue arbitrario: se privilegió o castigó a las personas por lo que eran, no por lo que hacían. La «perspectiva de género» opera igual: establece derechos y sanciones según el sexo, no según la evidencia. Cambiar a las víctimas y los beneficiarios no hace que el sistema sea menos discriminatorio; solo lo pinta con un nombre bonito y una fachada progresista.

Decir que ignorar el contexto histórico perpetúa la desigualdad es un argumento falaz. La justicia no perpetúa nada si se limita a juzgar las conductas de las personas involucradas en un hecho específico. Responsabilizar a alguien por lo que «los de su tipo» hicieron en el pasado es un acto de injusticia disfrazado de corrección. La verdadera igualdad exige evaluar a cada individuo por sus méritos y culpas, no por las de su grupo. Cualquier sistema que sacrifique eso en nombre de una causa colectiva —por noble que suene— es, en esencia, una gran pendejada. Se tenía que decir y se dijo.

Alan D Capetillo
Alan D Capetillo

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