La Comuna de París (1)
La crisis económica de 1846-47 en Francia, por las malas cosechas y la inestable situación social y política, afectó tanto a la burguesía, aún en proceso de consolidación, como a las clases media, obrera y campesina. La coincidencia de intereses y ambiciones, generó una coalición que promovió el fin de la monarquía (Luis Felpe I) y el restablecimiento de la república. Pero, más allá de ese interés político, subyacían las contradicciones clasistas de unos y otros. “… entre los revolucionarios, representadas por dos banderas: la tricolor de los burgueses liberales y la roja de los obreros oprimidos por las pésimas condiciones de trabajo. El triunfo de la primera y la represión de junio contra el proletariado determinaron la victoria de la revolución política liberal y la postergación de la revolución social. Este fue el inicio de la consolidación del sistema capitalista en Francia”. (El https://elhistoriador.com.ar. Fragmento de Felipe Pigna (coordinador), El Mundo Contemporáneo, Editorial AZ, Buenos Aires, 2000.
La rebelión proletaria del 48 fue el inicio de un largo proceso de lucha (todavía inconcluso), por la reivindicación de los derechos de los obreros y el abierto repudio a las condiciones de explotación de la clase trabajadora.
Tuvo gran impacto en el resto de Europa, incluso en América Latina, aunque fracasó en su pretensión de mejorar las condiciones sociales de las clases subordinadas. No obstante, abrió el margen histórico para la universalización de los derechos políticos (restringidos a los hombres) y, para contener los riesgos de ruptura revolucionaria, comenzó un ciclo de reformas económico-sociales, si bien paulatino y desigual en los diferentes países, y sin incluir a todos los sectores, sino principalmente a segmentos privilegiados de la clase obrera.
El gobierno de Napoleón III fue el primero de Europa en llegar al poder gracias al sufragio universal, (votaban los hombres mayores de dieciocho años), consecuencia directa de la revolución de 1848, la cual estalló por las pretensiones de las clases populares que no habían sido satisfechas, pero los gobernantes habían comprendido que tarde o temprano deberían darles espacio político y satisfacer, aunque parcialmente, sus demandas económicas. Era una forma de prevenir nuevas revoluciones, otorgando pequeñas concesiones para evitar cambios profundos. A esta política se la conoció como bonapartismo, ya que fue llevada adelante por los Bonaparte (Napoleón I y Napoleón III) y aplicada como definición de movimientos políticos posteriores.
Mientras tanto, dos importantes hechos se producían en Alemania y en Italia. El primer ministro de Prusia (formada por regiones de las actuales Alemania y Polonia), Otto Von Bismarck, aplicó una combinación de fuerza militar, astucia política y hábil diplomacia a fin de lograr que la fragmentada Alemania se unificara y se convirtiera en potencia europea, a pesar del intento francés por impedirlo en la guerra franco-prusiana. Inglaterra, entonces, dominante, era la que más veía en potencial riesgo sus intereses.
En Italia, a la fragmentación política se sumaban la presencia del Estado Pontificio, gobernado por el Papa, y las diferencias económicas entre el norte parcialmente industrializado y el sur agrícola económica y socialmente subdesarrollado.
La segunda mitad del siglo XIX fue la época de la consolidación de los Estados liberales en Europa y otras partes del mundo (América, por ejemplo), dentro de la nueva etapa de expansión del capitalismo industrial. Hasta ese momento, los regionalismos prevalecían sobre el conjunto de la nación; en las aldeas, pueblos y provincias de las actuales Italia, Alemania, Francia y Gran Bretaña, se hablaban dialectos diferentes, se usaban distintos pesos y medidas y ni siquiera la moneda nacional era de uso generalizado.
Los gobernantes comprendieron que para ser países con mercados internos fuertes y competitivos hacia el exterior debían empezar por fortalecer el concepto de nación dentro de sus propios países. Es decir, lograr que el conjunto de habitantes de un territorio se encontrara unificado por una forma de gobierno y sintiera la pertenencia a ese país. La educación popular, el sufragio, los ejércitos, la modernización de las comunicaciones (ferrocarriles, barcos de vapor) fueron los encargados de unificar el idioma, la moneda y los símbolos patrios: nacía el “nacionalismo”.
Este período fue particularmente conflictivo para algunos países como Italia y Alemania, en los cuales se libraron guerras por la unificación nacional; así como otras guerras: la de Crimea, que involucró a gran parte de Europa, y la franco-prusiana, cuyo desenlace reconfiguró el mapa geopolítico.
La guerra de Crimea (Afán expansionista e injerencismo de Rusia en Polonia, Hungría, Alemania, los Balcanes y en la estratégica zona del Mar Negro), provocó la reacción de Turquía, Gran Bretaña, Francia y Austria. El triunfo de estos últimos significó el fortalecimiento de Francia en el continente y el inicio de las respectivas unificaciones de Italia y Alemania (ambas naciones estaban divididas en pequeños principados o ducados). Por otra parte, el imperio Otomano (Turquía, Armenia, Tracia, Siria), aceleró su proceso de desintegración y Rusia comenzó su repliegue militar.
Francia, bajo el reinado del emperador Napoleón III, intentó asumir el papel de árbitro europeo, interviniendo en todos los conflictos para fortalecerse como potencia continental, y obtuvo algunos éxitos. Sin embargo, la guerra con Prusia (1870-71) causada por el aumento de poder de este último país, provocaría la caída del régimen imperial francés. En estas condiciones, la conflictividad de intereses clasistas y de ambiciones políticas provoca la guerra civil y se instaura la Comuna (Ayuntamiento) de París en manos del proletariado.

