Racionalidad amenazada
A lo largo casi todo el siglo 20, en Europa y Estados Unidos se cuestionaba la validez práctica de los postulados filosóficos (La Ilustración) sobre los cuales se habían desarrollado la ciencia y la cultura que retroalimentaban la democracia liberal y el Estado capitalista, incluso las bases éticas de la civilización misma (modernidad). Destacaron, entre varios, los trabajos de Lukács (El Asalto a la Razón), Adorno y Horkheimer (Dialéctica de la Ilustración). Posteriormente, Herbert Marcuse (Razón y Revolución) y Jürgen Habermas (Teoría Crítica).
Ha sido parte sustantiva del debate entre democracia (el poder del pueblo) y liberalismo. De hecho, desde la revolución de 1688 y la de 1789, la burguesía en su ascenso histórico acotó los alcances de la democracia. El temor de que el pueblo, en efecto, se hiciera del poder. De ahí las elaboraciones teóricas (Sieyés, Bobbio y otros) acerca de la nación para construir un Estado que preservara los privilegios de los propietarios. Bobbio (Liberalismo y democracia) distingue entre liberalismo económico –filosofía del poder de la clase de los propietarios– y liberalismo político –derechos y poder del ciudadano. La problemática se manifiesta en el plano del debate teórico, pero su sustancia radica en el nivel socioeconómico y la desigualdad.
Los debates entre Adorno, Horkheimer, Marcuse y Habermas, significó, en la historia de las ideas, el regreso a Kant: el conocimiento empieza y termina con la experiencia, si bien ésta es producto de la razón, que hace coherente y comprensiva “la desordenada multiplicidad de sensaciones e impresiones”, ya que el entendimiento humano posee las «formas» universales que organizan los datos múltiples suministrados por los sentidos; es decir, recrea el orden universal (Marcuse). Así como el retorno a Hegel (la dialéctica de la historia como realización de la Razón, el Espíritu).
Pero los conceptos, las reflexiones y la visión que sustentaron el debate del siglo 20, son de Marx: el rechazo al dogmatismo del marxismo oficial (URSS), y en cambio el rescate de su filosofía de la historia (Manuscritos de 1844, Grundisse) su idea de la libertad del ser humano desligada del misticismo de la religión y de la ideología (comprensión falsa de la realidad). El trabajo (vinculación del cerebro y la mano) y el lenguaje necesario para la cooperación y la organización social. El hombre como producto social e histórico.
La crítica y la propuesta de Adorno y Horkheimer (la llamada Escuela de Frankfurt), surge ante los despotismos nazi-fascista y estalinista, las crisis económica y cultural del sistema capitalista en Europa, no resueltas sino crecientes desde la primera guerra, y, por ende, su incapacidad para responder satisfactoriamente las demandas reivindicatorias de la sociedad entera, no solamente de la clase asalariada, y el rescate de los valores de la democracia “occidental”.
A su vez, su discípulo Marcuse (La sociedad industrial y el marxismo; Razón y Revolución) rechaza la falsificación ideológica de la sociedad capitalista de aparentar ciencia y tecnología como “neutrales”, ajenos a cuestiones éticas y a la desigualdad social, cuando realmente son utilizadas para favorecer a los poderes económico y político-sociales que imponen los valores de la dominación racional y técnica explicitada por Weber.
Marcuse enfatiza el contraste entre el avance de las ciencias y la tecnología (siglos 18 y 19), y el retroceso o agudizamiento en las libertades. Incluso, subraya, “las doctrinas heréticas y de oposición (materialismo ateo, la Ilustración francesa) se desvanecieron lentamente”. El racionalismo filosófico vinculado a la expansión de la sociedad capitalista, trató de conciliar “la irracionalidad de las relaciones sociales dominantes” con una interpretación de razón y libertad que evadía las contradicciones de la realidad.
Por su parte, Habermas critica a Adorno, Horkheimer y a Marcuse: comparte la preocupación por el uso de ciencia y tecnología como instrumentos de dominación político-económica, pero confía en que la comunicación racional y ética sea el medio para resolver las controversias y con “potencial emancipatorio intrínseco” (Ángel Carretero). Pero ello supone una utopía: la igualdad racional de todos los interlocutores pese a la desigualdad en condiciones culturales y de vida.
Ahora bien, desechada la tesis de la lucha de clases por la experiencia del desarrollo cultural e ideológico de las sociedades europeas, por el cual los individuos no se identifican desde una inclusión clasista sino como ciudadanos independientes, la emancipación debe partir, afirma Habermas, desde la racionalidad de la libre comunicación.
Las contradicciones y conflictividades que se derivan del sistema capitalista, reproducción y acumulación de capital, pueden ser encaradas, de inicio, mediante la crítica, de ahí la comunicación racional (la cual es válida sólo para los interlocutores que la comparten, así que, por principio, es excluyente). Esto es, sumergirse en el debate entre ideologías: las otras racionalidades, la interpretación de la realidad desde el poder y la dominación, de una parte, y desde la subordinación y la debilidad, de otra.
Entiendo que Habermas pretende con la comunicación racional propiciar acuerdos básicos, para fortalecer lo que queda de la democracia liberal en Europa. Por ello hay que tomar con reserva lo que implique para Latinoamérica, cuya historia y realidad social conllevan otra racionalidad, así lo que puede ser bueno para Europa no necesariamente lo es para nuestros países. Ambos continentes sufren sus propias crisis y desigualdades. El desafío consiste en evitar la subversión que lleve al caos, no tanto impedir la revolución que, de tiempo atrás, no es opción (por ahora). El riesgo, en cambio, hoy, es la anarquía organizada del capitalismo salvaje: “El fantasma que recorre el mundo” es el de la contrarrevolución de la extrema derecha global: el fascismo ligado al militarismo, la especulación financiera a escala planetaria, la organización mundial del tráfico de narcóticos, la sobreexplotación de los recursos naturales y del trabajo.